Las campanadas tañen hondas,
despaciosas, aisladas,
prolongando su sonido
hasta desvanecerse en el silencio.
Recuerdan en sus intervalos
el trascurrir sereno de la tarde
y en su golpe rotundo
el pulso agazapado de la vida.
Como su tañido resuena en la noche,
así cada corazón en su soledad.
La campana suena, el tiempo pasa,
la tarde se detiene en las sombras
que envuelven al sonido en el misterio
y la soledad añora un sentimiento.
Nada es el silencio sin el sonido,
el rayo sin el trueno,
la noche carente de estrellas;
tampoco la soledad sin el afecto.
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