¿Qué fue de aquellas flores que tarareábamos con Pete Seeger...
qué del lirismo comprometido en la voz transparente de Joan Baez...
qué de la perplejidad con que Dylan interrogaba al viento...?
Todo fue un frágil sueño de fraternidad;
sus propósitos se los tragó el sumidero del tiempo,
cuando con su corriente arrastra el aluvión de escombro,
la ensoñación de improbables utopías.
Vivíamos unos años de inocencia,
cuando descreíamos de la potestad establecida
y nos deslumbraba la brillantez del ángel caído.
Creíamos beber el agua nueva,
cuando se trataba de algo que por más de una centuria
arrastraba la corriente.
La rebeldía era un valor, pero la dureza
del camino intrincó la alegre andadura.
Pesarosos reconocimos cómo el sórdido
furor del silencio devastaba las canciones.
Del fulgor de Luzbel solo irradiaban infernales incandescencias,
mientras probábamos con asco la pócima de la autodestrucción.
Por la senda solitaria ya sólo caminaba un lobo solitario,
que se dejaba cegar por los destellos del neón
y deambulaba los callejones transitados por la luna.
¿No hay redención por el delito perpetrado?
Cuando extiendo las manos maltratadas de trabajos
y escruto en el fondo del túnel la impenetrable tiniebla,
con el oído alerta quisiera recordar la fresca melodía
de aquellas viejas canciones entonadas por la voz de la inocencia.
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