La pasada semana compré los cedés de la ópera Tancredi, de Rossini. Durante mucho tiempo decliné hacerlo porque de las ofertas habidas hasta ese momento no me convencía su alto precio, y porque el estilo rossiniano pecaba de reiterativo. Lo compré, por tanto, porque hacia tiempo que no escuchaba nada de Rossini, el precio era módico y, sobre todo, porque se trataba de una interpretación grabada en la misma Fenice, de Venecia, por un reparto encabezado por Marilyn Horne. La Horne era una contralto potente, y la ópera resonaría de forma especial en la formidable acústica de la Fenice.
Por dos veces he tenido oportunidad de visitar el teatro de la Fenice; por desgracia nunca durante una representación operistica. No recuerdo si fue en la ultima ocasión cuando coincidí con el ensayo de una orquesta cuya calidad sonora era formidable. Acostumbrado a los escenarios de Alicante, la magia acústica que gestaba La Fenice me cautivó por entero.
La Fenice comparte con muchos teatros de Italia la sencillez de su fachada principal. En anteriores visitas, coincidentes las primeras con su restauración después del devastador incendio, no tuve ocasión de admirar su incomparable belleza. De cómo fue en el pasado nos queda el documento que filmó Visconti para su película Senso, donde escenifica la vicisitud de su esplendor decimonónico, con esa Venecia en vísperas del Risorgimento. Siguiendo a la condesa Serpieri, se nos abre ese episodio fascinante de la historia de Italia, con una Fenice invadida por una lluvia tricolor de soflamas independentistas diluviando sobre las invasoras tropas austriacas que ocupan el patio de butacas. Allí se producirá en desafío entre el teniente Malher y el primo de la condesa, que nos involucra en el meollo de la trama.
Aquella Fenice, desde luego, es insustituible, pero el teatro, a lo largo de su historia, sufrió varios incendios de los que, como el ave fénix, resurgió. La última restauración hay que reconocer que es exquisita, se tiene la misma sensación que antaño: la de encontrarse como en una bombonera. Tal es su sofisticada decoración, la delicadeza de sus pinturas, la tonalidad rosada que le ofrece una femineidad dispuesta a enamorar; en cada uno de los detalles es admirable, y como ya dijimos cuenta con un escenario con una de la mejores acústicas del mundo. Para cualquiera que recala en Venecia, es de recibo visitarla. Y cuando te encamines por la alfombra buscando el interior de su maravilloso anfiteatro, echa un vistazo, aunque sea de reojo, a ese retrato fascinante de la no menos fascinante Maria Callas; ella dio a La Fenice memorables momentos de gloria, y la revistió de ese glamour que aún puede respirarse en su ambiente.
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