ASTARTÉ
Todo empezó...es difícil precisar un comienzo como es arduo evaluar los bordes de un sueño. Diría que esta historia comenzó en la infancia, cuando por primera vez una mujer me produjo una extraña desazón. Era alumna de una clase superior del colegio al que asistía. Pero quizá ella sea una excepción en la trama, un recuerdo que volví a tropezar en el camino. Porque para ser exactos, justo es constatarlo, este extraño delirio comenzó cuando conocí a Raquel, recorriendo los pubs del barrio viejo. Por entonces yo practicaba un concepto de vida como aventura. Cansado de perder, me había propuesto ganar en ese juego. Raquel era distinta, insólita. O tal vez fuera un espejo donde mis ojos me observaban introspectivos. Nos unía el alcohol, la extravagancia. Pocas noches nos unió el sexo. Pero aquello constituyó un lazo duradero. Porque en realidad, para una mayor precisión aún, todo empezó cuando intercambiamos nuestra literatura. Yo le regalé unas narraciones reunidas de Borges, ella una novela confusa llamada Astarté. No sé si ella leyó a Borges, pero yo leí de cabo a cabo su novela como si en su críptico mensaje estuviera imbuyéndome del alma de Raquel. La novela era algo farragosa, no tenía referencias a la cuales atenerse, pero intrigaba el título de la diosa fenicia, la Isthar persa, la Isis egipcia. Al final de la novela irrumpe quizá lo único familiar en ella: un personaje ciego; sin vacilar, un trasunto de Borges. Y no es que la ciencia elucidadora del poeta clarificara mucho en ella; tras concluirla, persistía en mí una espesa nebulosa. La valoraba como un regalo de amistad y quería ver en ella un mensaje oculto que me revelara la realidad última de Raquel, el secreto que se esconde en cada uno de nosotros. No lo descifré, y quizá fue ahí donde empezó la pesadilla. Raquel me enseñó a sufrir, desgarró el himen del infierno dentro de mí. Alcancé a ver sus luminarias, deambulé al borde de los terroríficos senderos de sus desfiladeros, descubrí que algo extraño me vivía por dentro, vi las cuencas demacradas de los ojos de la desolación, vi el dolor que no mitiga, el dolor moral, sentí que algo desocupaba mi interior, me sentí perdido. Una noche me preguntó si había visto la Strada, de Fellini. La película debía tener una gran significación para ella.No la entendí. Ayer, rebuscando entre un saldo de libros de una librería de lance, encontré aquel viejo libro: Astarté. Me trajo amargos recuerdos. No lo compré. Pero quizá ese reencuentro signifique que ha acabado la vieja pesadilla, al menos que se ha saldado el precio de la traición.
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