Casto sueño

Casto sueño

 una matiz de añil al aire,

una brisa que es caricia,

el sinsabor de la desdicha

al contraluz que trae la tarde.

Susurran apenas los labios,

siquiera el silencio rasgan,

con ese lento abecedario

que las palabras arman

en los escondido del alma, 

que busca atónita el rastro

de esa voz que entre la calma

gozar añora su sueño casto.


Vida del corazón

Vida del corazón

 Si andas el camino de la vida,

verás en su trayecto 

inesperados desvíos, recodos,

bifurcaciones, encrucijadas,

en las que no sabrás 

qué sendero tomar.

Es posible que siguiendo

el más cómodo, yerres el destino.

Acaso no aciertes igual

con el más tortuoso, pues tal vez,

sinuoso como sierpe,

conduzca al mismo infierno.

Escoge ese estrecho pero allanado

donde se sientan firmes tus pasos,

donde legua a legua compruebes

que tu peregrinar mejora

y tu esperanza aumenta

superando cada escollo.

Sea tu propósito buscar a Dios,

fin y principio de cualquier dirección,

y por Él y con Él vivirá tu corazón.

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Borges y los toros

Borges y los toros

 Leo que Borges no apreciaba la tauromaquia. En su plática señala su poca consideración hacia el torero, al que tilda de cobarde. Considera la lidia como una pugna desigual, en la que el matador tiene todas las ventajas. Por tanto, su valor es cuestionable. Obvia la bravura del toro, definiéndolo como un animal poco menos  que indefenso, lejos de la fiera encastada que se presume. Imaginamos que su crítica aun se prolongaría en cuanto a las cualidades estéticas de la Fiesta, juzgándola acaso de barbarie anacrónica. En argentina, tierra ganadera por excelencia, no caló el legado hispano de la tauromaquia, como lo hizo en otros países de América: Perú o México. por ejemplo.

Creemos que estas conjeturas de Borges no dejan de ser una opinión. Borges enjuicia la Fiesta desde la barrera. Seguramente, desconocía en profundidad la profesión taurina, cuáles son los factores de riesgo, valor y oficio que concurren en una corrida. Es posible que no presenciara ninguna en vivo: cuanto sabía seguramente era por referencias. Nadie podrá argüir cosa diferente de que la competencia de Borges residía en los libros y que su erudición era extensamente reconocida. Posiblemente, nadie manejó el castellano como él en el siglo XX, o al menos se hallaba entre los escogidos. Pero me atrevería a afirmar que de toros sabía bien poco, que nunca supo lo significa ponerse delante de un morlaco como tampoco supo en propia carne lo que era manejar el cuchillo en una reyerta de "malevos", en el suburbio de Buenos Aires. A quien suscribe le ocurre lo mismo, pero me prevengo de opinar de lances y cuchilladas

.

Nietzscheología

Nietzscheología

 Durante tiempo se afirmó que la locura que postró y condujo a la muerte a Nietzsche se debía a un proceso avanzado de una sífilis mal tratada. Se decía que probablemente contrajo la enfermedad cuando frecuentó ciertos prostíbulos napolitanos, cosa nada rara en un soltero introvertido y cuya relación con las mujeres era poca fluida. Este argumento, sin embargo, parece haber sido desmentido en recientes análisis, en los que se enfatiza que la visita del filósofo a tales prostíbulos se redujo a la interpretación en el piano, ese piano decimonónico que no podía faltar en ninguna vivienda que se preciara, seguramente de las piezas más enigmáticas del repertorio contemporáneo, muerte de Isolda incluida. No sé lo que pensarían las putas, asombradas de suyo por el individuo más inquietante que las había visitado. Tal teoría no sé si se fundamenta en pruebas contrastables, o sólo es fruto extravagante de biógrafos osados y rumorólogos. Descartada pues la sífilis como causa de su vesanismo, se apela a cierta patología mental congénita, heredada de su padre el predicador, que sufría lapsus y desvanecimientos durante los sermones, y al que precedían algunos antepasados que acusaban cierto deterioro psíquico. Cuando Nietzsche se postró lloroso, abrazando al caballo maltratado en las calles de Turín, apuntan los niezscheólogos que fue el comienzo de la crisis demencial sobreaguda que lo llevó, tras un viacrucis de varios años, hasta la tumba. Las imágenes de los últimos  meses de su enfermedad que nos ha legado el incipiente cine son verdaderamente tétricas.

En mi opinión, existe otra posibilidad, que el estudioso moderno obvia y ni siquiera tiene en cuenta, la del carácter espiritual que acaso entenebreció su mente. Nietzsche habla de la "muerte de Dios". Quizá tal abandono lo experimentara en lo íntimo; como una huída de la potencias espirituales bienhechoras. Tales conceptos, como la "muerte de Dios" y su confrontación con el cristianismo, plasmada en su libro el Anticristo, se deban acaso a la percepción de que en su propio espíritu había huido la presencia iluminadora y salutífera del espíritu bondadoso, y su alma se habría visto envuelta por todas las huestes tenebrosas de la maldad, principados, potestades, y gobernadores de las tinieblas. El abandono de Dios abre las puertas a todas aquellas "entidades maléficas" que litigan por las almas. Porque haberlas, ¡ haylas!

Sed en agonía

Sed en agonía

 Ni tú eras para menos,

ni lo mío era para tanto.

Lo que quería ser idilio

quedó sólo en quebranto.

No es lógico que aún te ame

al cabo de tantos años, 

que mi carne se estremezca

cuando al recuerdo vienes.

Será normal aun en mi muerte,

cuando el sol se apague

y la sed de la agonía ahogue,

buscar saciarme in mortis

en el beso de tus labios,

aunque sólo deseo sea

y una la verdad concreta.


Lúbricos abrazos

Lúbricos abrazos

¿ Sabré los besos que aguardan

henchidos de nostalgias,

de puras renuncias que se fueron

como bajel que traspone el horizonte,

como lamento que ahoga el pañuelo?

Antaño creí que tales deleites serían míos,

que su cuerpo tentador conocería mi abrazo

y su alma se fundiría con mi desesperación,

y no su desamor con mi despecho.

Una vez fui suyo; no sé si ella

deseó con igual deseo; 

pero en la seducción siempre hay

una adorador y un dueño.

Esta tarde creí volver a verla;

se parecía pero no era ella.

Yo hojeaba unos libros

en una librería-café

a la que acuden los pedantes

y otros adeptos al ocio  y...

El que tenía en mis manos,

era un libro de Mann, ilustrado;

las láminas destacaban 

por un azul de mar al fondo,

sobre el que se perfilaba

la desnudez de un muchacho,

una franja beige de arena 

y un cincuentón caminando,

solitario, junto a unas barcas.

Ojeaba las estampas

pero mi atención divagaba.

Sentí como si algo recorriera

mi cuerpo, como si el instinto

agazapado fluyera y una mirada

tangencial me codiciara

con sensual agitación en el alma.

No tardó en levantarse incitada

para curiosear inquieta entre las baldas,

entresacando algún libro,

sugiriendo una invitación al encuentro,

una cómplice intimidad literaria.

Pero prevaleció de nuevo

la cautela al venial deseo;

adquirí un ensayo aséptico de Kant

y, mitigando mi voluntad cierto desmayo,

 me ausenté meditando

que la veleidad y el sexo

no son buenos consejeros.

Para un corazón en barbecho

no son recomendables

los furibundos flechazos

ni los pretéritos braseros

donde aún se fraguan

apetitos insinceros y lúbricos abrazos.

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ANFORTAS

ANFORTAS

 Evita el flujo de esta agua seca,

de esta herida en el costado,

que mana inagotable, su fuego,

el ardor que me atormenta

y que sólo la esencia alada cauteriza.

Aborrece de la flor el perfume,

la apariencia sensual de su forma,

la tentadora turgencia de rosa,

su placentero deleite como promesa.

Huye donde no te reconozcas,

donde no habite más pasado que el olvido,

y en las aguas puras del secreto río

te sumerjas, lavando tu carne infecta,

limpia su mácula y el mirar, sin tristeza.

Fuente que sacia

Buscar, buscar... lo que uno busca
es esa fuente que sacia,
ese limpio manantial que preserva
el alma pura. Esa quimera
que buscamos en el abrazo,
en el revuelo de los cuerpos enlazados
y cuya única gloria la encontramos
en el fruto. Lo otro, amor sin esperanza,
con recompensa efímera. Gracia
que se escapa en esta carne de sepulcro,
que sólo alcanza lo amargo de la vida,
finitud, distancia, desengaño; plenitud
que anhelas atrapar, aunque sólo
queda el despojo de tu alma vacía,
de tu huerto lleno de rastrojos,
de tus momentos sin armonía,
Ese corazón parece tierno, pero
al probarlo tiene aspereza de cardo,
intenso de melancolía su éxtasis caduco.
Sólo al cabo de esa lágrima vertida
tras el umbral de la desesperanza,
sola el alma en su mismidad,
ávida de tristeza contrita, fluye
como fresca fuentecilla ese bálsamo
de gozo que el pesar aliviará,
victorioso en la lucha estéril,
fértil en el árido páramo de tu soledad.













