VEINTE CANCIONES DESESPERADAS Y UN POEMA DE AMOR

La noche deja sentir su pulso hondo y ciego, como la profundidad de ese pozo en el que buscamos las aguas de la calma en la desesperación. Las sombras esparcen sus jirones de inquietud y desolaciones; allí donde sabemos que no llegaremos a encontrar esa evidencia que necesitamos. La noche es como la trampa para el lobo tendida en el monte. Un hoyo de paredes insalvables o ese cepo feroz de dientes voraces que hará crujir sus extremidades de la presa como frágiles ramas. Caer a su merced, y perder las magnitudes del día, es como sumergirse en un infierno de dimensión helada, opaco y sin esperanza. Caminar de noche, es como un andar sin brújula, sin dirección precisa, talando con nuestro alfanje la enramada del misterio, creando un sendero zigzagueante de extravíos. Es la ceguera propia de la ofuscación de la noche. Los ojos taladran la pez negra aturdidos por la vibración de una luz lejana, perdida en la esterilidad sin fondo del vacío. La voz se dilata en un eco sin retorno, en un sonido que se pierde en las alturas inabordables de una escabrosa cordillera. A sus cumbres acaso solo tienen acceso las rapaces, en vuelos temerarios que buscan acercarse al sol con su envergadura poderosa. Bajo sus alas, se precipitan los abismos, cuyo fondo último se cree el lecho pedregoso de un riachuelo donde la víbora arrastra su rugosa piel y la sequía implacable asola la tierra, cicatrizada por grietas que nunca conocieron la dulzura de la llovizna o el alivio del manantial.

Caer de bruces en la desmesura de ese desierto sin latitud, mascar el vacío a dentelladas de depauperación, buscar algo sólido para nuestra realidad hambrienta, dispuesta a devorar el propio silencio de la piedra. ¿Acaso vagar en la noche por desiertos, por mares de aguas ignotas sumidas en la tiniebla, con la frialdad lunar clareando el vaivén sombrío de la mortaja marina? Noche, mar y desiertos, la jungla infranqueable de enmarañados mangles, donde en el nauseabundo légamo pulula la iguana y el vampiro acecha la tiniebla con su sed viciosa de sangre.

Penetrarás la caverna abandonada donde yacen los huesos olvidados de prehistóricas generaciones, que dejaron en las aristas de las rocas su testimonio balbuciente como de mundo recién parido. En su oscuridad, ¿tal vez el brillo del fuego? No sino la noche, prolongación de un caos innombrado. Perplejos,  no conocieron las estrellas, porque su estómago lo era todo: eran sus dioses el antílope y el bisonte; su geografía, las propias huellas de sus manos calcadas sobre la roca. Adorarían el vuelo de las aves, la fiereza indómita de las alimañas, la vastedad ignota del mundo.
Dejadme un mundo por explorar, no me condenéis a una realidad agotada, a la esterilidad de una peripecia ya contada, en donde las palabras son carcasas vacías, y la vida se recubre con mortaja de cadáver. Dejad a la aurora anunciar sus rayos, permitid que el sol cuaje sus oros en el crisol de la mañana. Que el disco de la vida derrame su resplandor sobre la superficie plateada de ese mar de sueños, que ha dejado atrás la noche, la negra mortaja que una vez cubrió la esperanza. Dejadme sentir ese amor de cada día, cuando el sol absoluto derrama la fecundidad de su corazón sobre las mezquindades del mundo. Dejad que el amor de Dios cale hasta lo íntimo, hasta el último de sus lodos con transformadora esperanza.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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