Recientemente, he leído un artículo de Muñoz Molina en torno a la figura de Stefan Zwieg. Como para el escritor jienense, mis primeras nociones de Zweig se produjeron en la precocidad de la juventud, cuando para escoger nuestra literatura no precisábamos de una brújula precisa. Leíamos con avidez cuanto caía en nuestras manos, tanto obras de corte comercial como a los clásicos. Podría decirse que Zweig participaba de ambas facetas. Porque el escritor austriaco era y es clásico del siglo XX. Llegaba hasta nosotros a través de ediciones baratas, esa que la gente consume para matar el gusanillo cultural.
En los expositores de las librerías de entonces era común encontrarse con sus libros. Tenía gran predicamento una novelita corta: 24 horas en la vida de una mujer. Aquella predilección por el universo femenino, recuerdo que frenó mi curiosidad por ahondar en su obra. Luego al descubrir sus exhaustivas biografías sobre mujeres, Maria Antonieta y Maria Estuardo que, junto a la cinematográfica Carta de una desconocida formaban el núcleo más difundido de su obra, se ratificaba mi criterio sobre su dimensión de escritor especializado en el mundo femenino. Seguramente, tal singularidad respondía a un premeditado marketing editorial que pretendía hacer del autor un escritor para féminas, como consecuencia del incremento de lectoras que, en la iletrada España, empezaban a registrar las estadísticas de la época. Tal estrategia sólo sirvió para privarnos de la obra más esencial de Zweig, como La piedad peligrosa y sus célebres trilogías biográficas sobre escritores, Tres poetas de sus vidas o Tres Maestros, así como sus ensayos históricos: Momentos estelares de la humanidad, donde resulta de los más sabroso acercarse a ese instante crucial en que Dostoyevski se enfrentó al pelotón de fusilamiento.
Zweig es un escritor para ir redescubriendo en esas facetas que se hurtaron al patrón comercial que se le quiso dar. Queda, sin duda, su monumental obra biográfica, que quizá, junto a la de Ludwig, sea de las que más predicamento obtuvieron durante el siglo XX. Confieso haberme acercado al ciclo de Los tres poetas de sus vidas cuando hube de documentarme sobre la figura de Casanova durante la creación de mi novela Muerte del bibliotecario ilustrado. Seguramente también recalé en su semblanza de Stendhal con motivo de la creciente curiosidad que me despertó el autor de La cartuja de Parma. De Tolstoi siempre hay algo que aprender y descubrir de la pluma de Zweig. Cuento en mi biblioteca con su biografia de Dostoyevki, inserta en el ciclo de los Tres maestros, que he releído en varias ocasiones a lo largo de mi vida, pues esta es una obra que adquirí cuando aún se encontraba candente mi pasión por el escritor ruso. Permanecen pendientes sus monográficos sobre Balzac y Dickens, en sus Tres maestros, que a buen seguro no defraudarán. De Balzac, uno de los descubrimientos de mi madurez, confío en que la visión de Zweig resulte reveladora. Quizá en el género novelístico no suscite la expectación de su coetáno Josef Roth o tenga el calado de un Musil, ambos compatriotas, pero quizá sea en ese ramillete de obras de no muy grande aliento donde la maestría de Zweig se hace inimitable.
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