noche ferviente:
apenas se han apagado los colores del ocaso,
me has envuelto con la fragancia del misterio.
Tu oscuro velo me oculta las cosas
y abre a mi conocimiento un precipicio,
un abismo sin distancia,
profundo como el fondo del dolor.
La risas se han ahogado en su desolación,
en su largo sueño sin un despertar.
Cegados los ojos en la opacidad,
tanteando el volumen de fúnebre mármol.
Noche sin lindes,
guarida de los miedos,
prolongación de una angustia
que emana del silencio, cavernoso
espacio donde la inquietud habita.
¿Por qué mi ojo sediento de la luz
se confunde inerme en la tiniebla?
¡Señor, alúmbrame la senda
para que en mi caminar eluda
la piedra de tropiezo!
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