Lucero de la tarde

Lucero de la tarde

 

¿ Cuál será ese primer lucero de la noche,

esa estrella que brilla sobre el pálido azul?

¿Por qué interpondrá su fría soledad

ante el corazón limpio y necesitado?

La creación canta cual fuente que mana...

por eso tú brillas primero; asomas

como el heraldo anunciador del firmamento.

En tu luz lo absoluto se hace cifra,

miríadas de puntos de luz que aguardan

la caída del velo de la tarde, la última

lágrima de sol sobre la faz de la tierra.

¡Luce, estrella, porque es tu misión asignada!

¡Cómo la mía exaltarte en tu libertad callada!


No puedo dejar de mirarla

No puedo dejar de mirarla

 Sé que perdí la primavera.

Ya entrado el otoño, añado,

que mi rastro arrastra sus hojas secas.

 El alma se envuelve de frías ausencias

y el recuerdo trae la recompensa 

de una lágrima, furtiva o lánguida.

Medito en los ritos

que mi soledad congrega.

Pero hasta lo más sagrado 

la costumbre harta y busco

en los días una esperanza casta.

No quiero perecer en el doler de amarla,

pues sé que al torcer cualquier esquina,

la perderé mañana.

Sólo sé que cuando la miro,

no puedo dejar de mirarla.

Y añoro su andar ligero,

su palidez tatuada,

su dulzura en mis entrañas,

la inquietud cuando devuelve

su mirada. Sé, por los años,

que la vida nada regala,

salvo penurias a ultranza.

Concluiré que cuando la miro,

no puedo dejar de mirarla.

El caso Wagner

El caso Wagner
Tengo solicitada la opción a una entrada de las que pone a la venta el Festival de Bayreuth, a celebrar en agosto del próximo año. Esta posibilidad conecta con la remota tarde del pasado, en la que un jovenzuelo de 17 años sintonizó por vez primera con el Festival, a través de Radio Nacional de España. Durante aquellas primeras audiciones tuve la oportunidad de escuchar la introducción y comentarios a cada uno de los "dramas", de la voz de ese wagneriano de pro que fue Ángel Fernando Mayo.
 Acudir a Bayreuth no resulta una aventura barata. Mi ilusión habría sido conseguir una entrada y presenciar in situ una representación de La Valkiria, pero, al parecer, las entradas para la tetralogía se venden en un solo paquete, maratoniano y carísimo. Lo cual parece excesivo para un aficionado para el que la música no cumple el papel primordial de su vida y cuyo bolsillo tampoco esta disponible para determinados dispendios. Si hay suerte podré asistir a un Parsifal o un Lohengrin, que tampoco son moco de pavo. Pernoctar en Bayreuth no es del todo un inconveniente, ya que tal vez pueda cursar una visita Wahnfried. Tengo entendido que allí se conservan muebles y enseres que pertenecieron al maestro, su piano por ejemplo, y parece ser que en el jardín se halla la tumba donde reposan sus restos.
Como dice Thielemann, si me topara un buen día de frente con Wagner, seguramente me desagradaría su aspecto y sus maneras de artista predestinado. Sería presumible y normal, que a un joven nacido en la costa mediterránea y cuya formación no fue en absoluto elitista, le fuera indiferente la música del compositor del anillo. Acaso esta contradicción resida en que ese elitismo que a mi me faltaba, y que recaía en Wagner, fue el que propició mi acercamiento a su música. El interés por su personalidad aumentó tras las lecturas de Nietzsche que compaginaba con la audición de fragmentos de las "óperas" wagnerianas. La animadversión que el autor del Anticristo sentía por el otrora idolatrado músico despertó en mi un mayor interés por su música.
Thielemann afirma que Bayreuth nos es en absoluto sofisticado. El teatro, construido bajo el asesoramiento del propio Wagner, presenta gran sobriedad, con escasos lujos, salvo el de asistir a una sala caracterizada por poseer una sonorización de las más perfeccionistas entre los teatros de mundo.
Debe constituir una suprema delicia asistir en él a una representación del Parsifal ( lástima que ya no pueda ser bajo la batuta de Knappertbusch) o un Lohengrin que no desmerezca mucho. Se cuenta que las puestas en escena del Festival son endemoniadas. Allí se ha deconstruido a Wagner de mil maneras,
sin por ello disminuir su fascinación musical. 
En cualquier caso, esperemos que se faciliten esas entradas tan inexpugnables y que pueda disfrutar de un agosto teutón, con todas las maravillas que encierra el país.

Solitude

Solitude

Siento que aún respiras a mi lado, 

que mi brazo roza  tu contorno.

Tras la ventana se despoja el día, 

ya no brilla la luna, redonda,

purpurina. Se oye

el trino de un pájaro insomne,

el motor desesperado de algún coche.

Mi cuerpo está que arde

en el infierno de encontrarte,

en la desolación de abandonarte.

Mi alma quedó fría, la soledad

sabía que en la alcoba de mi deseo

no tendría compañía. Hoy

no sé si estás viva; si aún

amas, si aún odias, si aún trincas.

Mi sexo se hundía en el fango,

en su miseria, venerando falsas idolatrías.

Pueden dos almas quererse

 pero no reconocerse.Sí,

la luna encendida, la ingratitud

de un beso amargo,

días sabiendo a olvido. Mentiras.

Zafios compadreos.

Amores que son harapos;

desengaños que solo buscan 

en el fondo del desdén,

tras necesidades que nunca hallan,

descarriados en un laberinto de infortunios.

Mi soledad estaba convencida 

de que no la compartirías,

de que de tu recuerdo

no me quedaría ninguna fotografía.


La soledad de Herodes ( poema)

La soledad de Herodes ( poema)

 El silencio rasga el tiempo en Makeronte,

sumido el aposento en lobreguez,

siquiera iluminado por el brillo 

del aceite de unas lámparas dispersas.

Herodes está solo; junto al trono

 nadie queda, ni consejeros, ni sirvientes,

ni aduladores, ni bufones ni danzantes.

Esa voz que ya ha acallado

la hoja del alfanje,

aún resuena en sus adentros

con obstinado rigor: "¡Arrepentíos!

Porque el reino de los cielos está aquí."

-¿Cuál es ese reino que aun Roma desconoce?


Tenía cerrados los ojos la testa seccionada,

pero tras los párpados se advertía su fulgor.

Grosero pareció exhibirla en la bandeja

cual manjar de un banquete desdichado.

Perdura aún el resquemor por la flaqueza

de haber cedido a unas intrigas de mujer;

pero parece aliviado de verse libre del profeta

que con el filo de su lengua atormentaba.

Las mieles del lecho de su hijastra Salomé

endulzarán el amargor de la bajeza;

así lo sueñan sus lascivias abyectas,

ávidas del prurito genital. 

Le sobraban agravantes para ajusticiar

a tan incómodo asceta alborotador.

Tras la sentencia ejecutada,  Herodes 

permanece pensativo en su solio hipotecado,

apurando el vino licencioso en fina crátera,

escrutando en los rincones de su alma

sus sórdidas mazmorras, los férreos grillos

a los que permanece encadenado,

la aridez de sus pesares abundantes

a los que apenas humedece una corriente

ni mitiga un bálsamo de flor.


Envidiaba la paz interior 

que parecía acompañar al profeta,

esa templanza con que afrontaba

el infortunio y acrecentaba su vigor. 

Siquiera tembló  ante la rudeza del verdugo,

 ni estremecieron sus carnes,

temerosas del acero, decidido ya su fin.

Un aura serena acompañaba su figura.

El misterio guiaba su destino,

que escapa a los mortales escrutar.

Su palabra brotaba mansa pero ardía,

como abrasa el sol en el desierto,

 como fuego que quema en el hogar,

hiriendo como aguijón capaz 

de atravesar el fondo de las almas

y descubrir en sus miserias la verdad.

Su cuerpo enteco, de ayuno y privación,

misérrimo el vestido pellejudo,

conferían a su semblante fibroso

naturaleza de orgánico cristal,

donde transparentaban las venas, 

los músculos, la virtud, su decidida voluntad.. 

Firme se mantuvo al ser  interrogado;

sometido a cruel tortura, no abjuró

de las acusaciones proferidas,

sancionando como ilícito el tálamo real,

lecho mancillado por la culpa adulterina..

Ni un momento su cerviz claudicó

ante el tetrarca, como cualquier súbdito

que debiera pleitesía, y su mirada feroz,

en la reina, animó animadversión 

y alimentó su inquina. Salomé

fue la prenda de ese juego miserable

con cuya codicia la prudencia cedió.

Herodes hurga la pústula en su llaga,

de lo que pudo haber sido y no fue.

Escuece en la carne lacerada,

entre el pus y la sangre coagulada,

la herida de tanto yerro y abominación.

Herodes no duele por la nación,

pues su estirpe es Idumea

y comparte otros dioses con Dios.

