Fulgor de horas perdidas,
ímpetu de manos
anhelantes y estremecidas,
el dolor nunca es en vano,
ni el peso de la vida duradero;
mas el olvido es temprano
y todo propósito efímero.
La dicha que aguardamos
será como cada verso,
traslúcida como el cristal
que apenas vemos,
sin poso, ni distancia,
indeterminante, incierta
como arrebato fatal
de llama en el vacío,
como el silencio seco
que sucede al grito,
como las lágrimas fieles
en el postrer lamento.
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