Aquel fulgor te derribó,
fuiste nada, ceniza en el arroyo,
dolor sin lenitivo,
agonía sin respuesta.
El alba
de transparencia esquiva.
Amanece en el espejo del agua,
en la tranquilidad dormida de la piedra,
en la mirada fugitiva
que escudriña un sórdido paisaje holandés.
Aquel fulgor de ascuas
atravesando el cielo,
hiriendo con su rayo
el carbón nebuloso.
Allí, junto a la corriente,
sobre un túmulo asentado
el molino eriza sus aspas;
el resto es un yermo estéril.
Ni tan solo un árbol desnudo
en cuya rama asolada cantara un pajarillo.
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