El poder lo debe a Roma, a los dados,

a la intriga, al soborno y la  traición.



.

E


ADQUIERE TU EJEMPLAR

LEER ES MEJOR QUE MIRAR
¿ A QUÉ ESPERAS?
ADQUIERE TU EJEMPLAR





 



Ortigas de tormento

Ortigas de tormento

 siento, al pie de un sueño efímero,

entre la ambigüedad de la nostalgia,

el manar doliente de un deseo,

entre ortigas de tormento,

con el residuo yermo del pecado,

buscando un olvido que nunca llega,

porque su ascua candente permanece.

Fuego de misterio insistente,

dormido su pulso entre infiernos,

que de cuando en cuando atizan 

sus carbones en el alma.

En el crisol de lo íntimo retarda

la muestra pura.

Magma de carne sin esperanza,

sueño condenado a su miseria.

¿Por qué en latencia permanece

y su llama quiere arder permanente,

y busca combustión simultánea, 

hasta que se consume y apaga?

Tirito con frío de cadáver,

cuajada el alma como témpano,

y desesperado aguardo, anhelo,

sentir otra vez, sentimentalmente,

el flujo candente por mis venas

que lleva escrita mi condena.

Ruego a Dios que no mire mis caídas

y atienda con indulgencia mis pesares.

La regla de tres

La regla de tres

 Fuera de esperar que me indignara,

que renegara del destino su arbitrario proceder.

Creí que la paloma en mi palma bebería;

que había cambiado el albur del infortunio,

pero de nuevo la vida muestra su revés.

En otro tiempo me desahogaría 

con algún desaire soez, sin ánimo de ser

descortés exigiría algún por qué;

pero por desgracia el desamor

siempre es cosa de tres.

Voz que clama en el desierto!

Voz que clama en el desierto!

 Por los acontecimientos que se suceden últimamente en España como en buena parte del mundo debemos colegir que no podemos confiar para nada en la justicia de los hombres. Pero no olvidemos que todos deberemos responder ante la justicia de Dios.

Se nos presenta un panorama donde las instituciones y aun el propio estado hace aguas. Gobernantes inescrupulosos y políticos incompetentes sumen al ciudadano en una corriente de injusticia, teniendo que soportar una convivencia adulterada, una mengua de las libertades y un deterioro moral que vuelve los objetivos sociales y humanos poco menos que frustrados y baldíos. La corrupción se ha adueñado de los engranajes del sistema. ¿Cómo ha sido posible que líderes de ambiciones espurias y organizaciones más que cuestionables hayan escalado hasta las alturas decisorias del poder, destruyendo la cohesión social y arruinando la convivencia y todo fundamento sagrado, en donde se fortalece y afirman las aspiraciones más nobles de una nación? La nación la han desgarrado, la patria la han podrido, al ciudadano traicionado y ninguneado, pervirtiendo su identidad. ¡He aquí la voz que clama en el desierto...!

Sé que suena a disparate

Sé que suena a disparate

 Creí que no podía ocurrir de nuevo,

que la fuente estaba seca,

que nunca por mis venas

fluiría más ese tibio manar.

Creí que ya mi pecho nunca

contendría la alegre mariposa,

el rubor estremecido, la gozosa

sintonía de un corazón cordial.

Sé que suena a disparate,

que ese juego no lo volvería a jugar;

más la baraja enseña buenas cartas,

y aun lo imposible obró Dios con Abraham.

fotos

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Luna de plata y oro

Luna de plata y oro

 Luna, eres plata y eres oro,

según a cuál poeta...

eres fría y misteriosa,

eres clara y tenebrosa.

Espejo y geometría,

duración y silencio,

soledad y trayecto.

Tú, que contemplas el río,

que hurgas en la noche

como en la quietud del pozo,

rotunda en la vastedad del cielo,

estela en el mar proceloso.

Luna que miras atenta

doquiera te sigan los ojos.

El secreto de tu enigma

buscó un hombre tras otro;

en pos del nocturno rastro

quiso indagar tu retrato,

redondo cristal reflejo,

patena pura y sin huella,

advirtiendo que en tu ojo,

vigía de las estrellas,

se había reunido lo eterno.

Pues Dios te puso en su cosmos

para velar, del Todo, su sueño.

Seppuku (poema)

Seppuku (poema)

 Carne de alma en el pecho de lágrimas,

urgencia escondida, voz de las entrañas

desesperadamente al filo de su nada,

de su furia de tormentos imperfectos, 

enumerando el cómputo de esa cifra

estéril, mórbida, que el deseo calibra,

que la zozobra arrastra, sutileza, capricho.

Late el centro y dispersa su sonido.

Empuña la mano el óbito de acero.

¿Resonará en la tarde ese gong definitivo,

destilando el aire el jugo de la muerte,

doliente barcarola transida de crepúsculo,

samurái desventrado por el filo de su daga,

nevado el monte Fuji al fondo de la estampa?

¿Recordará algún río su paso por la tierra?

Siempre hay una Arcadia feliz

para quien no encuentra un destino,

una cruz para el cristiano,

para el oriental un loto

Silenciosa se agolpa la tristeza, flor

que despereza la intangible atardecida,

corola extenuada de consuelos, 

gravitar de célula hostil y tenebrosa.

En medio del coágulo de sangre

brilla la hoja como un gozo,

el mayor dolor heraldo de victoria,

triunfar sobre un oponente misterioso.

Se agolpa la carne del alma en un silencio;

la del corazón, se le ha vuelto una rosa.

La muerte, eterno pozo.



Delicia de amar

Delicia  de amar

 Te miro, y te siento traslúcida,

como de cristal, leve

la carga de tus penas, 

entre las que aún sonríe

el corazón. Te mueves

ágil cual gacela, miras

con tierna lealtad.

La noche de tus ojos

irradia como el día,

ligero tu blando caminar.

Adivinar cómo quieres

abre mi fantasía, bien

 reservas tu delicia de amar.

Indiferencia (poema)

 Indiferente fuiste a la sangre de mis lágrimas,

al infierno de ascuas de mi corazón herido, 

al grito desolado que abortó mi garganta,

al fin de tanto denuedo que no se vio cumplido.

En este crudo invierno ya no quedan hojas,

las barrió el temporal que sopla quejumbroso

sobre el paisaje helado que el silencio despoja,

contemplando alejarse la barca de bogar moroso.



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A Juan Ramón

A Juan Ramón

 Nostaljias, rosas, primaveras, crepúsculos,

avecillas, malvas, heridas, sepulcros,

sangre que mana, resquemor de culpa,

arreboles rosas en las mañanas,

rumor en el alma de una fontana,

quietud del tiempo que el ansia busca,

 lívidas mujeres, dulzor de mieles,

animan el verso de Juan Ramón Jiménez

Cálida como llama



Te sentía en mi piel,

tan mía eras como mi alma,

tan cálida como llama,

tan próxima como el deseo;

visita de noches vanas,

presencia sin argumento

rumiándote en mi cerebro,

soñándote en mi desvelo.

De tantos días, uno sería el día

en el centro de la soledad,

en el énfasis de mi verbo.

No puedo negar tu aliento

como mentira; tu fervor,

por nuestros encuentros.

En la cruz de tu abrazo

derramé en sacrificio mi credo,

en la desesperación sin deseo

nunca fue duradero 

el eco de tus pasos,

los besos que negaste,

la vida de mi vida 

que no pudo sembrar tu seno,

la celda en el infierno

donde marchitaron mis pensamientos.

Dádiva contrita

Dádiva contrita

 jirón de alma descarnada

en el deseo candente de tus manos

calcinado el anhelo está en tu abrazo

ascua que incinera y aun doliente

complace en carne viva

su ruda penitencia

dormir la noche sigilosa

como una sierpe hurgando en la memoria

lava de pecado corroyendo mis venas

vino de lascivias vertiendo

por sus cráteras como agonía

de miembros que entrelazan

quizá no signifique

que ese dolor placentero

que ansía el gozo en sus raíces

sea justa dádiva contrita

de frutos y consuelos.


El eco en sus rumores

El eco en sus rumores

 la sangre anhela manantiales

márgenes del silencio

las aguas elementales

el alma rota tupidos besos

el eco en sus rumores

la línea pura en alborada

sementeras de jazmines

pulso idolatrado en su latido

almíbar del deseo

sentido que trasciende su vacío

dulce néctar sin olvido

llama persistente boca

de candente ascua

ventana de par en par

sin un paisaje.

ELEJÍA

ELEJÍA

 Qué gran tristeza constriñe la esperanza,

qué fiel dolor impide fluir la dicha,

qué sinsabor amarga la garganta,

qué hoja muerta dice que el otoño llega,


qué vendaval arrasa la emoción del pecho,

qué desamor ensombreció el mañana,

qué oscura sombra oculta la sonrisa,

qué falsos besos desdeñó el deseo,


qué traición volvió el corazón seco,

qué joven cepa germinará las uvas

que devolverá la voz al silencio

y al alma desolada las nupcias puras.

