Mes de Esciroforión.
En la planicie de Mantinea
pugna, furia contra táctica,
la flor de la milicia helena.
De un lado, Esparta la atávica,
ferviente su sangre guerrera.
Tebas, la contrincante,
si aliada del persa
como Heródoto cuenta,
hoy su sacra falange
decide la suerte de Grecia.
Esparta presenta la élite,
broqueles ceñidos a lanzas,
de su formación compacta
de spartiatas y équites;
sus escudos divide la lambda,
sus cortas espadas
el valor las alarga.
El disciplinado ejército
el rey Agesilao comanda,
de complexión, pequeño,
su espíritu sin tacha.
En su nobleza conviven
el rigor espartano
y de Licurgo las Tablas.
Hoy en su ánimo pesa
la horrenda deuda de Leuctra,
donde el tebano osado
perpetró su oblicua estrategia.
Solo la sangre beocia
resarcirá del luto a Laconia.
Dispuestos para la muerte
maniobran sus hoplitas
al son marcial de los pífanos.
Antes de trabar batalla
entonan el peán del triunfo.
Con violencia de erizo
se opone la hueste tebana
en la llanura de Arcadia,
prieta la formación
guarnecida por sus armas;
las lanzas en posición,
ondean penachos y oriflamas
A la cabeza, selecta, la tropa
que Epaminondas manda;
fiados en sus argucias
no conciben la derrota
ni intuyen el ocaso que aguarda.
Son tan fuertes sus afectos
que no escatiman de sangre
ni tan siquiera una gota.
La fe en su beotarca es ciega;
atentos a sus señales,
no pierden de vista su cimera.
Con la bravura del cíclope,
el contundente ariete
se abate contra los dorios;
fiadas en su experiencia
se aprestan a resistir,
firmes sobre sus grebas,
la filas lacedemonias.
Se promete gran recompensa
para el hoplita que trunque
la cabeza de Epaminondas.
Guerreros de toda la liga,
mantineos junto a eleatas,
espartanos, atenieses y aqueos,
buscan la oportunidad
de merecer tal trofeo.
La furia de ambas falanges
se confunde, bronce con bronce,
en la vorágine carnicera.
El trabazón de los cuerpos
supura por mil heridas,
mientras la llanura gime
anegada de sangre vertida.
En la confusa refriega
la afilada punta de un dardo
atraviesa la coraza,
entre el corazón y el brazo,
del mejor hombre de Tebas.
Si impulsada por el arco
de Antícrates, Maquerión o Grilo,
el origen no es preciso.
La enorme tensión del conflicto
cede, por fin, al empuje tebano;
la resistencia espartana
rompe la cohesión en su flanco
y en angustiada carrera
revive el espectro de Leuctra.
Epaminondas, caído,
reconoce que la victoria es cierta.
Y antes de extraer la flecha,
que será letal sin paliativos,
a sus capitanes congrega.
Después de Mantinea
ninguna polis igualará
las glorias de Tebas.
De la leyenda es el dicho
que antes del último estertor dijo:
"Puedo morir en paz,
pues muero invicto".
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