Vísperas (poema improvisado)

Vísperas (poema improvisado)

 Abro las heridas

por donde sangra la vida,

late el corazón,

el tiempo obsede.

La distancia se hace encrucijada.

Irradia el sol

como ausente,

detenido en un firmamento de silencio.

Una esquirla perforó

la turgente blandura de una hoja;

cae la gota imprescindible

en el estío.

                 Ruptura

del nexo intangible del olvido

y el ahora que derrama

el cáliz saturado de vacío.

Ventanas entreabiertas;

barre el viento la pradera

intransitada y herbosa

donde antaño un río

describía su cauce,

esa agua desvanecida

y sin esencia,

donde medita el paisaje

y el ojo precipita

la única certeza fugitiva.

Hubo un ayer, si no

no tendríamos un ahora;

eso nos completa lo vano

que se escapa cual polen

en la brisa.

                 Relampago

que ciega con brillo

de instantánea, llamada

a resurgir en el perpetuo ciclo.

En la noche rumorosa

se apagará la lámpara,

latirá lo inconcreto

con fluidez de lágrima.

Extraña anacronía

donde el dolor arrebata

el más gozoso encanto.

Cuando el sentimiento muere

se desmorona el día.

El misterio de una sombra

El misterio de una sombra

 Eran las tantas de la noche,

Yo orinaba.

Sobre la pared de encima del retrete,

Una sombra se proyectaba.

Esa sombra no era la mía.

Presentí que una presencia próxima,

En el misterio, me acompañaba.

Mi alma sintió el roce de su rebaba.

No adivino qué querría.

Yo ya saldé las cuentas de mi ignominia.

En cualquier caso,

Que arregle el pleito con mi abogado.

Desazón

Desazón

He abrasado mi garganta con el guisqui,

queriendo mitigar el último dolor,

sin conseguirlo.

Fabricarás un mundo de paisajes inefables,

escucharás esa música sublime

que invita a redimir el sentimiento,

te sentirás realizado creyendo haber escrito

un poema perfecto,

olvidarás tu tiempo observando la armonía

en un cuadro maestro, pero siempre 

quedará coleando esa inquieta desazón.

El Amor, las Mujeres y ...

El Amor, las Mujeres y ...

 Tomo dos culines de guisqui peleón,

los deseos de la carne andan al acecho.

El pecado ya no me resulta atractivo;

he vivido lo bastante para saber

que esconde su engañosa fachada.

Cuando todo naufraga, uno ha de aferrarse

a la lucidez cartesiana, fiar de la razón,

common sense, aguardando que amaine la tormenta,

que enfríen las ascuas  seminales

y se desvanezca de Eros la ilusión.

Quiero desde la castidad

sobreponerme al misterio de la carne,

no ceder a las ligaduras que intentan prenderme.

No sabemos de la naturaleza de esos lazos,

si tras su cebo delicioso

se encubre la amargura de la perdición.

Hay tentaciones que prometen el gozo

tras la sumisión, después de tragar la bola

pesada y amarga del desamor.

Permaneceré firme en mi empeño,

no dando más criterio que a mi razón

aunque sobrevuelen mi cielo

mil querubes lanzando sus flechas 

ardientes de pasión.

Ratoneras fantásticas

Ratoneras fantásticas

 ¿Qué se consigue con la divulgación de películas de ciencia ficción, superhéroes, leyendas fantásticas, y mundos paralelos imaginarios?: mantener al individuo en la inconsciencia de su propia realidad, conservarlo ignorante de su necesidades más fundamentales, para que continúe perdido en un camino que lo mantenga perplejo hasta su muerte, despojado de cuanto resulta más esencial para el ser humano. En cada recodo te abordara un farsante con su ominosa mercancia, en cada encrucijada te indicaran que sigas el camino más pedestre. Así tu vida transcurrirá sin asideros donde poder agarrarte, incierta y atolondrada. Te irás tan desnudo como llegaste, por dentro y por fuera, con el remordimiento de no haber encontrado un "para qué" en tu existencia. A quienes intentaron resolver esta pregunta, se los comieron los lobos, disfrazados algunos de ellos como la abuelita, Peter pan o el príncipe encantador.  

