Oh, verdes prados de Asturias,
al regazo de tus valles
no hay corazón que no halle,
entre resoles y lluvías,
esplendores que te canten.
Del río las aguas vivas
en los guijarros se parten,
los remolinos de espumas
como flores blancas se abren.
Nada te enaltece, Asturias,
como el vigor de tus cumbres,
donde las nieves sombrías
perdurar tienen costumbre.
En tus arroyos de altura
para abrevar se detienen
indóciles potros, dura
la casta de que provienen,
imposible su montura.
Así los hombres astures,
que cuando el dolor acude
y muestra su catadura,
las recias cadenas sacuden
y exhiben su envergadura.
Tal nos narran los años,
que siendo todo perdido,
los españoles vencidos,
surgió la cruz de Pelayo.
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