ANFORTAS
Evita el flujo de esta agua seca,
de esta herida en el costado,
que mana inagotable, su fuego,
el ardor que me atormenta
y que sólo la esencia alada cauteriza.
Aborrece de la flor el perfume,
la apariencia sensual de su forma,
la tentadora turgencia de rosa,
su placentero deleite como promesa.
Huye donde no te reconozcas,
donde no habite más pasado que el olvido,
y en las aguas puras del secreto río
te sumerjas, lavando tu carne infecta,
limpia su mácula y el mirar, sin tristeza.
Fuente que sacia
Lucero de la tarde
¿ Cuál será ese primer lucero de la noche,
esa estrella que brilla sobre el pálido azul?
¿Por qué interpondrá su fría soledad
ante el corazón limpio y necesitado?
La creación canta cual fuente que mana...
por eso tú brillas primero; asomas
como el heraldo anunciador del firmamento.
En tu luz lo absoluto se hace cifra,
miríadas de puntos de luz que aguardan
la caída del velo de la tarde, la última
lágrima de sol sobre la faz de la tierra.
¡Luce, estrella, porque es tu misión asignada!
¡Cómo la mía exaltarte en tu libertad callada!
No puedo dejar de mirarla
Sé que perdí la primavera.
Ya entrado el otoño, añado,
que mi rastro arrastra sus hojas secas.
El alma se envuelve de frías ausencias
y el recuerdo trae la recompensa
de una lágrima, furtiva o lánguida.
Medito en los ritos
que mi soledad congrega.
Pero hasta lo más sagrado
la costumbre harta y busco
en los días una esperanza casta.
No quiero perecer en el doler de amarla,
pues sé que al torcer cualquier esquina,
la perderé mañana.
Sólo sé que cuando la miro,
no puedo dejar de mirarla.
Y añoro su andar ligero,
su palidez tatuada,
su dulzura en mis entrañas,
la inquietud cuando devuelve
su mirada. Sé, por los años,
que la vida nada regala,
salvo penurias a ultranza.
Concluiré que cuando la miro,
no puedo dejar de mirarla.
El caso Wagner
Solitude
Siento que aún respiras a mi lado,
que mi brazo roza tu contorno.
Tras la ventana se despoja el día,
ya no brilla la luna, redonda,
purpurina. Se oye
el trino de un pájaro insomne,
el motor desesperado de algún coche.
Mi cuerpo está que arde
en el infierno de encontrarte,
en la desolación de abandonarte.
Mi alma quedó fría, la soledad
sabía que en la alcoba de mi deseo
no tendría compañía. Hoy
no sé si estás viva; si aún
amas, si aún odias, si aún trincas.
Mi sexo se hundía en el fango,
en su miseria, venerando falsas idolatrías.
Pueden dos almas quererse
pero no reconocerse.Sí,
la luna encendida, la ingratitud
de un beso amargo,
días sabiendo a olvido. Mentiras.
Zafios compadreos.
Amores que son harapos;
desengaños que solo buscan
en el fondo de la copa,
tras necesidades que nunca hallan,
descarriados en un laberinto de infortunios.
Mi soledad estaba convencida
de que no la compartirías,
de que de tu recuerdo
no me quedaría ninguna fotografía.
La soledad de Herodes ( poema)
El silencio rasga el tiempo en Makeronte,
sumido el aposento en lobreguez,
siquiera iluminado por el brillo
del aceite de unas lámparas dispersas.
Herodes está solo; junto al trono
nadie queda, ni consejeros, ni sirvientes,
ni aduladores, ni bufones ni danzantes.
Esa voz que ya ha acallado
la hoja del alfanje,
aún resuena en sus adentros
con obstinado rigor: "¡Arrepentíos!
Porque el reino de los cielos está aquí."
-¿Cuál es ese reino que aun Roma desconoce?
Tenía cerrados los ojos la testa seccionada,
pero tras los párpados se advertía su fulgor.
Grosero pareció exhibirla en la bandeja
cual manjar de un banquete desdichado.
Perdura aún el resquemor por la flaqueza
de haber cedido a unas intrigas de mujer;
pero parece aliviado de verse libre del profeta
que con el filo de su lengua atormentaba.
Las mieles del lecho de su hijastra Salomé
endulzarán el amargor de la bajeza;
así lo sueñan sus lascivias abyectas,
ávidas del prurito genital.