Galimatías

 estoy frito de estar sin eso

si no fuera por que aquello

supliera ello, porque con esto,

en este estar sin ser, sobraría eso.


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Desconsuelo de amor

Desconsuelo de amor

 Amé mucho sin consuelo;

aún lo recuerda el seco paladar, 

la huella lacerada de la memoria.

Una mañana dejó de sangrar

su fría herida, cesó de fluir 

su flujo por mis venas.

Tantas veces me digo que ya

no la quiero, aunque sólo

en el corazón late su recuerdo.

Su raíz caló profundo,

se confundió con los jugos

de mi alma; su nombre

entreabre los goznes del deseo,

el amor que creía ya marchito

florece en un cáliz de magma 

y primavera.

Arturo Pérez Reverte ¡ Qué no quiero verte!

Arturo Pérez Reverte ¡ Qué no quiero verte!

 Arturo Pérez Reverte

¡Qué no quiero verte!

Compito, como tanto menda

ocioso de las cuitas de verano,

en el concurso de poesía Zenda

con que incentivas al poeta corriente,

y no digo que me la dieran por el a...,

pues no es de recibo que se pretenda

obtener galardones sin haberlos merecido.

Pero tras leer a tus finalistas, me digo:

Porque estos diez merecieron tal regalo,

del juicio del jurado los halagos,

si apenas advierto diferencias conmigo.

¿Dónde la excelencia de sus párrafos?

Por mucho que vueltas dé no la descubro.

Acaso el eureka resida en que yo sea burro

y que de todos sea bien conocido el dicho

que "sobre gustos no haya nada escrito".



El gozo de vivir

El gozo de vivir

 Vivir es una gozosa experiencia entre dolor,

de lágrimas que enjuga la tristeza,

de cabos sueltos de desamor,

de horizontes que nunca llegas a alcanzar,

de huellas en el camino dejadas atrás,

de fugitivos instantes de belleza,

de mascar la soledad seca

cuando la semilla no muere

y sangra y chirría  el corazón.

MAR Y CUMBRES

MAR Y CUMBRES

 Levante, esa infinitud azul;

Suiza ese mar verde

que sus confines extiende.

Tierra, mar, y cielo.

Montañas en busca del cenit,

entre perennes nieves;

llanuras de mar adormilada.

calado de sueños.

Cobijo de nieve silenciosa,

estruendo de cascada;

quejumbre de costa estéril,

romper de olas sobre las algas muertas.

Húmeda brisa de salitre;

elevada ventisca seca,

curso sonoro de corrientes,

cristal y espuma

en cuyo espejo la luz se mira.

Vida bucólica de Arcadia hallada;

latitudes de las que sólo el horizonte sabe,

y el tiempo y la perplejidad preguntan.

Escrutinio (soneto)

Escrutinio (soneto)

 Ese árbol añoso donde la rama

se desnuda del traje de la hoja,

como el tiempo, raudo, al hombre despoja

del sueño perseguido de su fama.


Ilusoriamente arderá su llama,

hasta que una luz de certeza escoja

el momento exacto de gran congoja

donde toda presunción se proclama


fatua para el escrutinio del alma,

ajena al designio de los dados,

que huyendo del trajín busca la calma


y persevera en esos ratos encontrados

entre el vil tropel de días desahuciados,

sin favor el premio, muda la palma.

Lento el poso del silencio

Lento el poso del silencio

 lento el poso del silencio

gotea sobre el vacío cuenco

de la horas. Pardas

las sombras largas de la noche,

itinerario sonámbulo del astro

flotando, nítido de plata,

en la negrura. Abajo,

las olas mansas, el céfiro

nocturno temblando de penumbras.

Vigías en sosiego las estrellas.

El alma atenta al rumor, 

ruda boga de soledad,

inmenso calado sin tiempo.

El beso del amor

El beso del amor

 Sabré el sabor salado

del mar en mis sentidos,

la caricia suave de la brisa,

el anhelo de mi corazón

que se entreabre, rogando

el beso del amor.

Sé que Tú eres cierto,

que estás en el misterio,

que aguardas solo 

al alma que te busca, 

que escuchas

el susurro grave

de quien sufriendo gime.

Cuando al desolado 

aprieta la congoja,

tu misericordia lo eleva

en esperanza, Tu voz

en el silencio clama.

Algo más sobre Borges

Algo más sobre Borges

 Veo y escucho algunos documentos sonoros sobre Borges. La mayoría filias y fobias hacia ciertos escritores, decires y dislates. Visioné uno muy interesante acerca de Leopoldo Lugones, que hacía hincapie en la animadversión e inquina que le profesaba Borges. Lugones fue como el padre literario de autor del Aleph, y al que como buen Edipo era necesario aniquilar. Durante sus primeros años de escritor Borges no ahorraba burlas, dardos envenenados y satíricos florilegios, encaminados a desprestigiar al insigne poeta. Teníamos a Borges como un ser vulnerable, inadaptado, urgido de afectos, clarividente en su ceguera. Pero en las criticas que lanzó sobre Lugones encontramos al rival inmisericorde que quiere alcanzar su propia gloria a costa de degradar y silenciar a su oponente. Confieso que los primeros versos que leí de Lugones me complacieron agradablemente; se titulaban A ti única (quinteto de la luna y el mar). Sabemos que, sólo a la muerte del poeta, la cual acaeció con tintes trágicos, Borges varió el contenido de su crítica, volviéndose ésta más ponderativa y laudatoria. A su vez muchos otros afamados poetas,o renombrados hombres de la cultura, no gozaron de la aquiescencia borgiana. Pero debemos de tener en cuenta que un aislado punto de vista no invalida la visión de conjunto.

Sus dardos fueron implacables, a su vez, con Neruda, a quien si bien se puede censurar sus mezquinas odas a La lechuga y al Apio o a José Stalin, tambien merece ser recordado por sus Alturas de Machu Picchu  y algunos estremecedores poemas de su Residencia en la Tierra. ¿No envidiaria Borges el relumbre de algún galardón? ¿ La talla de alguna obra copiosa que pudiera hacer sombra a su concisa producción?

 Borges fue, acaso, el escritor en lengua española más influyente del pasado siglo. Pero, ¿Qué clase de escritor fue Borges? Posiblemente el modelo del escritor pedante, aprisionado en el laberinto de barrotes de su biblioteca, en cuya penumbra pulía la joya de su literatura emulado el esplendor con el que el tallista Spinoza bruñó los diamantes de su pensamiento. 

Las telarañas de las cosas

Las telarañas de las cosas

 el hombre es como un perro

al que están diseccionando,

espirítus de sombra

se reparten su mente,

extrañas voluntades

urden en su instinto,

el hombre se ha perdido

en un río sin retorno,

donde suplantados paisajes

distraen el mundo cierto

vampiros en sigilo

chupan el néctar de sus sesos,

rameras estériles

maman los frutos de su semen,

cerebros confundidos

transitan una inconsciencia

de imposible encuentro.

Dicen que es malo 

que el hombre esté solo...

huye de las muchedumbres,

del hombre vacuo y sus costumbres,

penetra hasta el núcleo de ti mismo,

ese fondo libre 

de las telarañas de las cosas.

FILÍPICA

FILÍPICA

 Debilita mi adhesión, Felipe sexto,

pues en justicia y rigor te creía honesto,

que tu mano no vacilara al empuñar la  pluma

con la que la división de España se consuma.

Nunca pensé que pudiera ser cierto

que en ti primara el desacierto

de entregar libertad y estima

en manos de quien al caos nos encamina.

Nula parece tu potestad en el reino,

mudos también los clarines del ejército,

todo se antoja que en esta coyuntura

nadie librará al país de la basura.

Ni oradores, ni espadones, ni curas

purificarán el cenagal de su negrura,

y cual borregos nos llevará al despeñadero

esta jauría de lobos sin escrúpulos ni fueros.

El nervio del silencio

El nervio del silencio

 muerde el nervio del silencio, 

sobreponte a la derrota,

evita el discurrir que arrolla

la medida de tu libertad;

porque cuando agarraste

su flor entre tus manos, 

los pétalos parecieron

deshacerse como polvo

que el tiempo ha desprendido,

sepultando la raíz

del grito en lo recóndito

y atenazando con cadenas

la esperanza de la aurora,

llama viva, principio

que a la muerte borra.

Norte y sur

Norte y sur

 Aquel río del norte,

aquellos bosques sin fin, 

la verde yerba, 

esbeltas torres de iglesias,

las viejas piedras de Europa

entre húmedas penumbras,

atareado ajetreo 

de ciudad laboriosa,

la lluvia, carretera entre la niebla,

resonancias musicales,

salchichas,

la casa del pintor en Nuremberg,

el Isar a su paso por Munich,

el benefactor Danubio en Ratisbona,

la plácida superficie del lago 

camino a Memmingen,

la noche que invade silenciosa

el salón entre las plantas,

de retorno al hotel

la atmósfera es cálida, placentera.

Ese norte de otrora me sabe a sur.

Carne de mi carne

Carne de mi carne

 Sombra recurrente de memoria,

ansia de trémula primavera

que pronto se vuelve peso que me abruma.

