Sevilla tiene olor a carne tibia de mujer,
el aroma de las flores descarnadas,
la pureza de un aire que tiñen las mieles tiernas del sol;
su misterio penetra como el dulce arpegio
de una guitarra en carne viva
que celebra la fragancia del azahar sobre los huertos,
el susurro del zéjel en las fuentes,
la ilusión de la poesía en la trágica corrida.
Sevilla es color, es dicha...
es latido
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