NAPOLEON, DE RIDLEY SCOTT: MI CRÍTICA

NAPOLEON, DE RIDLEY SCOTT: MI CRÍTICA

 Acabo de ver, 30 de noviembre 2023, la pelicula que sobre la figura de Napoleón ha filmado Ridley Scott. Mi primera objeción versa sobre el metraje de la misma, en tanto que se quiere glosar el total perfil biográfico de un personaje como Bonaparte. Una película así requeriría un metraje más extenso, al menos equiparable al de las grandes producciones de Hollywood en el pasado o los films de David Lean. Y cito a Lean porque considero que la película presenta algunas analogías con la obra del director británico, especialmente con Lawrence de Arabia en cuanto se intenta profundizar en la personalidad de una figura histórica, agitadas ambas por la pasión de su propia gloria y abocadas por igual a terminar sus días de manera penosa. El film de Lean examina con hondura al personaje de Lawrence, penetrando en la contradicciones de un alma confusa, mientras que el retrato que de Bonaparte hace Scott es algo plano. Salvo el hipotético Napoleón íntimo, envuelto en una pasión cuestionable con Josefina, al resto se lo formula de una manera algo aséptica, casi documental, con un errado intento de concentrar demasiada información en poco espacio. No sé si en esto tiene algo que ver la interpretación de Joaquin Phoenix, que no logra revelarnos con nitidez su personaje. Su cara no deja transparentar qué hay tras de su máscara.

La película, fundamentalmente, trata de los amores de Napoleón y Josefina, peripecia romántica con la que se trata de atrapar la atención del gran público; y si la película hubiera acabado en eso quizá le hubiera salido más redonda. Scott, aun en formato más reducido, ha gestado obras maestras como Los duelistas y Blade Runner. Pero la pelicula trata de abarcar, prescindiendo de la infancia y primera juventud, la órbita entera del emperador y ahí es donde no hace pie. Nos presenta los acontecimientos más relevantes de la vida de Bonaparte pero, como digo, de un modo documental, sin dar margen a la reflexión. Podríamos decir que el director no se moja. Algunos de los episodios como el asalto al Directorio por las turbas, aplastado por los cañonazos de las tropas al mando de Bonaparte, el golpe del 18 Brumario, o la licencia del Napoleón como un Talibán bombardeando las Pirámides, cuando gracias a su mecenazgo se gestó la obra fundamental de los estudios sobre el país del Nilo, La Descripción de Egipto, quizá se justifiquen por sí solos e inviten a la crítica del espectador, aunque el acostumbrado cinéfago consumidor de palomitas no esté mucho por esta labor.

 Como siempre es espléndida la puesta en escena de las batallas, sin dudarlo rodadas con gran virtuosismo, recordándonos tanto en éstas como en otras escenas palaciegas y en el uso de la música al Barry Lindon de Kubrick. Después de haber rodado Gladiator y El Reino de los Cielos, es obvio que Scott domina a la perfección la retórica bélica.

En el film, a su vez, hay escenas emotivas como el regreso del emperador desde Elba, y su acogida por la tropa y el pueblo francés; o los consejos que ofrece a los cadetes el Bonaparte ya prisionero en el buque inglés con rumbo a Santa Elena; o su entrada en el Moscú desolado frente a un enemigo que actúa sin nobleza; o la carga final en Waterloo, donde sable en mano un emperador, como no se daba desde la antigüedad, lucha por la victoria como el último recluta, acaso buscando la muerte heroica, a diferencia de un Wellington que lo observa impasible desde su cómoda posición en la retaguardia, recordándonos que el estratega nunca se apea de su promontorio privilegiado hasta donde no salpica el estertor de la sangre.