Le sobraban agravantes para ajusticiar
a tan incómodo asceta alborotador.
Tras la sentencia ejecutada, Herodes
permanece pensativo en su solio hipotecado,
apurando el vino licencioso en fina crátera,
escrutando en los rincones de su alma
sus sórdidas mazmorras, los férreos grillos
a los que permanece encadenado,
la aridez de sus pesares abundantes
a los que apenas humedece una corriente
ni mitiga un bálsamo de flor.
Envidiaba la paz interior
que parecía acompañar al profeta,
esa templanza con que afrontaba
el infortunio y acrecentaba su vigor.
Siquiera tembló ante la rudeza del verdugo,
ni estremecieron sus carnes,
temerosas del acero, decidido ya su fin.
Un aura serena acompañaba su figura.
El misterio guiaba su destino,
que escapa a los mortales escrutar.
Su palabra brotaba mansa pero ardía,
como abrasa el sol en el desierto,
como fuego que quema en el hogar,
hiriendo como aguijón capaz
de atravesar el fondo de las almas
y descubrir en sus miserias la verdad.
Su cuerpo enteco, de ayuno y privación,
misérrimo el vestido pellejudo,
conferían a su semblante fibroso
naturaleza de orgánico cristal,
donde transparentaban las venas,
los músculos, la virtud, su decidida voluntad..
Firme se mantuvo al ser interrogado;
sometido a cruel tortura, no abjuró
de las acusaciones proferidas,
sancionando como ilícito el tálamo real,
lecho mancillado por la culpa adulterina..
Ni un momento su cerviz claudicó
ante el tetrarca, como cualquier súbdito
que debiera pleitesía, y su mirada feroz,
en la reina, animó animadversión
y alimentó su inquina. Salomé
fue la prenda de ese juego miserable
con cuya codicia la prudencia cedió.
Herodes hurga la pústula en su llaga,
de lo que pudo haber sido y no fue.
Escuece en la carne lacerada,
entre el pus y la sangre coagulada,
la herida de tanto yerro y abominación.
Herodes no duele por la nación,
pues su estirpe es Idumea
y comparte otros dioses con Dios.
El poder lo debe a Roma, a los dados,
a la intriga, al soborno y la traición.
.
E
Ortigas de tormento
siento, al pie de un sueño efímero,
entre la ambigüedad de la nostalgia,
el manar doliente de un deseo,
entre ortigas de tormento,
con el residuo yermo del pecado,
buscando un olvido que nunca llega,
porque su ascua candente permanece.
Fuego de misterio insistente,
dormido su pulso entre infiernos,
que de cuando en cuando atizan
sus carbones en el alma.
En el crisol de lo íntimo retarda
la muestra pura.
Magma de carne sin esperanza,
sueño condenado a su miseria.
¿Por qué en latencia permanece
y su llama quiere arder permanente,
y busca combustión simultánea,
hasta que se consume y apaga?
Tirito con frío de cadáver,
cuajada el alma como témpano,
y desesperado aguardo, anhelo,
sentir otra vez, sentimentalmente,
el flujo candente por mis venas
que lleva escrita mi condena.
Ruego a Dios que no mire mis caídas
y atienda con indulgencia mis pesares.
La regla de tres
Fuera de esperar que me indignara,
que renegara del destino su arbitrario proceder.
Creí que la paloma en mi palma bebería;
que había cambiado el albur del infortunio,
pero de nuevo la vida muestra su revés.
En otro tiempo me desahogaría
con algún desaire soez, sin ánimo de ser
descortés exigiría algún por qué;
pero por desgracia el desamor
siempre es cosa de tres.
Voz que clama en el desierto!
Por los acontecimientos que se suceden últimamente en España como en buena parte del mundo debemos colegir que no podemos confiar para nada en la justicia de los hombres. Pero no olvidemos que todos deberemos responder ante la justicia de Dios.
