es esa fuente que sacia,
ese limpio manantial que preserva
el alma pura. Esa quimera
que buscamos en el abrazo,
en el revuelo de los cuerpos enlazados
y cuya única gloria la encontramos
en el fruto. Lo otro, amor sin esperanza,
con recompensa efímera. Gracia
que se escapa en esta carne de sepulcro,
que sólo alcanza lo amargo de la vida,
finitud, distancia, desengaño; plenitud
que anhelas atrapar, aunque sólo
queda el despojo de tu alma vacía,
de tu huerto lleno de rastrojos,
de tus momentos sin armonía,
Ese corazón parece tierno, pero
al probarlo tiene aspereza de cardo,
intenso de melancolía su éxtasis caduco.
Sólo al cabo de esa lágrima vertida
tras el umbral de la desesperanza,
sola el alma en su mismidad,
ávida de tristeza contrita, fluye
como fresca fuentecilla ese bálsamo
de gozo que el pesar aliviará,
victorioso en la lucha estéril,
fértil en el árido páramo de tu soledad.
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