Aunque he leído algunas obras dedicadas al movimiento impresionista, entre la pléyade de pintores que lo compusieron siempre se me había sustraído el nombre de Gustave Caillebotte. El elenco de sus grandes nombres se me agotaba en Sisley. Por eso hay que incidir en que la obra de Caillebotte no es nada desdeñable. Si bien no alcanza el desarrollo de la de un Monet o la radicalidad de Gauguin o Van Gogh, se distinguen en él particularidades muy meritorias.
La exposición celebrada en el Thyssen-Bornemisza nos muestra una síntesis cabal de su itinerario pictórico.
Desde las primeras aproximaciones al paisaje impresionista, a sus coincidencias con Monet, Pissarro o Cezanne (fue mentor de alguno de ellos), sin pasar por alto obras de madurez, de gran maestría en sus paisajes, acabando en una última etapa personal, alejado de la mundanidad artística, donde se consagra a su otra gran vocación: la botánica. Se convierte en un extremado especialista en la pintura floral. Su devoción por los crisantemos se consuma con una serie de telas que no dejarán indiferente al espectador.
Oí mentar el nombre de Caillebotte en la película de Woody Allen, Mightnight in Paris, pero nunca pensé que la curiosidad nos reservara tal sorpresa.
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