Quizá la película exigía una apuesta más ambiciosa, que acaso la actual industria sea incapaz de abordar. A todas luces, aventuramos que la producción muda de Abel Gance la supera. Presumimos, sin embargo, que tal vez el cine no sea el vehiculo más indicado para divulgar a las grandes figuras historicas, pues en buena parte se frivolizan y hurtan cualquier exposición minuciosa. Deberemos, sin embargo, dejar madurar la película para enjuiciarla en el futuro de modo más cabal, pues éstas como los vinos mejoran en calidad o se malogran. Como digo, conociendo su trayectoria, hubiera esperado del director una visión menos convencional de Napoleón, menos ajustada a la vox populi. Por mi parte, creo que ese escrutinio final de los muertos habidos en las guerras napoleónicas, que quizá sea políticamente correcto, no me parece de buen tono. Nada sabemos de cierto de las motivaciones últimas que impulsan  a los pueblos a enfrentarse unos contra otros, buscando para el caso una cabeza de turco con la que exonerarse de culpas. 

Suspicacias

Suspicacias

 A estas alturas, resulta fatuo confiar en la inocencia de nuestros gobernantes. Cada una de sus concesiones habrá de examinarse con lupa. No deberemos desdeñar que sus metas quizá difieran de cuánto estimamos recomendable. 

No nos dejemos llevar por consignas aberrantes. No se debe tragar la papilla que nos ofrecen antes de haber analizado sus ingredientes. Ya no estamos en la sociedad del bienestar, sino en la comunidad del consentir.

Ritornello

Ritornello

 Amé a quien no era amable,

desoí lo razonable,

perdí la crucial batalla.

Hoy me conforto

relamiendo mis llagas,

recogido en mi guarida.

De cuando en cuando, salgo.

A mi paso, suena una campana

que con voz nueva me reclama.

¿Anuncia acaso que resta una esperanza

para este sino de perdición a ultranza?

Regresa Napoleón

Regresa Napoleón

 Está a punto de estrenarse la película Napoleón, de Ridley Scott. Por fin, un argumento que invita a volver al cine.

Me mueve a ello la confianza de que el director ofrecerá una mirada respetuosa y lúcida del emperador de los franceses. Pocos personajes de la historia han suscitado juicios más contradictorios. También pocos cosecharon los más fervorosos seguidores y los más enconados enemigos. La mirada simple reconocerá en él al arribista dispuesto a sacrificar a quien fuera para satisfacer sus ambiciones. "Le petit cabrón" que arrastraba a las masas desheredadas a los campos de batalla, para servir de carne de cañón, de calderilla aritmética a sacrificar en pos de la victoria que lo engrandecería. Tal opinión sostiene quien admite que el origen de las guerras napoleónicas post revolucionarias responden al capricho de un individuo inescrupuloso y no al resultado de una necesidad historica. Con Napoleón llegó a Europa la modernidad, una nueva sociedad donde ya dejaban de prevalecer los privilegios inveterados. El nuevo hombre ya no es el especimen resultante de una rígidas estructuras sociales y su beneficiario, sino el hecho a sí mismo en el desarrollo de sus facultades innatas, fruto de su inteligencia, de su aptitud y ambición.

Algo tendría Napoleón que, superviviente de una revolución, con su osadía conquistó el poder y ya en él, aun rodeado de acérrimos detractores y voraces hienas, como Tayllerand y Fouché y otros taimados realistas e imperios seculares en su contra, supo prevalecer sobre cuantos le rodeaban y mantuvo en jaque y postrado a un continente a sus pies. Quizá lo perdiera su soberbia, pero es fácil sucumbir a la tentación cuando se observan a todas las cervices plegarse a voluntad y capricho.

