Cuando la astilla del desencanto
el corazón taladra,
cuando la vida se vuelve baldía
y la voluntad se desvanece
en la costatación de su derrota,
y ya solo permanece ese amargo sinsabor...
¿dónde queda el consuelo
de la huidiza esperanza?
¿Como asir esa mano, Señor,
de tu Victoria?
¡Aviva, mi Dios, el pábilo de la fe!
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