¿Me atormentas?
Pérfido desasí los lazos de tu amor;
Todo soberbia, renuncié a adorarte,
a recibir con humildad el pago de tu sacrificio.
Encadenado de libertinaje te rehuía
y me refugiaba en el bastión de mis soberbias;
entregado a mis mezquindades,
meditaba maldades sobre mí cama;
a tu fidelidad, preferí el descarrío.
Entonces Tú Señor irrumpiste en mi vida.
Como un glacial escalofrío
me invadió tu terror numinoso,
derribaste la fortaleza inicua,
soplaste como un huracán;
fuego consumidor, me devoraste el alma,
marchitaste mi lengua,
mi vigor secaste,
mi espíritu se soterró bajo un pozo
y en la hórrida oscuridad
derramaste mi corazón desolado.
Señor, de los pecados de mi juventud
no te acuerdes; mira solo
que solo hacia Ti encamino mis pasos solitarios.
¿Qué me quieres, Señor?
Aún suelo desfallecer,
pues aun resta en mí rescoldo del viejo hombre,
y el cáliz de mi maldad
aun no ha sido consumado.
¿Qué me quieres, Señor?
¿Me llamas a mirarme en tu espejo de santidad?
Ten misericordia y enséñame a servirte;
no me dejes huérfano y permíteme
apurar hasta sus heces el vino de tu sacrificio.
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