Para todo aquel que tiene el vicio de escribir, sobre todo en los comienzos, los concursos literarios se presentan como una apetitosa tentación, tan atractiva o más como la que suponen los juegos de azar.
¿Qué escritor no ha soñado con el éxito fulminante, con el pasar de ser un desconocido emborrona cuartillas a la merecida celebridad? Porque quién escribe siempre cree en el mérito de su obra, y que antes o después será considerada. Sobre tal entelequia se manifestó Bolaño en una entrevista, señalando que cada escritor se cree merecedor de la posteridad, cuando en realidad a cuán pocos llega. También Bolaño tuvo sus veleidades de concursante literario, participación en su caso correspondida por el éxito. Cuando pasaba más hambre que Carpanta, fue asiduo de los concursillos municipales y regionales, llegando a embolsarse alguna calderilla que otra. Tengo entendido que para tales lides fue apadrinado por Antonio di Benedetto, otro insigne concursante a convocatorias de poca monta, pero que le servían para apropiarse de alguna perrilla suelta que nunca está de más. La verdad es que este padrinazgo o contubernio competitivo entre Bolaño y Benedetto despierta en mi ánimo ciertas incertidumbres. Pero quizá solo esto sea el resquemor del concursante que ha participado y ha sido ignorado sin recibir ninguna mención. Acabo de terminar un cuento de ocho páginas. Lo considero bien escrito aunque no llegue a convencerme del todo, y lo curioso del caso es que aún me reste humor para pretender enviarlo a algún concursillo que otro. Claro que el galardón deberá superar los mil euros. ¿ No tiene sorna la cosa?
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