Rabia por sentir
la mella del hierro en las entrañas,
la ponzoña del ácido
que corroe del corazón
el tierno seno,
pues en el mana
la fuente de toda esperanza,
el cómplice secreto de Dios;
como en él fecunda el fruto de los sueños
cual frágil pájaro de la libertad.
Abomino del hombre que perturba
de la confiada entraña
el dulce bálsamo, que siembra
discordia en las aguas
en reposo de la paz.
Huye de los labios lisonjeros,
del corazón donde fragua
la hiel estéril de la envidia,
porque su saeta envenenada
solo busca
establecer en tu pecho
el yermo reino de satanás.
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