Han repuesto en televisión la vieja cinta de Peckinpah, Pat Garret&Billy the Kid. La película me parece algo desigual, pues la encuentro a un paso del "spaguetti western". En ella destacan las figuras de un James Cobrun, en su rol característico, y de un joven Chris Cristopherson, que da alguna consistencia a un personaje malogrado en las numerosas versiones que ha prodigado el cine.
Junto a ellos aparece como secundario Bob Dylan, cuya interpretación es bastante discutible pero que envuelve con su música el espíritu del film. Dentro de la fimografía de Peckinpah es una de las menos violentas, pese a su elevado número de cadáveres. Porque la violencia en ésta cobra un aspecto teatral, el de los westerns de serie B. Con un mucho más reducido número de muertos, Peckinpah nos trasmite una atmósfera de transgresora violencia y latente crueldad en otros filmes como Perros de Paja, cuya verosimilitud golpea más contundentemente en nuestra sensibilidad.
La presencia en Pat Garret&Billy the Kid de Bob Dylan nos ofrece la lectura del film, donde se nos presenta a un Billy de una radicalidad antisistema y a un Pat Garret que ha claudicado a la presión de lo establecido. Quienes antes cabalgaron el territorio de la libertad, bajo el furor de una voluntad indomable y sin más ley que su revolver, tienen que responder al desafío que trae la civilización, cuya dimensión demoledora corrompe o extermina cualquier manifestación genuina y libertaria de lo humano. Ante tal fuerza arrolladora del sistema ambos hombres adoptan posiciones distintas, uno se deja corromper por lo inevitable, cediendo en su integridad, convencido de que nada se puede hacer frente a la presión de los nuevos, aunque hipócritas, valores de ley, orden y civilización. El otro no cederá y luchará hasta el final, sabedor de que solo puede pertenecer a ese mundo que periclita. Kid no ambiciona más cosa que ser dueño de sí mismo y no ver castrada su voluntad por la imposición de un estado. El mensaje del film es claramente libertario, que tanto Peckinpah como Dylan, hombres de los 60, claramente compartían.
Cuando veía la película y escuchaba la música de Dylan, su melodía me hacia recordar muy vívidamente la canción Pongamos que hablo de Madrid, de Joaquín Sabina. Siempre es bueno basarse en los fundamentos de un flamante Nobel.
Suscribirse a:
Enviar comentarios
(
Atom
)
0 comentarios:
Publicar un comentario