ITINERARIOS TRAS DE LA MUJER

Partimos de la condición de que siempre fui tímido, por tanto mi relación con la mujer no llegó nunca a ser plena. Seguramente mis primeros escarceos tras de ellas tuvieron lugar en la infancia, durante los juegos con la vecinita. Tal huella se borró pronto en el tiempo, entre las muchas experiencias vividas. Una fecha clave en esta trayectoria la significó cuando una mañana, al levantarme, descubrí que la tesitura de mi voz había cambiado y la bragueta del pijama se había impregnado con una secreción extraña. Desde entonces tales relaciones se complicaron bastante, pues en ellas se había implicado un nuevo elemento: la pasión. La atracción que sentía hacia la mujer entorpecía la naturalidad en las relaciones. Recuerdo que la primera vez que tuve que enfrentarme a una situación íntima ante un grupo exclusivo de mujeres resultó una experiencia ominosa. Ocurrió en el colegio. Había concluido una clase de repaso impartida ocasionalmente en un aula reservada a las chicas. No recuerdo con precisión por qué circunstancia había olvidado mi abrigo en una percha, junto a la pizarra. Cuando llegue al aula, descubrí que en los primeros pupitres se había reunido un grupo de muchachas que hablaban animadamente de sus cosas. Como para recoger mi abrigo tenía que pasar por en medio de ellas a la fuerza, valoré la situación como la de la peor ratonera con que podía tropezarse en ratón despistado. El reconocimiento vergonzante de aquella atracción que no podía de ninguna manera eludir, menoscababa la confianza en mí mismo, sintiéndome empequeñecido ante ellas. En definitiva, me lancé por el abrigo atropelladamente, sin que de mis labios pudiera surgir una excusa amable ni palabra inteligible. Me abrieron paso entre risitas, mientras yo recuperé mi abrigo y, abochornado, abandoné el lugar como buenamente pude, consciente de haber padecido por mi conducta pusilánime la más grave de las vejaciones.
Tardé bastante hasta poder mantener una conversación natural con una mujer, porque el sexo siempre se hallaba por medio. Tal impedimento condicionó que mis primeros amores siempre fueran platónicos. Se iniciaron por una preferencia hacia una niña que visitaba cada día a sus abuelos en el chalet de enfrente, luego por otra que al regresar del colegio pasaba irremediablemente bajo la reja de mi ventana. La esperaba apasionadamente cada tarde, a las cinco, observando tras los cristales con religiosa fidelidad. He de decir que todas eran inmaculadamente rubias y de movimientos gráciles. Esta conducta, tras el paso a la juventud, fue convirtiéndose en norma y degeneró en cultivadas idolatrías por las barwoman de los pubs. Recuerdo una en Barcelona extraordinariamente bella, a la que visitaba devocionalmente, pero sin manifestarle nunca esa admiración, que ella intuía.
Cuando mi condición de hombre se consumó en la carne, fuera mercenaria o enamorada, y pasaron los años y los desengaños, mis pasos recelaron de andar obstinadamente tras de la mujer, aunque éstas nunca dejarán de ser el destino de todo hombre.
Compartir en Google Plus

Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

  • Image
  • Image
  • Image
  • Image
  • Image

0 comentarios:

Publicar un comentario