La figura de Nietzsche va íntimamente ligada a las rebeldías de mi junventud. El representaba la propuesta de ese cambio de valores que reclamaba nuestra bisoñez inconformista. Bajo sus aforismos envenenados se tambaleaba el edificio de la conciencia burguesa y se entreabrían los horizontes hacia una nueva era que ya se anunciaba. Era el Crepúsculo de los Ídolos, la defenestración de todo lo que hasta el momento se había creído bueno y respetable. No sólo arremetía contra el racionalismo, columna vertebral del pensamiento hasta entonces, sino que descreía de los cimientos metafísicos del cristianismo. Las hasta entonces intocables figuras de Sócrates y Cristo eran puestas por él en entredicho.
Lo de Sócrates, parecía cantado, pues ya con Schopenhauer se ponía en duda la preeminencia de la razón sobre la voluntad; pero en cuanto al cristianismo, resulta bastante amargo que aquella crítica demoledora procediera precisamente del hijo de un clérigo. Esta fobia en Nietzsche, más que dirigida a la figura de Cristo, a quien en el fondo parece admirar, se antoja encaminada al papel histórico ejercido por la iglesia, cuya moral gregaria no deja de repudiar su espíritu aristocrático.
¿Qué nos hiciste, Nietzsche? Nos lanzaste con el rabo entre las piernas al páramo desolado de lo impredecible, a un camino desaforado que nos precipitó en los círculos dantescos del infierno. Por seguir tus propuestas arriesgadas perdimos la brújula en una encrucijada de incertidumbres.Supimos solo de la desolación. Los embriagueces de Dionisos nos echaron a perder y en nuestro desbocado desvarío reclamábamos si quiera un hálito de paz inefable. Pues tras la estela del superhombre tan solo descubrimos una muchedumbre de miradas yertas, unos brazos extendidos que nunca encontraron la compasión, un erial infecto de cadáveres, el grito desolado del hombre rajado en canal. ¡Qué duro fue el precio de esta apostasía! ¿Voluntad de poder?: Inhumano, demasiado inhumano.
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