Las cumbres de Sils María
El nacimiento de los deseos no deja de ser para el hombre un enigma. Enigma menos hermético si se cuenta con una tentación a la mano como la que supone internet. Al abrir una de sus páginas, cierta propaganda me tentaba con la carnada de conocer los diez pueblos más bellos de Suiza. Se puede decir que he estado en Suiza, al menos de refilón. No recuerdo si una o dos veces he visitado Ginebra y algún que otro paraje puntualmente, como las cataratas del Rhin. Pero conocer a fondo, lo que se dice conocer, no la conozco. Me vienen a la memoria las postales idílicas de ciertos calendarios que una generosa madrina tutelar cristiana enviaba a casa cada navidad. Sus bellos paisajes, de Lucerna o Zermatt, con el Cervino de fondo, alimentaban nuestra fantasía. Varias veces he barajado hacer el viaje definitivo a Suiza, pero unas u otras circunstancias, lo han impedido. Hoy entre ese abanico de pueblos extraordinariamente bellos e idílicos, se han inmiscuido las vistas de un lugar que retiene singularísimas resonancias, Sils Maria. Su paisaje es epatante. No resulta gratuito que tal rincón contara con la predilección del "sombrío viajero". La luz resplandeciente de su belleza tal vez iluminara milagrosamente sus ojos áridos. Nietzsche sitúa en Sils María el nacimiento de la intuición de su "eterno retorno", fundamento metafísico que luego desarrollará la figura de Zaratustra. En Sils Maria hay constancia del paso del filósofo; conserva su modesto retiro burgués, que mantiene su memoria avalada por una nutrida biblioteca donde se condensan títulos tentadores de su obra. Nunca se me había ocurrido la posibilidad de visitar Sils María, como tampoco Davos-platz, pese a mi devoción por la Montaña Magica, de Mann. Sin embargo, las hermosas vistas de las montañas y el lago, junto al hecho de conocer aquel lugar transcendente para el filósofo por el que profesamos admiración pero con el que mantenemos profilácticas distancias, han despertado las apetencias de esas lejanas cumbres Suizas, donde seguramente el hombre se encuentra más cerca de lo absoluto, de Dios, de uno mismo.
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