Se nos presenta un panorama donde las instituciones y aun el propio estado hace aguas. Gobernantes inescrupulosos y políticos incompetentes sumen al ciudadano en una corriente de injusticia, teniendo que soportar una convivencia adulterada, una mengua de las libertades y un deterioro moral que vuelve los objetivos sociales y humanos poco menos que frustrados y baldíos. La corrupción se ha adueñado de los engranajes del sistema. ¿Cómo ha sido posible que líderes de ambiciones espurias y organizaciones más que cuestionables hayan escalado hasta las alturas decisorias del poder, destruyendo la cohesión social y arruinando la convivencia y todo fundamento sagrado, en donde se fortalece y afirman las aspiraciones más nobles de una nación? La nación la han desgarrado, la patria la han podrido, al ciudadano traicionado y ninguneado, pervirtiendo su identidad. ¡He aquí la voz que clama en el desierto...!
Sé que suena a disparate
Creí que no podía ocurrir de nuevo,
que la fuente estaba seca,
que nunca por mis venas
fluiría más ese tibio manar.
Creí que ya mi pecho nunca
contendría la alegre mariposa,
el rubor estremecido, la gozosa
sintonía de un corazón cordial.
Sé que suena a disparate,
que ese juego no lo volvería a jugar;
más la baraja enseña buenas cartas,
y aun lo imposible obró Dios con Abraham.
fotos
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apea.com/Francisco-Julia-Moreno/Rumores-de-hojarasca-9788412833621-i.htm?srsltid=AfmBOopFefmreFtGDvwD_2wU7izif2Q0TRAO7ARa-8poHwrndi6JPodqLuna de plata y oro
Luna, eres plata y eres oro,
según a cuál poeta...
eres fría y misteriosa,
eres clara y tenebrosa.
Espejo y geometría,
duración y silencio,
soledad y trayecto.
Tú, que contemplas el río,
que hurgas en la noche
como en la quietud del pozo,
rotunda en la vastedad del cielo,
estela en el mar proceloso.
Luna que miras atenta
doquiera te sigan los ojos.
El secreto de tu enigma
buscó un hombre tras otro;
en pos del nocturno rastro
quiso indagar tu retrato,
redondo cristal reflejo,
patena pura y sin huella,
advirtiendo que en tu ojo,
vigía de las estrellas,
se había reunido lo eterno.
Pues Dios te puso en su cosmos
para velar, del Todo, su sueño.
Cuestión de pelotas
En el país vasco se han prohibido las pelotas de goma; en adelante, las pelotas se reservan para la pelota vasca.
Seppuku (poema)
Carne de alma en el pecho de lágrimas,
urgencia escondida, voz de las entrañas
desesperadamente al filo de su nada,
de su furia de tormentos imperfectos,
enumerando el cómputo de esa cifra
estéril, mórbida, que el deseo calibra,
que la zozobra arrastra, sutileza, capricho.
Late el centro y dispersa su sonido.
Empuña la mano el óbito de acero.
¿Resonará en la tarde ese gong definitivo,
destilando el aire el jugo de la muerte,
doliente barcarola transida de crepúsculo,
samurái desventrado por el filo de su daga,
nevado el monte Fuji al fondo de la estampa?
¿Recordará algún río su paso por la tierra?
Siempre hay una Arcadia feliz
para quien no encuentra un destino,
una cruz para el cristiano,
para el oriental un loto
Silenciosa se agolpa la tristeza, flor
que despereza la intangible atardecida,
corola extenuada de consuelos,
gravitar de célula hostil y tenebrosa.
En medio del coágulo de sangre
brilla la hoja como un gozo,
el mayor dolor heraldo de victoria,
triunfar sobre un oponente misterioso.
Se agolpa la carne del alma en un silencio;
la del corazón, se le ha vuelto una rosa.
La muerte, eterno pozo.
Delicia de amar
Te miro, y te siento traslúcida,
como de cristal, leve
la carga de tus penas,
entre las que aún sonríe
el corazón. Te mueves
ágil cual gacela, miras
con tierna lealtad.
La noche de tus ojos
irradia como el día,
ligero tu blando caminar.
Adivinar cómo quieres
abre mi fantasía, bien
reservas tu delicia de amar.
Indiferencia (poema)
Indiferente fuiste a la sangre de mis lágrimas,
al infierno de ascuas de mi corazón herido,
al grito desolado que abortó mi garganta,
al fin de tanto denuedo que no se vio cumplido.
En este crudo invierno ya no quedan hojas,
las barrió el temporal que sopla quejumbroso
sobre el paisaje helado que el silencio despoja,
contemplando alejarse la barca de bogar moroso.
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