lamento de las horas muertas
que se desprenden como hojas otoñales,
resuenan como cántaros vacíos,
precipitan como lágrimas
y tocan a rebato la campana de la tarde.
Yaceré a la sombra de la enredadera
que se enrosca a los misterios del alma
penetrando de cuajo sus esencias.
En esos ojos de infinito
se circunscribe un azul de mar,
una ventana indefinida
donde se atisba el horizonte que será.
Un día los pájaros hallarán nido,
la tierra rebosará de grano
y el corcel del aire
galopará la añoranza del paisaje.
Rocío bañará las rosas de la aurora
y del cáliz del sacrificio se saciarán los labios.
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