Constatar el paso del tiempo en la vida del hombre suele constituir una experiencia amarga. Para verificarlo, echamos mano del espejo, y acostumbramos comparar la figura que se nos refleja con la que de nosotros guardamos en la memoria, casi siempre la de la más pletórica juventud. Cuán acertado estuvo Grien, en su cuadro"Las Edades y la Muerte", donde se plasma tan feliz alegoría de la carrera humana. ¿Cómo en la más hermosa mujer, mediante el tiempo, puede darse la más ajada decrepitud? Es una de las muchas crueles lecciones que nos da la vida.
A propósito de estas evidencias, llevado por una curiosidad, tal vez insana, ocurrióseme seguir la pista de algunos iconos de belleza que estuvieron en candelero durante nuestra juventud. Aunque nuestra caballerosidad excluyó de este análisis a aquellas bellísimas mujeres que idolatrábamos, no fue tan reservada para con los hombres, y así decidió poner el punto de mira, por ejemplo, en aquel singular adolescente que nos descubrió Visconti en el rol de su Tadzio, para su película "Muerte en Venecia". No pudo resultar más impactante la sorpresa. Los años habían vuelto irreconocible a aquel impoluto Bjorn Andresen. La huella del tiempo es capaz de tornar horrenda la más excelsa belleza. ¡Cuán distinta la realidad, de los sueños con que forjamos nuestra vida! Y para mayor abundamiento en ello, no saliéndonos de la órbita viscontiana, echemos un vistazo sobre Helmut Berger. ¡Quién lo vio y quién lo ve, herr Berger!
Pero es que la parábola de la vida no respeta a nadie, ni aun a quien suscribe.
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