He llegado de vacaciones unos días a Madrid. Como está siendo un verano benigno, el calor no es riguroso y se puede resistir aun en las horas más inclementes. Me hospedo en el hotel Mediodía, cuya fachada enfrenta la antigua entrada principal de la estación de Atocha. Es un hotel medio, con los servicios indispensables para no sentirse deprimido. En la juventud ya probé de sobra las carencias de las pensiones baratas, con baño compartido e insomnio asegurado, hediendo a mueble rancio y lejía corrompida. Prefiero pagar un poco más y concederme a mis años el confort del aire acondicionado y la pulcritud en el baño. El Mediodía es un buen hotel, sin grandes lujos pero recomendable; tiene cerca una boca de metro y su ubicación no dista mucho de la cuesta de Moyano, el Retiro y el triángulo del arte; es más, una de sus fachadas incluso colinda con el Reina Sofía.
Una vez instalado en el hotel, me he calado el sombrero y colgado el bolso de mano, en el que no falta algún libro y aquellas cosas de las que nos es aconsejable desprenderse durante el viaje, y me he lanzado a Madrid. Tras concederme un pequeño refrigerio en el Brillante, me he encaminado relajadamente a la cuesta de Moyano.
No sé si es por el mes en curso, núcleo del período vacacional, o la crisis evidente por la que atraviesa el libro, pero encontré la feria algo desangelada, escasa de público y con buen número de sus casetas cerradas.
En un primer vistazo a los puestos, no descubrí ningún título recomendable. En este tipo de ferias suele buscarse el ejemplar insólito, a un precio cuanto más económico, mejor. Entre tal baratillo literario, esperamos ver relucir la joya que justifique la meticulosa búsqueda. No sé si fue joya, perla o jade. Al fin, en una de las casetas, cuando ya casi concluía la acusada cuesta, hallé algún material de interés. En la sección de poesía, se barajaban ciertas ediciones infrecuentes: viejos premios Adonais, entre ellos la obra de José Infante y otros cuyos títulos y autores no recuerdo, así como obras de editorial Losada, en primera edición.
Entresaqué un ejemplar de "A la pintura", de Alberti, por el que no ha poco, en Alicante, me pidieron alrededor de los viente euros, a tan solo tres. A ello se unió la sorpresa de hallar entre aquel revoltillo "A la inmensa mayoría", de Blas de Otero. Con aquellos dos volúmenes quedé satisfecho, pero aún esperaba cruzarse en mi camino una 1ª edición de "El Jarama", de Sánchez Ferlosio, por tan solo diez euros. Interrogué al vendedor por la razón de tan bajo precio por una 1ª edición de obra tan fundamental en la literatura española contemporánea, pero solo supo aducir cuestiones de mercado, de tirada, de localización.
El mundo de las primeras ediciones es difícil de entender. Cuesta convencerse de que las obras, por ejemplo, de Mujica Lainez se coticen a precios al alcance de cualquiera, y las de García Márquez resulten inasequibles.
Abandono Moyano. Hasta bien entrada la tarde vago por la ciudad. Encuentro un oasis en el café del Príncipe. A través de sus ventanales se contempla la vida de Madrid. En sus pequeñas mesas se goza de un inexplicable intimidad, que se solaza con el mundo que bulle en derredor. Es un lugar idóneo para leer, escribir, o simplemente meditar. Pese a la reducida separación entre mesa y mesa, allí se siente uno consigo mismo, con todas las intensidades del alma a flor de piel. Verdaderamente, me siento compenetrado con ese café. Desde sus claraboyas de planetario, se divisa un Madrid que me complace, un Madrid cotidiano que gusta descubrir, pero sin muchos compromisos. Si en el café Gijón parece haberse desvanecido toda vibración literaria, encuentro en el café del Príncipe la pulsación adecuada para la poesía, para hacer de él un recoleto café literario. Me extraña que la fauna plumífera no haya llenado ya su atmósfera de metáforas y ripios. Se sabe que no lejos se ubicaba el renombrado Parnasillo, café por el que discurrieron las personalidades más pintorescas de nuestra literatura.
Existen libros que uno busca adrede, cuando la obra de cierto autor o un tema determinado ha despertado todas las expectativas. Pero también se da el caso de obras que te van saliendo al paso, como si la iniciativa partiera de ellas. Tal es el caso de "Labour´s Love´sLost" (Trabajos de amor perdidos). Shakespeare, para cualquiera que ama la literatura, es lectura obligada. Poseo las obras completas del genio de Stradford, pero dicha comedia nunca había suscitado mi interés. Fue insinuándose en mi vida a raíz de la lectura del Dr. Faustus, de Thomas Mann. "Labour´s Love´s Lost" forma parte del corpus musical del protagonista de la novela, el compositor Adrián Leverkhun. En uno de los capítulos se nos describen los pormenores de esta primera obra programática del innovador músico germano, cuya versión es bien acogida por crítica y publico. Tal fue un primer contacto con la obra. Tiempo después, tuve oportunidad de adquirir u ejemplar de colección en un mercadillo dominical. Así la obra fue revelándose a mi conocimiento y, por fin, en Madrid, casualmente constato que se representa la comedia en el Teatro Alcázar, en la madrileña calle de Alcalá. Cómo no, asistí a la representación. Montaje e interpretación resultaron bastante dignos y, como siempre, la versatilidad de verbo shakespeariano no defraudó. Me fui a dormir con esa miel en el alma que solo pueden sembrar los genios. Entre los rescoldos del Bardo me venían a la memoria la arias exquisitas del "Cosí fan tutte", de Mozart.
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