Perfil de dos toreros

Perfil de dos toreros

 En estos días he seguido por youtube una conferencia que el profesor Andrés Amorós dio en torno a la figura de Ignacio Sánchez Mejías y a la elegía "Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías", de Federico García Lorca. La primera parte de ésta, singularmente sabrosa, correspondió a la semblanza biográfica del torero. Allí se nos descubre una figura extraordinaria ( nunca hubo un andaluz tan claro, tan rico de aventura), multifacética e irrepetible. Pocos toreros aglutinaron en torno a sí tantas excelencias ni descollaron en tan distintos campos. El destino le llevó a compartir época con esa gran figura del toreo, Joselito el Gallo, de cuya cuadrilla formó parte y con quien incluso estableció lazos de parentesco. Siguiendo la estela del maestro tomó la alternativa y trató de emularlo en su concepto del toreo. Se distinguió por su arrojo y valentía (que buen torero en la plaza) y por su toreo artístico y brillante. Consiguió auparse a los primeros lugares del escalafón, compitiendo con otros diestros de gran relevancia, entre ellos Juan Belmonte. Y fueron él y Belmonte a quienes celebraron los escritores y los intelectuales del momento. Se cuenta que en torno a él se agruparon los poetas de 27, cautivos muchos de ellos por la personalidad arolladora del matador. Como hombre alcanzó fama, riqueza, honor, relevancia social; como torero, prestigio, celebridad, leyenda. Con su muerte se sumo al panteón de los Héroes, y como tal lo cantó el poeta.

Pude en mi vida, por la suerte de ser alicantino, compartir época, memoria de infancia y vecindad, con otro gran torero: José María Manzanares. Rememoro ahora su figura, por la coincidencia de su apellido taurino con el del pueblo donde estaba la plaza en la que un toro Granadino  acabó con la vida de Ignacio Sánchez Mejías. Buscando sus datos biográficos por internet, constato que el apellido Manzanares lo tomó de su padre, pero no llego a descubrir por qué éste lo adoptó. Sin embargo, mis recuerdos de Josemari, el tore, como lo apodaba la chiquilleria, están más relacionados con el futbol que con el toreo, pues reviven esos largos partidillos de los sábados que toda la chavalería organizaba en los descampados próximos al barrio del Garbinet. Y recuerdo que Josemari era un herculano de pro, que se ufanaba de usar la camisola del equipo local. Mi único recuerdo del Josemari torero se remite una exhibición de salón que dió en la suburbial plaza de Manila, frente a un simulacro de toro sobre ruedas, desarrollando una torería en potencia, en la que pocos de los que estábamos allí podíamos imaginar sus triunfales hechos posteriores. 

Pertenezco a una generación en la que se hacía alarde de valores fraternales, antibelicistas, y antitaurinos. Donde se despreciaba al héroe por mor de un vago anhelo de indeterminada equidad. Se pensaba en el torero como un arribista, que sólo pensaba en hacerse rico por el camino más rápido. Si había nobleza, arte y gloria en el mundo del toro era algo en lo que nadie pensaba. Por eso yo jamás he asistido en vivo a una corrida; solo he visto lidiar por televisión y en alguna ocasión observé alguna faena de Manzanares. Confirmé su toreo de clase, sus buenas formas delante del toro. Supe de sus triunfos por los noticieros. Pero por entonces era una persona totalmente desligada de mi vida. Lo volví a encontrar hara pocos años, cuando visité el museo y la plaza de la Maestranza, de Sevilla. Me llamó poderosamente la atención que, junto a un par de trajes de Currro Romero, la figura sevillana por excelencia, se exhibiera un traje de luces de purisima y oro de José María Manzanares. Reflexioné más tarde en cuál no sería la grandeza de sus logros. En los toreros se cumple el héroe que todos pretendemos alcanzar, paradigma de  la vieja sociedad que pasó. Pude contemplar su túmulo en el cementerio de Alicante; quizá su figura hubiese compartido celajes legendarios si como Ignacio Sánchez Mejías hubiera recibido a la muerte abrazado a las astas de un toro.

¿Estaba en sus cabales Nietzsche?

¿Estaba en sus cabales Nietzsche?

 Nietzsche nos instaba a la cofradía baconiana y al lúbrico desenfreno, donde se confunden todas las lacras y miserias humanas. ¿Estaba en sus cabales?

