Zorba es una vieja película que he visionado en distintos períodos de mi vida. La primera vez seguramente fue en televisión, donde se solían reponer los clásicos. Quizá a Zorba haya que acercarse como suele hacerse con el Quijote, al cabo de estadios de experiencia diferente y con la mirada limpia de prejuicios.
No hace mucho, me hacía esta pregunta: ¿Es acaso Alexis Zorba una personalidad característica del alma griega? Confieso que tenía mis dudas, pues el talante ético del personaje se prestaba a interpretaciones bastante controvertidas. Para comprenderlo hay que acudir a las fuentes de las que se nutrió Kazantzakis. Sé, por diversas lecturas, que el modelo inspirador del personaje de Zorba es el Ulises homérico. Ulises el astuto, rico en recursos, práctico, avezado en salir indemne de las más comprometidas situaciones y gracias a cuyas argucias fue tomada la ciudad de Troya. Siguendo esta referencia vamos comprendiendo mejor el talante inhabitual de Zorba. Una lectura superficial nos lo hace entender como un hombre voluble, sujeto a sus caprichos y de moralidad dudosa. El valor con que se enfrenta a las situaciones de la vida, no le exime de mantener un comportamiento que consideraríamos correcto. Pero ahí lo tenemos, planteando arriesgados negocios que resultarán ruinosos, flirteando, amancebándose, como el mismo dice, liándose la manta a la cabeza. Solo para quien ha vivido las mayores experiencias de la vida, y de la muerte, cobra la aptitud de Zorba su valor original. Es necesario sopesar la vida en su condición más cabal, allí donde el destino descubre el verdadero rostro de la peripecia humana, tan provisional como el ciclo pasajero de las flores. Sobre los hombros de Zorba recae esa vieja sabiduría salomónica que acepta la adversidad con la naturalidad más jovial, gaya ciencia que con el ultimo sirtaki de la película intenta trasmitir a su joven iniciado, ese retraído escritor inglés, interpretado por Alan Bates.
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