LA PROMESA

Llevo flores a la tumba de mi padre.
Reclamo a Dios su descanso bajo la lápida oscura.
La luz de la mañana deslumbra sobre las mármoles:
laberinto de despojos ordenados con geometría de panal.
Hasta en la ciudad de la muerte persiste la vanidad humana.
¿Acaso no llegan a comprender que tal tentativa es insignificante?
Los rayos del sol parecen arder sobre mi ropa enlutada.
Aquí todo es silencio. Se agradecería el trino de  algún pájaro;
pero sólo se percibe la punzada de un mustio aroma,
la cristalina frialdad del mármol, la sombra de una efigie,
el pulso detenido del tiempo. De nuevo, el silencio
La muerte de mi padre se presentó de repente; no me dio
tiempo para reflexionar. Su vida se apagó sobre la cama
ajena del hospital, donde se deshicieron los livianos lazos
que ya lo ataban al mundo. Tenía 91 años y su fragilidad
no pudo sobreponerse al crudo invierno.
Hasta entonces la muerte solo era un pequeño borrón
en el discurso de la vida; desde entonces la vida solo es
un corto preámbulo frente a la desmesura de la muerte.
¿Qué nos queda, Señor, sino la misericordia de tu promesa?

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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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