Por las calles de Madrid
los mariquitas andan cogidos de la mano.
No tienen el aspecto aliñado
de los mariquitas de antaño.
Algunos son barbados, atléticos,
de aspecto perteneciente a casas bien.
No llega a ser una desgracia
que el niño haya salido raro,
pues es casi un sello de distinción.
Hoy, hasta en política, se encuentran
cargos que visten camisas floreadas,
bufandas chic y se embozan
con mascarillas de colores arcoiris.
Sí ellos lo hacen, lo de ser gay
no debe ser ningún desdoro
en la sociedad inclusiva sostenible transgenérica.
Al día siguiente,
hastiado de vagar por Toledo,
en una escapada de circunstancias mal justificadas,
me siento en un café de Zocodover
para dejar trascurrir el tiempo
hasta la salida del tren
de vuelta para Madrid.
Me refresco con un gintonic
y releo la conclusión
de El coronel no tiene quien le escriba.
Mientras dilucido si el coronel
llega a vender su gallo a don Sabas,
observo que en la mesa de enfrente
se ha sentado una pareja femenina.
Una de las mujeres presenta
el aspecto varonil de ciertas lesbianas,
que han desdeñado sus encantos
y gustan ocupar un puesto predominante entre las tortilleras.
Cuando me doy cuenta, compruebo
que me escruta con mirada penetrante, casi insolente,
como si quisiera devorarme o destruirme con los ojos,
encono que desconozco a qué obedece.
¿Será flirt o aborrecimiento tal descaro?
A los 64 he relegado el sexo de mis ocupaciones,
pero en ese momento siento cierta actividad en mis ingles.
¿Tendrá sanción desear a tales mujeres desertoras?
La cópula con ellas vendrá a ser como una riña de boxeo,
y el concubinato, un calvario expiatorio y cruel.
No me atrevo a replicar a su insolencia
y depongo la mirada, fingiendo hacer otra cosa:
fricciono mis manos con gel hidroalcohólico.
Al fin, con esto, se contenta la jueza inquisitiva
y reanuda la plática con su amiga,
zanjando el malentendido
y desentendiéndose de mí.
Tal atracción por ese tipo de mujeres,
se remonta al pasado, cuando caí enamorado
de una adolescente rubia con el pelo recortado
y que vestía a lo garçon. Tales
detalles me pasaban inadvertidos
pues yo seguía irresponsablemente enamorado.
Tardé mucho en asimilar la realidad;
incontables desengaños y sufrimientos
fueron minando el deseo,
hasta ver derrumbarse el ídolo desde el alto pedestal.
Por entonces, yo estaba confundido,
mi pecho todavía se inundaba
con el gozo del amor,
y continué persiguiéndola, intentando
penetrar su intimidad, sin fruto.
Acabé frecuentando un bar de lesbianas
al que ella solía acudir algunos sábados.
El resultado, la perdí a ella y a mí mismo.
Desde entonces siento una sensación
ambivalente ante las lesbianas.
No sé si la cosa es natural u obra de espíritus maléficos.
En cualquier caso no nos dejemos
amedrentar por la sombra del oscuro deseo.
El diablo anda por ahí buscando a quien pescar.
Por otro lado, (obras son amores y no buenas razones)
me tengo bien ganado el deseo de las marimacho.
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