Seguramente el adagieto de la 5ª sinfonia de Gustav Malher no fue escrito pensando en Venecia. No obstante, a día de hoy su desvinculación resulte trabajo baldío. Visconti, en contacto permanente con el mundo de la gran música (su relación estrecha con las bambalinas de la ópera es de sobra sabida), poseía un refinado olfato musical a la hora de elegir entre las más excelentes partituras para sus peliculas. Repasando ahora su filmografía, sin duda quedarán ejemplos que se nos escapan. En estos momentos recuerdo tres de sus incursiones en el universo musical clásico. Antes de la Muerte en Venecia, Visconti rodó Senso, con Farley Granger y Alida Valli, actriz que quizá sea más recordada por el Tercer hombre. Para Senso Visconti cuida especialmente la banda sonora. En ella recurre para su tema principal a un autor que, dentro de la órbita de la música clásica, puede reconocerse como de minorías: Anton Bruckner. Bruckner fue un compositor austriaco que devolvió su esplendor a la sinfonía tras el huracán wagneriano. Para la película Visconti elige la 7ª, de la cual se cuenta que fue escrita tras conocer el autor el fallecimiento de Richard Wagner. Porque fue Wagner quien abrió para Bruckner las puertas del Parnaso tras reconocerlo como la nueva voz del género sinfónico. Prudentemente, Bruckner renunció a componer óperas. La biografía de Bruckner nos habla de un hombre sensible, entregado enteramente a la música. Alcanzó la cima en su últimas sinfonías, de las cuales la 9ª es de las más interpretadas, y con sus Misas y Te Deums. No cabe duda que la música de Bruckner se restringe a ámbitos selectos de iniciados, entre los cuales obviamente se movía Visconti, que con Senso supo abrir el ventanal a ese mundo sonoro desconocido, por el que todavía navegamos, hasta ir a recogernos en esa isla paradisíaca donde reina la belleza.
Pero Visconti, lanzado el señuelo, no pretendió dejarnos ayunos, y para ello nos preparó una comida suculenta con su film quizá más recordado, Muerte en Venecia. Acudió para tal menú al mejor Malher de la 5ª y 3ª sinfonias. Sobre el "adagieto" de la 5ª -en realidad su cuarto movimiento en una sinfonía de cinco, con lo que trasgrede la forma sonata implantada por Beethoven y el clasicismo-, fundamentó el film, a cuyo mundo nos introduce, a través de sus fotogramas, en el amanecer de una Venecia traspasada de estímulos emotivos, y envuelta en una atmósfera exquisita en la que se retrata la ambigüedad del film. Mi conocimiento de Malher seguramente date de la contemplación de la película de Visconti, cuyo recuerdo parangono al culmen de una experiencia embriagadora. Pudo ser Visconti, pero fundamentalmente fue Malher y la vivencia totalizadora del arte, en donde, como diría Shelling, se reconoce lo absoluto en lo particular. Ahora, cuando vuelvo a ver el film, noto en su factura cierta mórbida gelidez, que la levedad vaporosa del adagieto no consigue mitigar.
La tercera aproximación del director milanés a la gran música se da en uno de sus filmes menores: Confidencias (o grupo de familia en un interior). Título más plástico que musical, pues del diletantismo del viejo profesor protagonista (Burt Lancaster) hacia la pintura se infiere el titulo de la película. En ella se retrata el mundo grosero de la alta burguesía en un interior resguardado de la vicisitudes sociales. En esa torre de marfil habita un viejo profesor cuya pedagogía intenta trasmitirnos. Recluido en su arca de Noé artística intenta sustraerse de la debacle que augura para el mundo. No lo conseguirá pues todas la fuerzas hostiles de éste se infiltran en la casa, al admitir como inquilinos a un heterogéneo grupo familiar. Y para huir de todas aquellas mezquindades que le sobrevienen solo le resta un recurso, imbuirse en la música. El aria de Mozart : "Vorrei spiegarvi, oh Dio!" constituye por unos momentos su tabla de salvación, la seguridad de un remanso en el torrente desbordado de los acontecimientos.
Pero Visconti, lanzado el señuelo, no pretendió dejarnos ayunos, y para ello nos preparó una comida suculenta con su film quizá más recordado, Muerte en Venecia. Acudió para tal menú al mejor Malher de la 5ª y 3ª sinfonias. Sobre el "adagieto" de la 5ª -en realidad su cuarto movimiento en una sinfonía de cinco, con lo que trasgrede la forma sonata implantada por Beethoven y el clasicismo-, fundamentó el film, a cuyo mundo nos introduce, a través de sus fotogramas, en el amanecer de una Venecia traspasada de estímulos emotivos, y envuelta en una atmósfera exquisita en la que se retrata la ambigüedad del film. Mi conocimiento de Malher seguramente date de la contemplación de la película de Visconti, cuyo recuerdo parangono al culmen de una experiencia embriagadora. Pudo ser Visconti, pero fundamentalmente fue Malher y la vivencia totalizadora del arte, en donde, como diría Shelling, se reconoce lo absoluto en lo particular. Ahora, cuando vuelvo a ver el film, noto en su factura cierta mórbida gelidez, que la levedad vaporosa del adagieto no consigue mitigar.
La tercera aproximación del director milanés a la gran música se da en uno de sus filmes menores: Confidencias (o grupo de familia en un interior). Título más plástico que musical, pues del diletantismo del viejo profesor protagonista (Burt Lancaster) hacia la pintura se infiere el titulo de la película. En ella se retrata el mundo grosero de la alta burguesía en un interior resguardado de la vicisitudes sociales. En esa torre de marfil habita un viejo profesor cuya pedagogía intenta trasmitirnos. Recluido en su arca de Noé artística intenta sustraerse de la debacle que augura para el mundo. No lo conseguirá pues todas la fuerzas hostiles de éste se infiltran en la casa, al admitir como inquilinos a un heterogéneo grupo familiar. Y para huir de todas aquellas mezquindades que le sobrevienen solo le resta un recurso, imbuirse en la música. El aria de Mozart : "Vorrei spiegarvi, oh Dio!" constituye por unos momentos su tabla de salvación, la seguridad de un remanso en el torrente desbordado de los acontecimientos.