He visto un documental sobre la cantante Joan Baez; en él se nos recuerda que la fama no es garantía necesaria de éxito. El film se organiza desde el recurso del salto atrás. Allí una cantante madura hace repaso de su vida, una vida no siempre jalonada por el triunfo que, ya en la ancianidad, la ha conducido a un laberinto personal de difícil salida. La artista durante la juventud parecía conducida por el espíritu histórico imperante en su época, justificado por ese grito de Libertad que exigía un cambio sociopolítico y cultural. Mientras se sintió baluarte de esta lucha encontró ese propósito que la permitía seguir a flote. En la marcha sobre Washington en defensa de los derechos civiles y la igualdad racial, contra la guerra del Vietnam, enarbolando el estandarte pacifista, pareció encontrar las razones suficientes con que llenar su vida y confiar en el destino; pero conforme todos estos ideales fueron marchitando, su persona se vio desbordada por sus luchas interiores y un sentimiento de insatisfacción y derrota. El espejismo de la fama cuando se desvanece descubre el frágil barro que nos constituye. La voz cristalina de la juventud, hoy perdida, enfrenta a la cantante a ese reflejo ilusorio y deformante del espejo, cuya mirada introspectiva va extrayendo del légamo del recuerdo fantasmas, lacras y cicatrices que no acaban de cerrar. También nuestro destino casi coetáneo al de la artista nos hizo vivir ese momento de esperanza que pareció impulsar a aquellos años significativos del siglo XX, como si un viento primaveral barriera las hojas otoñales, y padecer el desencanto posterior producido por la corrupción de aquellos valores jóvenes y vigorosos y que han desembocado en la sociedad actual confundida y sin principios morales, donde ya casi no queda huella de esperanza. La ruta recorrida nos conduce a un callejón sin salida y resulta necesario dar un volantazo y emprender un nuevo rumbo.
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