Paso indiferente entre las joyerías
de los grandes almacenes,
porque su mucho valor
no pasa de ser efímera vanidad,
mientras que el libro
que llevo bajo el brazo
del cual leo algunos versos,
deslumbrado por el brillo
del oro y de las gemas
sirvientes del gobierno de Plutón,
es verdadera riqueza para el corazón,
nutriente de mi intimidad y de mi sosiego,
fuente, alimento.
Bebiendo los sorbos de su savia consoladora,
ahuyento de mí el temor a la muerte.
Porque los goces del metal
solo me recuerdan su frialdad sepulcral,
silencio inerte frente a la vitalidad
espiritual de la palabra,
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