EL CAFÉ

Confieso que el café es una infusión a la que soy adicto. No podría afrontar la tarea diaria sin el pequeño estímulo que proporciona su consumo. No se me malentienda, no soy un gurmet de la bebida, sino que me conforta saborear su cálido trago. Fuera de casa o en el bar, no prescindo del café concentrado de máquina, pero en el hogar mis dosis se reducen al café instantáneo. Suelo apurar de éste seis o siete tazas diarias, y en contra de lo habitual en otros, a mí no me quita el sueño. Antes de acostarme, no me privo de mi correspondiente taza.

 Sé que la geografía del café es fascinante, y que para los adictos llega a constituir toda una aventura. Una exótica aventura. Su periplo nos llevará por varios continentes y un sin fin de países:
Colombia, Brasil, Kenia, Tanzania, Java, Viet-nam, etc...Permanezco en la creencia, no sé si acertada, de que el café como tantas otras cosas: la patata, el maíz, el tomate,  provino de América, aunque tengo entendido que su consumo se introdujo en Europa a través de Turquía, por lo que es probable que mi creencia sea errada y el origen bien distinto. Desde el Asia menor se difundió a Italia, en la cual se desarrolló el arte de elaborarlo. En la Venecia del XVIII tenía todavía gran predicamento el café  alla turca. Recuerdo que la única vez que probé la especialidad otomana fue en Atenas, y debo confesar que me supo a serrín. Hube de neutralizar el áspero dejo que me produjo, apurando la generosa jarra de agua fresca que se sirve en las tabernas ubicadas frente al ágora.

El spresso italiano, que se erige en colmo para los anglosajones, ofrece demasiado cuerpo y se consume de un sorbo, por lo que cuando visito Italia suelo recurrir al machiatto. El capuccino supone una de las grandes delicias de Italia, como los espaguetis  alla arrabiata  y los caldos toscanos, pero goza de semejantes precauciones que el té inglés de las cinco. En el norte de Europa se consume cierta agua chirle a la que llaman café.

El café como tantas cosas es una arma de doble hoja, por uno de cuyos filos puede resultar letal. Se recomienda el consumo moderado; en caso contrario podemos encontrarnos con el espectro de Balzac,
que redactó su Comedia humana durante arduas e inclementes madrugadas, bajo el estímulo de ingentes medidas narcotizadoras de café, que el mismo elaboraba  en un infernillo de alcohol, sobre el que siempre ardía su preciada cafetera. En suma, el café para degustarlo apropiadamente exige huir del abuso, y sobre todo hacerlo en una taza cuyo continente sirva para realzar el bebedizo, descartando cualquier recipiente que chirríe con el tono moreno de la infusión. Beberlo en un tazón azul, pieza de entre mi vajilla que descarto, malograría sin duda la magia de tan grato momento.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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