Recientemente, he vuelto a ver el vídeo donde se le muestra en sus últimos días de vegetativa existencia. Parece una película de terror. Se nos ha querido vender que tal postración se debía a los síntomas terminales de la sífilis. ¿En verdad, respondía su vesanismo a tal patología? ¿ Queda aún alguien que cree en los diagnósticos espurios de la ciencia? Se nos vende un universo tan de conveniencia como para el de la moral postulaba Nietzsche.

La apuesta era el superhombre, pero ¿ es lucido buscarle en su más abyecta costumbre, en el pozo de su más inconfesable cieno?

Piel tatuada

Piel tatuada

 Has profanado de tu piel la tersura

con la tinta corruptora,

grabando como en un pergamino, 

con señales y figuras,

su superficie tentadora;

afeando su cándida albura

e inhibiendo del suave tacto

la caricia embriagadora.

Su pulido alabastro

del que la mirada se prendaba,

radiante como una mañana,

malogra el torpe dibujo

del más variado asunto:

flores, símbolos y filigranas.

Tenía tu piel primor de porcelana

hasta que el prolijo tatuaje

invasor la malograra.



Jerarquía

Jerarquía

 En este Castillo de hoy

se ha trastocado el escalafón,

escasa es la diferencia entre señor y bufón,

del uno o del otro lo mismo vale la opinión.

las damas suplantan a las mancebas,

el villano continúa en su rincón,

el honor ya no lo guarda la espada,

y el héroe es el trovador.

Regla de oro

Regla de oro

 A cuántos no ha ocurrido

-por necesidad de amor,.

o por un querer cuya correspondencia anhelábamos-,

entregarse a una persona

que nos ha desestimado,

para luego, por despecho,

arrojarnos a la degradación del arroyo,

ignorando el amor propio,

todo cuanto creíamos honesto.

Amarás al prójimo como a tí mismo,

ni más ni menos,

así estableció el único Señor verdadero.

Toda desviación de esta regla,

será una tergiversación del Credo.

El camino del mal

El camino del mal

 El diablo es el dueño de las calles;

si has frecuentado sus ambientes,

habrás notado sus maniobras secretas,

su urdir en lo invisible.

El provoca las discordias,

el mal beber en los bares,

fomenta fobias e inquinas, 

tergiversa pensamientos,

alimenta las lujurias,

controla la voracidad del sexo.

Se agazapa en lupanares,

rezuma en cada rincón del vicio,

fecunda la raíz del delito,

si quedas solo en tu casa

quizá a hurtadillas se cuele.

En el amor causa estragos,

propicia malentendidos

dando pábulo a los celos.

Dispone sendero intrincado,

sembrado de trampas y cepos;

cuando te vea alfin derrotado

hará burla de tus duelos.


Sabio consejo

Sabio consejo

 Para tener una existencia óptima, la vida debera permanecer acorde con la Tierra y con el Cielo. Sabio es establecer para estas realidades los bordes que la prudencia contempla. Porque parece clara nuestra travesia de la Carne, pero ignoramos en gran parte la ruta que apunta hacia lo Celeste.

Frustración

Frustración

 Bajaba cada día hasta la dársena y desde el muelle observaba los barcos atracados y el movimiento frecuente de algunos de ellos. Seguir su singladura despertaba su imaginación, transportándolo a lugares reales o fabulosos. Escrutaba con minuciosidad la vida en los muelles, el trasiego en los veleros privados y la labor en los contados mercantes que satisfacían el escaso comercio portuario. Soñaba con navegar, visitar lejanos paises que en su casa recorría con el dedo índice posado sobre el atlas. Hacía ya años que esta costumbre de visitar el puerto se prodigaba. Miraba con embeleso las maniobras de atraque y desatraque, las operación de izar la vela cuando una embarcación se alejaba por la rada, las costumbres domésticas de los habitantes de esas reducidas casas flotantes. Porque el puerto era un hervidero de barcos deportivos y de recreo.

