El practicante de la literatura y el arte a veces tiene la sensación de estar cultivando un huerto cuyo plantío da únicamente ornamentales flores, pues el necesario fruto no llega a fecundar. Dicha circunstancia concurre especialmente en el artista que no es reconocido oficialmente por el público y que no ha llegado a consagrarse. No obstante tal coyuntura viene a ser favorable para su obra, pues obliga a mejorarla. ¿Habrían culminado su búsqueda Gaugin o Van Gogh si sus respectivas obras hubieran sido ensalzadas por público y crítica cuando aún merodeaban en París la estela impresionista? Solo el rechazo, la necesidad de búsqueda de un algo más fue la que embarco a Gaugin hacia la polinesia francesa, para descubrir la elementalidad de un primitivismo que proporcionara al hombre moderno la posibilidad de una mirada renovada, despojada del lastre de la civilización y recuperando un edénico significado, de simbología pura.
Si Vincent van Gogh no hubiera experimentado la oscuridad siniestra de su dislocada identidad, no habría trascendido ese milagro expresivo del color, la revelación por fin de una vitalidad transreal. Yo creo que si Picasso se hubiera beneficiado bien pronto de la tasación de alguno de sus cuadros más mediocres, establecida en millones de euros, no habría llegado nunca a ser un genio. Ni Mujica Lainez si hubiera gozado de joven de su finca el Paraíso, jamás habría soñado con el jardín enigmático de Bomarzo.
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