Quién pudiera descargar
la metralla que se lleva dentro,
dar al corazón un vuelco
y asir los metales candentes de la aurora,
tomar por asalto
el día vacilante,
contar el tiempo,
abrirse de par en par al viento,
barrer el último polvo del silencio,
descarnar la grosura del verso,
la andanada de voces
que reclaman el postrer grito,
del mar su voz de infinito;
en la cueva del mito
descifrar su secreto,
revelar que esconde
su significado inconcreto.
Embriagado de sí mismo y vino,
de un empacho de lunas
feneció el poeta,
todo resplandor frío
de plata y látex,
de hilos sin sentido,
de bifurcaciones y grifos.
¿De Narciso la sangre
se derramará en el espejo
inestable del río?
Todo fue por mirarse
y no entender
que del agua corriente
no se debe beber.
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