Como un mar bravo en la alborada,

como una carne ardida de consuelos

clama su anhelo como apogeos mortecinos.

Te veo sólo carne, señuelo

que incita mis impulsos,

fuego que amenaza incendiar mi pecho,

llama que quiere inflamar mis versos.

Carne que requiere colmar lo inabarcable,

carne que se pretende más allá de su barro,

melifluo deseo de sentir

ese contacto de su realidad vacía,

de esas caricias que transmitirían vida

si por sí mismas no fueran hueras,

despertando el furor con que sólo una muerte

mata su celo abrasador,

como si se filtrara el alma por un sumidero

y ya no se recuperara, por siempre fugitiva.

Morir en tu muerte, que con un velo

se encubre de plenitud primaveral;

morir para tal vez no despertar,

desamordazar mi palabra en tu silencio,

penetrar ese misterio que tú ignoras,

con tal me tienta el recordar

la brasa apaciguada mas candente, 

cuyo rescoldo derramó la llama

de su alma por mis venas.

Sobre la democracia

Sobre la democracia

 Oigo a un antiguo político considerar, durante un mitin estentóreo, la paridad en la validez entre el voto de un catedrático de Harvard y un vendedor de lotería, mientras asegura que en esto se halla la grandeza de la democracia. Permítaseme que lo dude. ¿No se hallará también en esto la servidumbre de dicho sistema? Tal aserto sería plausible si todos los ciudadanos con derecho a voto contaran con la autonomía y libertad indispensable, tras reflexionar concienzuda y con plena información, en ningún caso sectaria y manipulada, para depositar un voto contrastado y responsable, no adulterado por la mezquindad de intereses. Condición, que a todas luces, no se da en los estados "democráticos" actuales.

Meditaciones en la medianoche

Meditaciones en la medianoche

 Durante la infancia y buena parte de la juventud viví con la creencia de que mi providencia, mi destino estaba en manos de Dios, de que nada acaecía sin su voluntad y que Él velaba librándonos de todo aquello que nos sobrepasaba, y que nos encaminaba hacia ese fin dispuesto por su voluntad. Durante la dictadura franquista la ideología nacional- católica asumía este hecho de forma natural. De modo que cuando venían mal dadas, uno se encomendaba a Dios, confiado en su indulgencia. En mi caso, se producía un hecho discrepante, como era la circunstancia de que mi religión no fuese la católica sino la protestante. Tal singularidad hacía que no me identificase con el régimen, que demandaba lealtades incontestables. Siempre tuve la sensación de que vivía en un estado opresor, en el que cualquier transgresión era purgada de forma drástica. Aunque siempre debemos contar con la perspectiva de esa tierna edad en la que se vivía bajo tutela y obediancia a unos padres, los cuales a su vez obedecían a un estado autárquico, de los cuales la familia no era sino otro de sus engranajes, por otra parte seculares.

Con la demoracia, y el desarrollo económico, industrial y tecnológico, se produjo una transformación de la sociedad, y comprendimos que no era sólo el poder divino el que vigilaba y reconducía nuestras vidas; que otras fuerzas inclasificables y solapadas se habían adueñado del hilo de las Parcas, y reconducían el destino hacia otros prados que no tenían por qué ser los plácidos y esplendorosos lugares de reposo del evangelio. Hoy nos damos cuenta que el lugar que Dios ocupaba ha sido conquistado por otras potestades okupas. Como bien predijo Nietzsche, Dios ha muerto o ha sido relegado a un lugar irrelevante, pero que a su vez el hombre no ha elegido la senda de esa humanidad superior que postulaba el filósofo en su sueño aristocrático. Por el contrario, estan triunfando todas las fuerzas desintegradoras, disipadoras, con el objetivo de conformar una sociedad  de esclavos, condenados por su abulia y sus vicios a la Gehena., y que se precipitará como un rebaño endemoniado en el abismo.

Frente a este caos, sólo resta una esperanza: poner la mirada en Cristo, quien con su muerte y resurrección libró al mundo de su condena; haciendo que triunfara frente a toda maldad, contra toda ignominia, contra toda desolación,  el reino de la dignidad, del amor y la justicia. Ninguna ideología puede suplantar esta verdad. No hay otro rescate para el hombre.

La Casa

 


Han pintado la casa de negro; ahora parece como enlutada. Era la casa de mi infancia, ante cuyas ventanas se me abrían todas las esperanzas. La casa debe de ser centenaria; permanece desafiando las décadas, acaso porque una imprevisión arquitectónica de un edificio colindante impide su demolición para construir una nueva. La casa ya no es mi casa, la que fue, pues los bajos que habitábamos entonces, hoy el uno es un bar y el otro una peluquería. Se han eliminado sus ventanas y derribado los tabiques. La antigua puerta del portal ha sido sustituida, y en los pisos altos se han colocado ventanas nuevas de aluminio. El viejo inmueble como tal solo persiste en mi memoria, en esa memoria en que también perviven mis padres y las abuelas. ¡ Cuántos recuerdos! Quizá sean los de entonces los recuerdos más nítidos. La infancia siempre camina contigo; parecen tan presentes algunos de sus momentos!

No me cansaba, llevado de esa inquietud infantil que no se fatiga de apurar la vida, de mirar a la calle a través de ese ventanal de madera, en el que ya se percibían los agujeritos de la polilla, blindado por una reja de hierro rematada por puntas lanceoladas, tutelando nuestra seguridad.  Por sus cristales fijados con masilla, en los que se percibían gotitas minúsculas de la última pintura y acechábamos a las moscas durante el verano, vigilaba la calle, aún sin asfaltar, donde en el socavón frente a la puerta se formaban grandes charcos cuando llovía y a los que una amistad familiar, durante la visita del domingo, motejaba como Venecia Street. En frente se levantaba el muro de un chalet, cuyos propietarios, ya ancianos, debían de gozar de cierta economía de la que no disponíamos los de la acera opuesta. Pues no era usual gozar de un jardín y una vivienda holgada entre el común del barrio. Allí era donde solía acabar el balón, tronchando algún geranio, cuando jugábamos a la pelota y algún patachula lo enviaba al otro lado del muro. Entonces sabíamos que si la recuperábamos sería con algún pinchazo, fofa, inutilizada para el juego. Así llegué a perder hasta un balón de reglamento, que para mí era acaso el objeto más valioso, fruto de mi mayor pasión, el fútbol. Pero no merece la pena hablar de tales mezquindades de vecindad. Porque asomado a aquellas ventanas veía desfilar el inquietante río de la vida, de todas las novedades que estimulaban la imaginación de un niño; ante el rumor de otros niños callejeando, bajaba veloz los escalones del portal y me sumaba al corrillo que jugaba a churro, al tranco, al tú la llevas; o me llenaba de emoción cuando pasaba frente a ella esa niña rubita de vuelta del colegio, rezagada del grupo de colegialas uniformadas; o sentía asimismo el transcurrir del tiempo cuando cada tarde aparecía el hombre de la bicicleta que, con ayuda de una larga pértiga, rematada por un gancho, accionaba el contacto de la bujía que, precariamente, iluminaba la calle al caer la noche. Esa noche poblada por la amedrentadoras fantasías del cine, de las que nos saturábamos en sesiones dobles en las salas más populares de la barriada. Y si, una vez en la cama, apretabas los puños contra los ojos, en la oscuridad parecían verse extrañas formas.

En efecto, aquella calle y aquella casa fueron testigos de casi todos los descubrimientos de la infancia, del despertar al mundo, del martirio de los deberes escolares cada tarde, de la desolación en las mañanas por abandonar el hogar camino del colegio, del reconocimiento de que habíamos nacido en una familia con escasos recursos y que por tanto la responsabilidad del futuro dependía de nosotros, del descubrimiento de la virilidad que daba un vuelco a nuestra conciencia de las cosas, de las primeras visitas de la muerte con fragancia mustia de rosas y vaciedad de ausencia, de la primera televisión por la que supimos que el planeta era más grande de lo que creíamos, de los atardeceres de verano cuando sacábamos las sillas a la fresca y ante nosotros desfilaba ese pequeño mundo de un barrio apartado en una ciudad provinciana, y saludábamos a fulano y a mengano y hacían corrillo las comadres, distraídas a veces en su calceta, sentadas en sus sillas de anea, contando fruslerías y cotilleos, y entorno a las cuales merodeábamos los chavales como moscones. Pero por muchas cosas más recuerdo aquella casa, sobre todo porque entonces se daba toda la esperanza, y se mire por donde se mire la vida era más luminosa, menos cuando tocaba llorar, como esa vez en la que me atropelló una bicicleta cuando salía atolondrado a la calle, o esa otra cuando aquel hombre airado me dio una bofetada, por el hecho de ser un niño molesto, y supe de la inclemencia de los mayores.

