Tenía un globo terráqueo que giraba sobre su eje. La batería de su corazón hacía recelar el movimiento perpetuo, pero no era más que un juguete. Conforme perdía la carga, su movimiento continuo rotativo degeneraba en un desplazamiento incontrolado de traslación que hacía peligrar su integridad en la estrecha leja de mi biblioteca, donde emulaba el cosmos. Agotada casi la pila, controlaba yo su ebria dinámica asentándola sobre un centro de la repisa más seguro. Repetí dicha operación durante toda la tarde, pero al fin un postrer sueño me venció. Entonces la divertida esfera se transformó en manzana de Newton y no pudiendo eludir su ley implacable, se precipitó en el abismo. Ya no volvió a girar sobre su eje, pero ahora contemplo el mundo sin estrés. También comprendo qué sería de la Tierra sin su cosmos y del hombre sin el mundo.
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