La tarde quieta,
el campo yermo,
sol de estío,
un hombre descansa
sobre una piedra
a la orilla del camino.
Parece su mirar de lejanías,
pero es un observar hondo,
ensimismado, concreto.
Ve las horas que corren,
oye el rumor de la acequia escondida,
recuerda los días sepultados
y el porvenir ausente.
No hay más que la vida que late,
la frágil consistencia de las cosas,
la levedad del mundo.
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