En la casa había una ventana, hoy cegada, que daba a un callejón que accedía a la portería de atrás. En ella a su vez vivían cuatro familias. Los patios de ambas viviendas eran colindantes. Creo recordar que existía una ventana que los comunicaba. En ellos se lavaba y tendía la ropa, rebosaban las macetas y se criaban algunos animales para sacrificar, aves o conejos. Se situaba también allí el retrete. Por muchos años carecimos de ducha. En la vivienda lindante vivía un matrimonio con familia numerosa. Algunos de los hijos eran ya mayores, pero con el menor me unió una estrecha amistad. Como me llevaba un par de años, reservaba para conmigo cierto ánimo tutelar. El se hallaba más curtido y familiarizado con los manejos de la calle, y sabía afrontar las situaciones. En muchas ocasiones fue mi valedor, en otras mi samaritano. El me llevó a saborear la sensación de la incertidumbre de la libertad. Podría decirse que era mi contacto con ese otro mundo que acechaba y que amenazaba tragarme en su incontrolada turbulencia. Fui un niño criado a la luz del evangelio, constreñido por algunas cuantas barreras que no se podían traspasar.

Los chavales de aquella casa formábamos un contubernio bien avenido. Compartíamos el juego de canicas y nuestras fantasías. Por el cine y los tebeos admirábamos sobre todo a los hombres aguerridos, que muchas veces conocíamos a través de los peplums italianos. ¡Qué decir de Hércules, de Sansón, de Maciste! O de esos antiguos pueblos guerreros que sembraron el pánico en épocas olvidadas. Los romanos, los vikingos, los piratas, esos osados del mar. Se daba entre los golfillos de las diferentes manzanas que constituían el barrio el ánimo de asociarse en pandillas, bautizadas con sonoros nombres. La más temida era la de los Piratas, cuya bandera negra solían ondear durante sus razzias, de las que no se libraba algún destrozo o la desgracia de algún niño magullado o descalabrado. Ocurriósenos a los de la calle formar a su vez una banda, que se llamaría ostentosamente de los Vikingos, pues encontrábamos virtudes que emular entre tales pueblos hiperbóreos. Mi hermano, que era ducho en el dibujo y las manualidades se encargó de confeccionar la bandera, en la que destacaba el busto de un rubio guerrero de Scandia con su cornamenta. No tardamos en construir un túmulo a la puerta de casa y plantar allí la bandera. Tal osadía no tardó mucho en llegar a oídos de los contrincantes, que se apresuraron en atacar el fortín y robar la bandera en represalia. Debía de hallarme yo solo en casa cuando descubrí que el estandarte había sido robado. Temeroso y no sabiendo qué hacer, recurrí a mi abuela que vivía al lado. Y así partimos los dos, emboscado yo en su corpulencia, dispuestos a recobrar el honor de los Vikingos. Seguimos la pista de aquellos forajidos hasta un descampado. Ya habían huido cuando llegamos, pero la bandera, o lo que quedaba de ella, yacía en un hoyo, a medio quemar y empapada entre el olor rancio de lo que debían de ser orines. Fue aquel un penoso aprendizaje que me llevó a especular sobre lo ominoso que podría aguardarme en tiempos futuros. Mas siempre quedaba el consuelo de volver al hogar.

Verdaderamente, era una casa pobre, de alquiler, pero era la que mi padre, con los sueldos míseros de entonces, podía permitirse. La casa, sin embargo, estaba llena de niños,de juegos, de risas, de una densidad de vida que parece haberse perdido. Quizá no fuéramos felices del todo, pero quién lo era. Se dieron muchos días de penas, pero también hubieron otros de alegrías. Observábamos las lacras que acontecen a la pobre gente, pero contábamos con el convencimiento de que algún día las cosas mejorarían. Han pintado la casa de negro; sin duda, un color excesivo.

Rezemos, ya que en España se ha prohibido rezar

Rezemos, ya que en España se ha prohibido rezar

 Padre nuestro que estás en los cielos,

santificado ses Tu Nombre.

Venga a nosotros tu reino.

Hágase tu voluntad como el el cielo así también en la tierra.

El pan nuestro de cada día dánoslo hoy,

y perdona nuestras deudas 

así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.

Y no nos deje caer en la tentación,

mas líbranos del mal.

Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria,

Por todos los siglos.  Amén.

No he de callar por más que con el dedo ( Extracto de Quevedo)

No he de callar por más que con el dedo ( Extracto de Quevedo)

 No he de callar, por más que con el dedo,

ya tocando la boca o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.

¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

Hoy, sin miedo que, libre, escandalice,
puede hablar el ingenio, asegurado
de que mayor poder le atemorice.

En otros siglos pudo ser pecado
severo estudio y la verdad desnuda,
y romper el silencio el bien hablado.

Pues sepa quien lo niega y quien lo duda
que es lengua la verdad de Dios severo,
y la lengua de Dios nunca fue muda.

Son la verdad y Dios, Dios verdadero,
ni eternidad divina los separa
ni de los dos alguno fue primero.

dardo 7

dardo 7

 ¿ No es la iglesia, en sus diferentes denominaciones, quien debe defender el bien, la justica, la verdad? ¿Dónde están sus voces? No escucho su voz por ningún sitio, ni siquiera cantos de sirena. Quien calla, otorga. Afortunadamente, aún quedan fieles que confían en el valor de la oración.

dardo 5

dardo 5

 He escuchado a ciertas voces de la cultura, si es que a lo que hacen se puede denominar cultura, expresarse sobre la coyuntura actual de España, y lamento haberles prestado atención alguna vez a lo largo de mi vida. Son voces sectarias que no han reflexionado sobre su realidad personal y la deriva del mundo, partiendo siempre de una lectura burda, pasional y tergiversada del pasado. No puede existir verdad sin justicia. Y la verdad no es un relato. La verdad es sagrada.

Chat callejero

Chat callejero

 Ciudadano.-  ¿Cómo alguien con relaciones en negocios turbios puede ocupar una posición relevante en el estado?

Replicante.- Porque una parte del pueblo le vota.

Ciudadano.- ¿Y lo hace a sabiendas?

Replicante.- Acaso por indiferencia o ignorancia.

Ciudadano.- ¿No diríamos, tal vez, que esa parte del pueblo también pueda estar corrompida?

Del Imperio español

Del Imperio español

 Leo que una historiadora afirma que los españoles aún no hemos digerido la pérdida del Imperio hispano. Yo me atrevería a refutar que el español común no sólo no ha digerido la perdida del imperio, sino que lo ha metabolizado y evacuado en la letrina. No creo que haya un español que ignore, desde los comienzos del siglo XX, cuál es el lugar que España ocupa en el concierto de las naciones. Para mi generación, niños durante los sesenta, estaba claro que el lugar de España se situaba en la perifería del mundo, y que los acontecimientos locales apenas tenían ascendiente en el rotar indiferente del globo y que el cuerno de la abundancia pertenecía a otros hemisferios a los que no se tenía acceso. Por televisión, mientras contemplábamos las miniseries americanas, sabíamos de sobra dónde se cocía y donde bullía el devenir histórico, y que nosotros no hacíamos más que ir a remolque y extender la mano pordiosera de la limosna. España, por entonces, excepto por las hazañas del Real Madrid, no tenía un puesto sino marginal entre esas otras naciones que impulsadas por América dominaban Europa. Los fastos de los Austrias quedaban ya tan lejanos, tan en la añoranza de los libros escolares, donde se mascaba ese dejo del blasón venido a menos, y tan distantes de ese español común que durante siglos sólo conoció los distintos aspectos de la penuria. Lo demás eran memorias de viejos hidalgos a los que apenas restaba una austera trágala que echarse en el buche.

Jesús, ¿el Mesías?

Jesús, ¿el Mesías?

 Recientemente, he comprado un libro referido a la figura de Jesús, vista desde la perspectiva del ensayo histórico, donde se barajan datos sobre los que se discute sus mesianidad. Considero un error buscar respuesta a pregunta tan esencial, recurriendo al análisis de textos testimoniales o interpretaciones de fragmentos  más o menos canónicos, buscando en ellos la corroboración o refutación de un hecho que sólo se puede verificar en la experiencia de la realidad viva. Si la divinidad de Cristo es o no real, es algo que debemos enjuiciar tras la vivencia, pues pronto nos tropezaremos con Él.

Discrepancias literarias

Discrepancias literarias

 Confieso ser un hombre literario. Muchas de mis grandes satisfacciones me las han proporcionado los libros. Permanezco atento a toda entrevista realizada en torno a los escritores. Me complazco atendiendo a la elocuencia que pudieron desarrollar Borges, Mujica Lainez, Pla, Octavio Paz, al ser entrevistados por televisión. Nunca me he hartado de contenidos que tengan que ver con la cultura. Pero no sé si es que los años me han vuelto más exigente o acaso que se han debido de extremar mis perspectivas. La cuestión es que hoy, ojeando libros en una librería, he percibido cierta fatiga quizá provocada por una relativa prevención ante la saturación verborreica en literatura. El primer síntoma en el día ha ocurrido mientras hojeaba un volumen de Poesía reunida, de Roberto Bolaño. El parrafo en cuestión correspondía a un poema en prosa, no muy extenso. Supongo que un mismo texto puede suscitar en el lector impresiones ambivalentes, según sea su estado de ánimo. En ese momento, encontraba en tal lectura un batiburrillo de frases inconexas, que quizá mantuvieran profundos significados para su autor, pero que a mí sólo me llevaban a preguntarme: ¿Qué utilidad tiene semejante derroche? ¿qué se pretende con tal discurso deslavazado, además de confundir las mentes?  Decía Pla que existen dos clases de prosa: la comprensible y la ininteligible.

