Muchos escritores de hoy
quieren ser émulos de Hemingway.
No sólo en su estilo conciso
sino en su vida arrebatada.
Dispuestos a vivir la metáfora
desoladora del Viejo y el mar,
aunque menos dados a estamparse
un tiro de escopeta a bocajarro,
desconsiderado y mortal.
Quisiéramos ser Hemingway,
crear una obra viva como la suya,
gozar la jarana de un mítico Paris,
burlar al toro en Sanfermín,
abatir caza mayor en África,
arriesgar el pellejo en injusta guerra,
darle al aguardiente y la absenta
sin llegar a alcoholizarnos
ni ahogarnos en nuestro propio vómito.
Quisiéramos ser ese escritor total,
temerario, arrogante, pendenciero, donjuan,
bendecido por el hado y en lo demás genial.
Sin embargo, perdimos París,
somos cobardes, nos aterra morir.
Nuestro sino es teclear y teclear
y volver a teclear,
como Sísifo ha de ascender
con la piedra una y otra vez.
Permitidnos Hemingway, Bukowski, Miller, Celine,
vosotros que conocisteis la rutas del infierno,
la licencia para soportar este crudo invierno
de la vida con otros argumentos, tan sinceros,
como manejaron Borges, Pla, Azorín,
Baroja mismo en Madrid, junto al brasero.
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