Seguramente con su 5ª sinfonía o de la Reforma Mendelssohn quiso sacarse su espina racial. Se sabe que su familia, judía, abrazó el protestantismo. Querríamos creer que su bautismo fue sincero y no un calculado acomodo frente a los prejuicios latentes en Alemania. De algún modo el compositor quiso expresar el tributo de su nueva fe con la ofrenda de una sinfonía. Si seguimos su biografía la obra tuvo un moderado alcance y no llegó a estrenarse en conmemoración del 300 aniversario de la
Reforma. Se conoce que fue obra de juventud, no suficientemente valorada entre las obras del maestro. Frente a la sinfonia italiana y la escocesa, su cima quizá esta última, hay que reconocer que la obra presenta ciertas carencias; su estructura es desigual y su riqueza melódica objetable. Acaso sea en el primer movimiento donde obtenga mayor realce la obra. Pero para nosotros, los reformados, es en el cuarto, donde desarrolla el tema coral del Eine feste Burg ist unser Gott! (Castillo fuerte es nuestro Dios) donde la música mendelssohniana nos estremece. Confieso haber abierto mi corazón a su raudal sonoro, sumiéndome a la hermandad coral luterana. Pues es en el coral donde la congregación alcanza las antesalas del cielo con sus alabanzas. Oyendo Castillo fuerte es nuestro Dios, nuestra fe se robustece. Su sublime melodía y la hondura del poema, de puño y letra de Lutero, nos reafirma en nuestra convicción cristiana. Mendelssohn acaso renegase un tanto de la obra, no creyéndola en la cima de sus ideales musicales, pero para nosotros los creyentes mantiene viva esa llama que perdurará por las generaciones.
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