Creía relativamente superado el tema de Venecia. Por un tiempo la ciudad parecía haber permanecido muda a mis inquietudes. Parecía haber agotado sus resortes para fascinar. Nuestro idilio fue duradero, acaso superior a una década. Durante mis visitas busqué todo aquello que la ciudad me quisiera contar. Descubrí muchos de los secretos ocultos al visitante esporádico u ocasional. Rebusqué en sus rincones, veneré sus piedras, fui devoto de sus iglesias, cortesano de sus palacios, diletante en sus museos, pasajero en sus embarcaciones, vedutista empedernido de sus vistas, historiógrafo de sus hazañas. Me sentí colmado con todo cuanto la ciudad me había ofrecido, ahito de su belleza singular, del compendio artístico de sus palacios, de sus iglesias, de sus puentes, de sus campi, de cada uno de sus tesoros incomparables.
Pero es grato reconocer que tú, Venecia, como un ente vivo te renuevas, amaneces distinta, nos vuelves a seducir con tus tesoros privados que, sin saber cómo, habían evadido nuestra curiosidad. Y hoy, al hojear un nueva guía, descubro secretos que pudorosamente me habías escondido, bellezas extrañas que escapan a tu recato, variedad de riquezas que llaman a ser admiradas, y ante mis ojos se conforma ese milagro inconcluso de tu fascinadora seducción.
Deberá repetirse el día en que vuelva a perderme en el dédalo embriagador de tus calles, que vuelva a recorrer tus canales al acompasado vaivén del gondolero, buscando ese secreto último de tu alma, aunque en el fondo sepa que será una tarea vana, pues tus bellezas y tesoros son inagotables, y acaso nos aguarden al torcer cualquiera de tus esquinas, en la sacristía olvidada de alguna iglesia, o tras el vitral de esos ojos góticos o bizantinos que miran impertérritos al Gran Canal.
Suscribirse a:
Enviar comentarios
(
Atom
)
0 comentarios:
Publicar un comentario