El otro ejemplo ha surgido al escuchar al escritor Rodrigo Fresán por You tube, durante una entrevista distendida, donde hacia gala de su retórica sofisticada, su erudición libresca, y la originalidad de sus planteamientos. Pero al hilo ha aportado un argumento que me ha dejado helado e insatisfecho, al manifestar que no creía en Dios, aduciendo a propósito unas triviales consideraciones vindicatorias. Seguramente, creerá en el florilegio verbal de una retorica capciosa con la que transmite a sus lectores  confusión, o en la facundia dialéctica tras de las que muchas veces se parapeta la ignorancia, emborronando con ella galeradas de tinta huera; pues del piélago embarullado de tal prosa jamás podrá extraerse ninguna pesca milagrosa.

El sur

 


He bajado al sur. El sur constituye la mitad de mi herencia. Alli he reencontrado lo que se fue; la sorpresa inesperada al cruzar Despeñaperros: esos montes abruptos, llenos de verdura, con corrientes que acaso solo se espera encontrar en la España cantábrica. Otrora fueron barrera aislacionista, refugio de bandoleros, jalonando la Andalucia atávica, sede de los reinos moros;  luego región ensimismada y contentadiza, de charanga y pandereta. En esas cumbres, al descubrirlas por vez primera, pareció cambiar mi concepto de Andalucia, la Andalucía oriental, a la que había imaginado pobre, yerma, superficial y estentórea.  La visión interminable de los montes de olivar, desde el mirador junto a las murallas de Úbeda, despertaron algo inefable en mi alma.

Pero mi destino principal era Linares. Linares la discreta, religiosa y minera. No destaca Linares, como Úbeda y Baeza, por su riqueza monumental, sino como ciudad modesta y laboriosa. Sus renombradas minas remontan a los romanos, que elaboraron su plomo y sus vetas argénteas. Tal riqueza dio a Linares su período de esplendor, cuando los pozos fueron a caer en manos de patronos ingleses que emprendieron a fondo su explotación. Fue la época privilegiada de Linares, a cuya estación de Madrid acudían viajeros de muchas partes para labrarse un porvenir. En Linares, como en toda ciudad pequeña, pronto se vuelve uno a encontrar con sus propios pasos. Frente a esa estación fantasma a la que ya no llegan trenes. En Linares se ha de tomar la vida con calma, disfrutar las pequeñas cosas. Saborear, en las instancias del recuerdo, lo que significó la ciudad para mí madre: ese reducto paradisíaco donde se fraguó el milagro de su infancia y que le sobrevivió hasta sus últimos momentos.


Procesión


 Baja la solemne procesión

por la calleja del lugar;

en andas el paso cimbrea

con hondos golpes de tambor.

En sus esquinas, faroles de latón,

custodiando la gran cruz

e iluminando con su luz

el cuerpo exánime de Dios.


De los crueles clavos

penden los largos brazos;

 sostienen el cuerpo quebrantado,

contraído en gesto de dolor.

Tuerce las piernas trémulas,

recogidas en sus tarsos

por un tercer clavo de rencor.

La cabeza coronada

por espinas de zarzal,

y en su cuerpo lacerado

mana la herida del costal.


Pasa con paso atormentado

la solemne procesión,

vana en su esfuerzo de expiación,

de lavar al mundo de maldad;

pues por los hechos humanos,

Jesucristo, cada día, 

por redimir la vida,

constante muriendo está.

Lágrimas por Rimbaud


 Acabo de leer la biografía de Rimbaud, de Enid Starkie.

La figura de Rimbaud me fascinó desde la juventud, desde que tuve noticias de él.  Ya en el colegio me atrajo su fisonomía en el cuadro Coin de table, de Fontin-Latour, que reproducía mi libro de texto sobre literatura francesa. Tal seducción - he comprobado con el paso del tiempo- subyugó a no pocos amantes de las letras, conocidos o anónimos, a esos que anteponen un buen libro a un plato de lentejas.

En esa primera juventud yo no era consciente de muchas cosas, como, por ejemplo, del calado de las relaciones que el joven poeta tuvo con Verlaine, de cuanto se solapaba bajo el luctuoso altercado de Bruselas, tan determinantes en su vida y en su obra. En cualquier caso me atraía Artur Rimbaud, acaso por esnobismo y porque llevaba intrínseco el germen de la rebelión. Admiraba en él el modo cómo un adolescente habia escalado los primeros puestos de los poetas de Francia, aunque de ello no fuera consciente en vida, mientras que yo a su edad no dejaba de ser más que un fracasado don nadie. Vivíamos tiempos de revuelta, de crítica hacia lo establecido, y la figura del poeta se perfilaba como el heraldo anunciador y precursor de los tiempos. Nos motivaba su aventura humana, en tantos puntos envuelta en el misterio. Sabíamos que después de escribir Une saison en enfer y decir ahí queda eso, abandonó la carrera literaria, cuando quizá de haber persistido en ella le hubiera convertido en un nombre fundamental en el Parnaso, y se exilió de Francia, como quien no tiene cabida en la sociedad de su tiempo, para emprender un vida de viajes y aventura. Luego supimos de su muerte temprana, con apenas 37 años, pero ésta quedaba empañada tras los laureles de la posteridad.

He de confesar que cuando lo leía de joven apenas entendía el mensaje de sus poemas, que sonaban a propaganda infernal. Creíamos osadías sus derrotas. Tomábamos por ángel al maldito. Ahora cuando conocemos la índole de sus conocimientos, ese crisol hermético del que surgía su poesía, y que dio forma a sus Iluminaciones, no nos extraña que su comprensión nos resultara abstrusa. Tal amalgama de magia, alquimia, esoterismo y mística nos es fácil de aprehender. Recientemente leí una antología de su obra en verso y he de reconocer que la mayoría de sus poemas se hurtaban a mi comprensión. La verdad es que drogas, alcohol, brujería, sodomía, truhanismo no es el mejor cóctel para paladear. Se requiere un conocimiento ímprobo del bagaje poético para llegar asimilar su magma contradictorio.

Cuando como otro Rimbaud tuve que renunciar a mi vida crápula, la estela del poeta se apartó de mí; la de él como la del resto de los malditos. Mis lecturas tomaros otros derroteros menos claustrofóbicos y más encaminados a la positividad literaria y de la vida, buscando apartarme de la sombra de la desolación.

Solo recientemente, cuando mi destino ya se ha realizado en parte, he vuelto a la memoria de aquellos pasos juveniles. Me hice con la oevres completes de Rimbaud, Verlaine y Baudelaire,  de la Pleiade. Releí Las flores del mal, reconociendo a Baudelaire como el poeta incomparable que fue y que junto a Rimbaud, Verlaine y Mallarme quizá constituyan la cumbre de la poesía francesa, y a quienes si observamos con mirada lúcida no los reconoceremos sino como tristes pecadores arrepentidos. No, sino grito de arrepentimiento se manifiesta en el desgarro de Une saison en enfer.

Hoy, al leer su biografía, y conocer de esa segunda saison en enfer que supuso su vida en la africana Harar, ese lugar apartado que escogió para establecerse, como si dijéramos- y perdón lo canallesco- ese grano infecto en el culo del mundo, donde transcurrió el drama de sus padecimientos durante esa prematura enfermedad que lo llevó a la tumba, no pude menos que consternarme. Lloré por él. Probablemente, la vida no le concedió la dádiva más sosegada de la madurez, en la que acaso hubiera hallado esa perla que siempre andó buscando, ese ágape que el mismo se negó.


ARPEGIOS

ARPEGIOS

Río de desesperanza

cuadriláteros de anhelo

blanda argolla del silencio

donde halla cabida el seno

postergado de la aurora,

y tiembla el necio en ignorancia

descarríado en la urdimbre

de su canto rutinario

asomado al vano nocturnal

constante frío desapego

del lecho que aguarda

bajo la rama donde el búho ulula

un escalofrío de escarcha.


Paciente muchedumbre

que transcurre obnubilada

por túneles avenidas estaciones

síntomas trepidantes de la urgencia

desencantando sombras que pasan

en desvanecidas ráfagas

entre brillos de cristales rutilantes


sutil pestañeo de ojos voraces

que miran la raíz extinguida de las horas

tras sonrisas tétricas de calaveras hueras

que el yodo esteriliza

al supurar la herida purulenta

que la muerte masca


geografía de naufragios

conscientes hemisferios de rocío

en el océano inquietante

donde se desnuda el virginal pudor

y la carne estremecida

se inunda de esperanza

pura como lágrimas.

