Nos ocurre con frecuencia que pensamos en tal o cual persona y al poco tiempo nos la tropezamos por la calle, o en el autobús o el cine? Tal situación se ha repetido en mi vida de forma que me hace sospechar que con fulano o mengano me unen lazos paranormales. El colmo de semejante circunstancia se ha repetido con aquellas personas sobre las que sentía un particular impulso amoroso; entonces tales coincidencias parecían regirse por la fuerza de la necesidad. En cualquier caso, aseguraría que tales encuentros tenían poco de fortuitos.
Pero ahondando un poco más en el análisis de semejantes casualidades, aseveraría que éstas también acostumbran a darse con los objetos, elementos y creaciones de otra índole. Me han ocurrido casos con los libros: haber averiguado mediante la lectura la referencia sobre cierto autor u obra determinada y descubrirla al poco tiempo en una librería. Díjérase que uno no busca las lecturas sino que son ellas las que te encuentran. Recitemente, se despertó en mi cierta obsesión al escuchar el Trio opus 100 de Schubert, que Stanley Kubrick incluyó de modo magistral en su película Barry Lyndon. Pues he de constatar que al poco tiempo encontré una grabación, no muy frecuente, con la selección de los mejores Trios del músico austriaco. En estas consideraciones, no tenemos que dejar de lado la pintura. Al descubrimiento de un pintor, le sigue un acercamiento a sus obras; de un modo directo en museos y salas de exposición, o a través de los medios gráficos o audiovisuales.
Recientemente, en mi estancia en Madrid visité el Thyssen. Allí se celebraba una exposición temporal sobre la pintura veneciana que llevaba por título: el Renacimiento en Venecia, y como subtítulo: Triunfo de la Belleza o destrucción de la pintura. En ella se quería hacer constar que en en ese predominio del color sobre el dibujo de la pintura véneta y su apasionada búsqueda de la belleza, se encerraba su propia decadencia. Pues los cuadros siguiendo tales pautas se fueron restringiendo a la técnica del claroscuro, donde los contornos se hicieron más imprecisos y imagen iba reduciéndose a difusas manchas de color.
Se puede sacar esa conclusión al terminar la exposición, pero antes se ha de pasar por ese apoteosis de la pintura que significo Venecia durante el renacimiento. La exposición contaba con una muestra variada de cuadros, entre los cuales se encontraba el "Retrato de un joven noble en su estudio", de Lorenzo Lotto. Cuadro en muchos sentidos ligado a los últimos años de mi vida y que por unas razones u otras cuenta con mis preferencias. Su ubicación natural es la Galleria de la Accademia de Venecia. Allí tuve la oportunidad de contemplarlo en mis últimos periplos italianos. El cuadro destaca por su calidad: sin duda uno de los retratos más sugestivos de la época. Pero además lo es, porque el escritor argentino, Manuel Mujica Lainez, creyó reconocer en él el retrato del protagonista de su novela Bomarzo, el duque Pier Francesco Orsini. Sea o no sea el retrato de dicho personaje, la pintura en sí misma encierra cierto misterio que no deja de inquietar. Nos habla de su personaje como hombre culto aislado en su biblioteca; nos recuerda la caducidad del tiempo o al hombre enamorado, por los pétalos esparcidos sobre la mesa junto a una carta plegada; y, para concluir, alienta sobremanera nuestra curiosidad la inclusión de esa salamandra o lagarto en uno de los ángulos del cuadro, lo cual lo envuelve de resonancias esotéricas. La interpretación final se nos escapa. No sé si el joven noble es el duque de Bomarzo, pero horas después en la Fnac de la calle Preciados encontré una grabación de la opera Bomarzo, de Ginastera, basada en la novela de Mujica, y que durante mucho tiempo busqué, siempre de forma infructuosa. Son esas casualidades que uno no acaba de aceptar.
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