Pasamos por la vida disfrazando circunstancias, cuando de pronto su necesidad irrumpe violenta. A mí me suelen despertar sus golpes bajos o sus crochets de derecha cuando no los de izquierda más marrullera. Recuerdo que cuando mi vida tocó fondo vino a finiquitarla la contundencia de un directo en el plexo solar. Para un hombre doméstico como yo, la violencia no es su mejor arma. Tuve que digerir el atropello como buenamente pude: sobreviviendo apenas, recordando que la venganza no nos corresponde. La vida es como una cabalgadura que en ocasiones da alguna que otra coz. En tales extremos, le urgen a uno soluciones balsámicas y se acoge a lo que buenamente puede. Cuando ya se ha sucumbido a las drogas, sea alcohol u otras sustancias igualmente inicuas, solo nos resta encomendarnos a Dios. Leyendo la Biblia encuentras el último consuelo, un reducto de gozo y libertad para el espíritu, que te ayuda a sobrellevar ese peso de cuando todo en la vida ha perdido su aliciente y la muerte va llevándose a los seres queridos. Porque la guadaña de la muerte es homicida y repentina, y podemos encontrarla al volver de cualquier camino, en el vano de cualquier puerta, y su crudeza es tan cruel y ominosa como una patada en salve sea la parte. La bondad de Dios nos granjeó el paraíso; nuestra iniquidad el sinsabor de la necesidad, el brutal descubrimiento de lo nefasto. Cuando te abata la contundencia sin tregua ni esperanza del destino, su esencia trágica, ten presta la flor de un Padre Nuestro en la comisura de los labios: te devolverá la sonrisa de la comedia.
Como decía mi sargento de guardia: Al mal tiempo, buena cara.
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