preciso de la aurora el claro,
acompañado el despertar de un grito.
¡Tantos silencios se agolpan
en el umbral de las horas!
Melancólicas cadencias de infinitos
serpentean en los intervalos
indolentes de un piano de club:
Un negro intercala un monótono feeling
en el dominó extendido de un viejo Kaway
ensartando racimos de notas perladas
mientras un eco remoto inflama
el recuerdo de la voz doliente de la Holyday
en olvidadas veladas proscritas.
Cada ausencia se disipa a tragos de alcohol,
dejando morir el alma a cada nota del blues.
Son horas hondas y solas de una madrugada
insomne donde buscamos atrapar
lo agazapado, lo íntimo, el misterio vedado
que la vida nos sustrae a cada paso
en el recuento superfluo donde se malgastan los días.
Voz contrita, voz venal, entre coronarias laceraciones
en las que se concreta el abecedario
indescifrable de la esencia de cada cosa
y buscamos en el misterio el sinsentido del dolor.
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