ODA A JEREMÍAS JOHNSON

 


¡Para él va este canto, 

a quien fuera el águila

vencedora de los cuervos

y cuya leyenda recogiera

la memoria de las cumbres

por la nieve coronadas!



Se llamaba Jeremías Johnson

y quería ser hombre de las montañas.

Abandonó el valle y las rutas del mar,

atraído por el gélido silencio de los riscos,

que remontan el techo de las nubes

en diálogo estrecho con los astros.

Un trampero en cierto store 

le habló de vírgenes espacios

allende las praderas,

en esa espina dorsal de América

conocida por Rocosas. 

Alli se encuentran picos

de altura inmaculada,

y parajes inauditos de perpetua nieve;

y aunque de hecho por esos años

ya la caza había mermado,

todavía su comercio sustento procuraba.

Johnson, sediento más de vastedades

que de tumulto humano , no dudó

y soltó sus ataduras, ávido de libertad.

Desorientado y harto del sinsabor del mundo,

remontó las turbulencias de un gran río

en una balsa de troncos, con pioneros

a quienes aún tentaba el resplandor del oro,

hasta una colonia aislada en la cordillera.

No demoró mucho en resolver sus tratos,

hizo acopio de pertrechos

 y, sin desandar sus pasos,

se adentró temerario en la foresta,

a lomos de una yegua, el refuerzo de una mula,

 su escopeta, más sus ansias de aventura;

olvidando los afanes del llano,

sus ambiciones y  pendencias,

celebraciones y guerras; vislumbrando

un punto del horizonte inalcanzable

donde averiguar entre la majestad de piedra

si existe un Dios sobre la tierra

que habite las altas cimas.

A su vista se extendía lo ignorado,

un albur de incertidumbres y promesas,

un libre espacio de soledad,

de bosques y de prados,

de desfiladeros, grutas y corrientes,

de barrancos y vaguadas,

promontorios y riscos, cumbres

desde donde se tocan las nubes,

y bajo las que se divisa

un edén no profanado

donde merodea el oso, aúlla

el lobo bajo la luna helada,

pace el ciervo junto a los arroyos, 

y domina los cielos el águila blanca, 

avizorando vertiginosos abismos

y recortando el paisaje con sus alas.

Desde la altas cimas nunca escaladas

bajan tempestuosos los torrentes,

saltan sobre las peñas en cascada,

hasta alcanzar los valles convertidos

en afluentes, junto a los que el indio,

altivo y belicoso, de huraño trato,

asienta sus tiendas y abrevan las manadas.

Crows, arapahoes, cheyenes, pies negros,

siuox, penetraron el bosque umbroso

en épocas legendarias;

y aletargados bajo el tipi,

junto al calor de las brasas,

sucediéndose las edades

transcurren sus largas invernadas,

levantándose aguerridos,

con renovado vigor, las primaveras.

Cazan, pescan, guerrean,

curten sus pieles, festejan,

adoran sus totems, rehuyen

la vecindad del europeo

y persiguen al bisonte en las praderas.

El recién llegado con ellos topa

en encuentros esporádicos;

de lejos los sorprende

en su vagar furtivo;

se siente observado cuando

captura a la trucha en el río,

acecha a un ave o en el roquedo vivaquea.

Evita cualquier rencilla 

que pueda romper tal concordia,

la tácita desconfianza de ambas razas.

Por eso busca las tierras altas

donde sus caminos no coincidan,

eludiendo las fronteras invisibles,

ese palmo vedado de terreno

donde el piel roja acota su despensa

o habilita sus sepulcros y sus cultos.

Cae la nieve, y queda aislado;

solo tiene al fuego por amigo,

cuya chispa el pedernal inflama,

iluminando las noches

con resplandor de estrellas,

bajo el que duerme u observa.

Caza, sestea, sus trampas tiende,

por si en ellas atrapa algún castor

u otra especie cuya piel se precie.

En derredor todo es silencio,

salvo una voz que le habla, la soledad.

Se tarda tiempo en conocer el monte,

la espesa fronda, el silbar de viento,

la lluvia, la helada, las crecidas,

el pozo de las noches cuando no hay luna,

del rumor del bosque las muchas voces,

el eco ensordecedor de las alturas.

El neófito, paso a paso, las artes

de sobrevivir aprende en la foresta;

se adiestra en zurcir sus pieles,

se aclimata al rigor de la intemperie,

al acecho cruento de las fieras;

alivia algún momento sus males

compartiendo liebre con algún anacoreta

que el bosque profundo acoge

como el regazo de una madre atenta.

De ellos aprende el sentir 

sigiloso de los montes,

el calado de la soledad

(sólo el rifle le acompaña),

el comercio con el indio

y el sendero de esa libertad 

que nunca se acaba de encontrar.

Por su roce habituado con las tribus,

fruto del trueque y la matanza,

cupo el azar favorable

de obtener mujer y un niño abandonado,

teniendo que variar, obligado, su gusto

por la trashumancia, el vagar sin saber

la seguridad de mañana, y buscar

un terreno donde emplazar una cabaña.

En levantarla pusieron sentido y sudor,

el huérfano, la india y el cazador;

sobre cimientos de sueños que perduran,

seis manos construyendo una esperanza.

Cuando estuvo acabada,

en ella recuperó la sencilla

experiencia del hogar, la comodidad 

del techo olvidado de la infancia,

cómo sabe el calor de una mujer

bajo las mantas,

el juego infantil frente a la casa,

y el gusto de la pipa junto al brasero...

Recupera con tal trato la blanda sonrisa

el hosco rostro ultramontano;

delicada se torna su rudeza asilvestrada.

Meses disfruta cual regalo tal idilio,

hasta el día cuando parte,

solicitado por el yanky, a rescatar

a unos colonos en la nieve extraviados,

varados carretas e ilusiones sobre un barranco.

Y sin saber por qué ni cómo

Se rasgó el sutil velo que mantenía

indemne la convivencia con las tribus,

la tácita armonía entre las almas,

la ley callada de la tierra.

Ignorante la partida ha profanado

el reino de los espíritus del indio,

la paz inviolable de sus muertos,

al cruzar sigilosos el tétrico cementerio

entre los montes acotados de silencio.

Con intuitivo instinto, veloz

percibió el trampero signos en los cielos

y los bosques que auguraban amenazas,

Ráfagas de incertidumbre helada

que calaban hasta el hueso.

Durante el regreso a casa,

un presentimiento hostigaba sus entrañas

y mortificaba sus sesos.

Cuando llegó, no tuvo más 

que confirmarlo: los halló muertos;

a su India y al muchacho;

torturados y masacrados a lanzazos

por una partida de Crows sanguinarios, 

que en sus cadáveres saciaron 

el sádico apetito de aberraciones y ritos.

Nunca pensó que su pecho

pudiera albergar tan hondo quebranto.

Arrojó al fuego cada vivencia

cuyo recuerdo pudiera remorder

el firme propósito de conciencia.

Con la cabaña ardieron todos

los lazos que lo unían a una tierra,

a un refugio y a un amor;

para la vida sólo restaba el errabundo

sin hogar y sin destino,

sombrío jinete desalmado

entrevisto en el páramo o el alcor.

Cualquier humano afecto

le había sido proscrito;

en su fuero sólo alentaba la fiera

vengativa, de sangre sedienta,

ávida de muerte y violencia.

A los viles cuervos asesinos los mató

en la noche, cuando bajo la luna

sus cruentos trofeos festejaban,

no dándoles tregua en la ruda pelea

ni sosiego a su furia justiciera. 

Frente a sus rifles, de nada

sirvieron la flecha y el tomahawk,

el lanzazo o la seca cuchillada.

Perpetrada la matanza,

descansó junto a los muertos

de su esfuerzo monstruoso,

a su vez malherido y roto,

hasta una nueva alba de terror.

Desde entonces los salvajes,

rota la ley de los lares montañosos,

jugaron con él al ratón y al gato.

Los más feroces guerreros Crow

seguían de cerca sus pasos,

en busca de un galardón

que colmara sus ínfulas de machos.

No quedaba mayor honra en la tribu

que alancear al altivo enemigo

que el valor de sus bravos humilla,

y que de sus vísceras extirpadas

engulle del vigor la semilla.

Muchos valientes le retaron,

o lo sorprendieron por la espalda,

o se batieron con furibunda saña.

Pero sólo la derrota granjearon,

la herida del puñal en sus entrañas,

la bala que su corazón desgarra,

el abrazo de la muerte helada.

Su fama de invencible traspasó

la majestad de las montañas 

y se divulgó de aldea

en aldea por la pradera.

Su mito y asombro de bravura

todavía recorre esas alturas,

donde su grito dominador aún se proclama.

Y lo recuerdan los niños en sus juegos

y se dice que los indios lo veneran,

lo celebran en sus danzas

y que, reunidos en tribales ceremonias,

relatan la memoria de sus hazañas,

y aún advierten que en sigilo merodea,

a caballo y bien armado,

tras de quienes visitan esas montañas..