Recuerdo que mi primera aproximación a Handel fue a través de un casette donde se recogía una selección de arias y corales de El Mesías. No recuerdo a los intérpretes, pero si la luminosidad de las voces y la vibrante exaltación de una música conmemorativa de la venida al mundo del Salvador. El impacto de aquella música perduró, hasta que pude hacerme años después con la versión de Karl Richter. Paralelamente a la audición de El Mesías me procuré las restantes obras más populares del autor: su Música acuática y su otra composición sobre los Fuegos artificiales, a mi juicio obras anecdóticas que apenas revelan la magnitud de la obra handeliana. Obra ingente que abarca desde numerosos oratorios a una infinidad de óperas difíciles de evaluar, asi como obras selectas como su "zarabanda", que ocupó la imaginación de Kubrick durante el rodaje de su Barry Lindom.
Tras la vívida permanencia de la sublime música de El Mesías, al cabo de los años me adentré, con espontaneidad de aficionado, en las caudalosas aguas de su prolijo catálogo. Operas fascinantes como Julio César o Rinaldo, donde su genio da claras muestras de su versatilidad; pero sobre todo quedé impresionado con la versión del Xerxes por el English Concert, con la contralto Anne Murray en el papel protagonista. Constituye la obra una sucesión de arias portentosas, a cual más brillante e inspirada. Seguir las andanzas amorosas de este Xerxes de salón dieciochesco supone toda una delicia.
No recuerdo haber disfrutado tanto una ópera sino con Mozart. Añadir que sus grandes oratorios también carecen de desperdicio: baste mencionar su Moises en Egipto o la Resurrección, entre los que conservo en mi discoteca. Porque lo mió con Handel se adentra además en el camino más esencial para el hombre: el religioso. Su incomparable himno ¡A Ti, la gloria!, del oratorio Judas Macabeo, no puede entonarse sino con todo el fervor en los labios. Nada puede llenar el corazón de más gozo que este cántico triunfante y solar de la pascua de resurrección:
¡ A ti la gloria,
oh nuestro Señor!
¡A ti la victoria,
gran libertador!
Te alzaste triunfante,
lleno de poder,
cual el sol radiante
al amanecer.
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