Como en otras ocasiones he expuesto, la excelencia de mis horas de ocio dependen mucho de mis lecturas y de mis adquisiciones literarias. El día de hoy pude considerarse afortunado en este sentido.
De principio, me hice con una vieja edición del Gargantúa y Pantagruel rabelesiano, junto a un tomo de la Historia de España Alfaguara, por la módica suma de un euro cada uno. Nunca llegué a hincarle el diente a ese Gargantúa, pues su densa ciencia se me escapa; ni jamás demostré gran inclinación por el pensamiento hermético, y es que para aquellos para los que continúa siendo abstrusa la ciencia de Fulcanellí, el abigarramiento Pantagruélico resulta particularmente indigesto.
En otro puesto del mercadillo dominical(se deduce con ello que mi sed libresca es difícil de saciar) encontré en una rancia edición de Aguilar un tomo de una autora, que en el pasado rehuí, pero cuyo gusanillo no he logrado erradicar pese a mi cada vez más acendrada pedantería. Se trata de Pearl S. Buck, la escritora norteamericana que consiguió el Nobel. Soslayé sus libros porque en mi juventud gozaban de gran predicamento y participaban bastante del marchamo de lo comercial. Especialmente las lectoras con una formación algo deficiente demostraban su predilección por esta escritora al tiempo que por los reportajes empalagosos de la revista ¡Hola!. Sin embargo, el tiempo que todo lo depura, no logró sepultar en mi ánimo cierta fascinación por ese universo oriental que describe en sus novelas la osada escritora, hija de misioneros, que supo identificarse con los pobladores de esas tierras siempre enigmáticas. El volumen adquirido contiene: La buena tierra, novela por la que creo obtuvo el Pulitzer; La Madre, y otros títulos menos conocidos, pero que posiblemente encierren alguna sorpresa. En cualquier caso, su precio módico me animo a adquirirlo, junto a una obra de Austral de Claudio Sánchez Albornoz, El islam de España y el Occidente, de la que nada más llegar a casa emprendí su lectura. Y es que pica mi curiosidad esa España como problema y sus diatribas entre nuestros grandes pensadores, el propio Sánchez Albornoz, Américo Castro, Menéndez Pidal, Marañón, Ortega y Gasset, Laín Entralgo o Julián Marias, hombres que han intentado esclarecer la encrucijada nunca bien delimitada ni comprendida de España.
Y para acabar el día, dos sorpresas que llevaba tiempo esperando. Se trata de dos nuevas traducciones. Una de ellas esencial: por fin Las piedras de Venecia, de Ruskin, en una edición asequible en castellano. Adquirí la obra en Venecia en italiano e ingles, pero estoy seguro de que el esfuerzo de su traslación mental al castellano me privaba de apreciar la obra en todos sus valores y matices. A simple vista parece una buena edición , y en cualquier caso me obliga a regresar a un tema siempre grato: Venecia. La segunda sorpresa, no menos grata: la aventura dionisíaca de Zorba el griego.
Suscribirse a:
Enviar comentarios
(
Atom
)
0 comentarios:
Publicar un comentario