I
En el siglo noveno (a C), siendo Joram rey de Israel y mientras Salmanasar III ejercía el dominio sobre el País de los Ríos, ocupaba el trono de Siria Ben Adad I, quien cifraba su poderío, más allá del hierro de sus espadas y la fuerza arrolladora de sus carros de guerra, en la excelencia de sus generales, de los cuales el que tenía en mas estima era Naamán. Al león se le comparaba por su bravura, y a la serpiente por su prudencia; con sus triunfos había coronado las glorias de Siria. Pues la magnitud de sus hazañas guerreras y certera sabiduría habían librado el país de amenazantes peligros y proporcionado pruebas porfiadas de lealtad a su rey, por las que éste no tenía por menos que estarle agradecido. Victorioso en sus campañas en Biblos y Qadesh, había guerreado contra Israel y aconsejado establecer favorables alianzas con Tiro y Sidón, que proporcionaran a Siria una salida estratégica al mar; vencedor en las fronteras de Aram y temido en el asaedio de Mari, fortaleció lazos mediante provechosas embajadas con Nínive y Acad que debilitaran la hegemonía de Babel y Asur; viajero en la olvidada Mitanni, a su regreso dio a conocer a Ben Adad el más excelente metal sagrado que templaran los hititas. Conforme a sus méritos, como justo consejero e invicto conductor de sus bravos guerreros era celebrado por los damascenos.
Era, sin embargo, Ben Adad desconfiado como todos los reyes, y esta misma desconfianza le hacía tornarse codicioso. Mientras tendía alianzas con sus vecinos, de la voluntad de concordia nacía el deseo de conquista. Adoraba a Hadad Rimón como el todopoderoso, pero su recelosa volubilidad sólo fiaba de la superstición....
ADQUIERE UN EJEMPLAR DE NAAMÁN EL SIRIO
NO TE DEFRAUDARÁ
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