Pero yendo un poco más al grano, concretemos que la media cultura de Abad provenía de haber recibido una formación parcial, sesgada, nunca global. Y esta peculiar característica derivaba de que Gumersindo era un gorrón cultural. Al igual que existen individuos que han fumado toda la vida de gorra, y por eso a la vejez padecen parcial enfisema pulmonar o cáncer benigno de pulmón, hay otros que han leído toda su vida de gañote. Gumersindo era, por así decirlo, un lector furtivo. Su bolsa menguada, cuyo presupuesto no alcanzaba nunca a la adquisición de libros, lo obligaba, en su recorrido por las librerías, a saquear de forma corsaria toda joya literaria que le viniera a mano en las distintas bibliotecas. No se trata de que Gumersindo fuera un empedernido cleptómano, pues su inclinación se remitía a la lectura sine pecunia del amplio parnaso literario, cuestión como ninguna otra que más reviente al comerciante.
Gumersindo, cuando reconocía distraído al librero o atareado con unos clientes, escogía un libro del estante y se ponía a leer. Así había leído durante años los obras más recomendables de la cultura de occidente. Pero existía un inconveniente, ya que Gumersindo se iba cultivando, durante sus reiteradas visitas a los templos bíblicos, con la fruición del lector voraz, de aquellas obras dilectas solo hasta antes del percance de que fueran adquiridas por algún cliente, de forma que su aquilatada educación quedaba incompleta, deslavazada, manca. Cuando tal accidente transaccional sucedía, tenía que interrumpir su necesario recreo cultural., y la lectura de tal o cual obra quedaba suspendida. Así había disfrutado Los miserables hasta el capítulo de la batalla de Waterloo, El Quijote hasta las bodas de Camacho, Hamlet hasta la muerte de Ofelia, o Jane Eyre hasta antes de revelarse el misterio de la mujer de Rochester, etc. Como resultado, reconocemos a Gumersido como lector medianamente formado, de diletancia mutilada y de medias tintas.
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