Ha muerto Zefirelli. Recuerdo con gusto una de sus últimas películas, Té con Mussolini. En ella se retrata la lucha de unas mujeres en pleno fascismo por preservar el patrimonio artístico de Toscana. El cine de Zefirelli, por su gusto estetizante, resulta algo frío. Una de sus grandes obras, Jesús de Nazareth, supone un acercamiento más bien meloso a la figura más importante de nuestra historia. El secreto quizá estribe en su condición de católico y homosexual. En esta segunda faceta se sabe que mantuvo relaciones con Visconti, a quien no se le escapaba una o uno. El milanés desde las idealidades dionisíacas de su "Muerte en Venecia" quiso corromper a la intelectualidad por las generaciones. Aunque esto no debe resultar difícil, atendiendo a las conclusiones de Thomas Mann en la novela homónima, cuando señala que la búsqueda de la belleza es una dedicación femenina. ¿No están acaso sus dominios regidos por una diosa? También Mujica Lainez fue consciente de ello. Otros, en lugares distantes como Japón, advirtieron tal deriva en la misma sociedad. Mishima, empezando por reconocerlo en sí mismo, identificó que tales lacras, con las nuevas costumbres, los nuevos dioses que habían reemplazado a los suyos centenarios, iban creciendo en una sociedad entregada al hedonismo consumista y la indiferencia ante cualquier exigencia ética. Los valores que habían primado en las épocas más esplendorosas de Japón hoy escaseaban en una sociedad sin otro interés que no fuera el pecuniario y donde las costumbres occidentales venían a suplir a las tradicionales. Sin irnos tan lejos, también en nuestra sociedad se adivinan nuevas pautas en las relaciones humanas. ¿Será porque las tradicionales están periclitadas, o por qué la sociedad ha perdido todo auspicio sobre su destino? Huérfana de ideales se diluye en la molicie y la disolución. ¿O será tal vez que ahora prevalece el ideal de los que no tienen ideales? ¿ Es éste el contenido de la sociedad del bienestar?
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