Hubiera querido ser marino, o cuando menos poseer un barco que lo llevara hasta lugares infrecuentes y evocadores. Esa manía la tubo desde joven, pero siempre supo que no podría ser. Incluso algunas noches, bajo la palida luz de la luna, pasaba un buen rato entretenido con  los barcos, antes de regresar a casa, sabiendo que no podría corresponder a la llamada del mar. Su familia conocía su manía, pero no intentaban hacerlo desistir de esa costumbre. Es más lo acompañaban incluso al malecón donde contemplaban la vastedad del mar y seguían la travesía de los barcos que se internaban en sus aguas agitadas y profundas. La subida hasta arriba era azarosa pero el no se retraía, y los suyos tenían que seguirlo. Al no haber navegado nunca, tenía de los barcos una opinión romántica. ¡Qué no pocas aventuras y sensaciones maravillosas no se vivirían abordo de ellos! Y sus ojos se llenaban de melancolía, creyendo que jamás surcaría la azulada esperanza de los mares.

Aquella mañana radiante, la brisa era ligera. El sol doraba la superficie marina como una bendición que se derramara a raudales. Todo incitaba al viaje. En los muelles se sentía ese ajetreo, y algunas embarcaciones se preparaban para hacerse a la mar. El los miraba desde su lugar de costumbre, lamentado no poder zarpar en uno de los barcos y compartir su singladura. No tardaron en soltar amarras y maniobrar buscando la salida del puerto. Al ver la vela, que se alejaba, sintió la impotencia de no poder sumarse a la aventura, y en sus ojos brotaron espontáneas las lágrimas, mientras miraba la lejanía del mar y luego hacia abajo, contemplando sus piernas deformes sobre la silla de ruedas.

La mano que mendiga

La mano que mendiga

 La tarde que declina,

el tiempo se sosiega

con languidez de vino.

Pronto la noche

despertará sus monstruos.

Caminad paso a paso

el contraluz vespertino,

sentid la herida que sangra

el mundo en su agonía,

recontad esos dones

que enriquecen el alma.

En el camino

una mano que mendiga;

solo puedo dar el género

de dádiva que no sacia.

Ese vacío me acompaña,

así lo denuncian mis lágrimas.

Sé, sin embargo,

que hay un punto

donde el dolor del corazón place

y mía es la mano que postula.

Acaso exista un ahora

Acaso exista un ahora

Mi madre se está muriendo

y yo no puedo evitarlo.

En el tiempo cada cosa

tiene contados sus pasos.

Qué no diera por tenerla

pero, como para todos los seres,

su hora está señalada.

Qué no diera por que quedara,

poder cada día verla,

no llamar muerte a la muerte

sino nuevo y mejor sino.

Acaso exista un ahora

donde podamos encontrarnos,

entre el después y el olvido.

Vida y muerte por igual

recibimos al nacer.

Una pasa y la otra queda,

aunque ambas sean cara

de una misma moneda.

Cuentan que para los paganos

como estrellas brillan los difuntos

en el insondable  cielo.

Ella será estrella en mi mente

que mis destinos oriente

y a mi soledad dé consuelo.

DIALOGANDO EL OTRO DÍA

DIALOGANDO EL OTRO DÍA

 Dialogando el otro día lamenté

no haber emigrado de joven a Australia.

Sospecho que tan mal no me hubiera ido,

aunque acabara cuidando de un gringo las ovejas

y alimentándome de canguro frito.

Seguramente, en Australia no hubiera

escrito lo que he escrito,

pero tal vez me habría bruñido

el moreno de sus playas

y quizá comerciado con perlas en el Pacífico.

Renuncié a la aventura por el cobijo,

unos billetes seguros, pensando que vayas

donde vayas consuela del mal lo conocido.

En Australia no hubiera reunido tantos libros,

ni comprobado tampoco que a mis lerdos paisanos

eso de la cultura se les importa un pito.

Quizá sea endemia del barrio donde habito,

pero lo de la lectura no cuenta entre sus vicios.

Trabajar para comer y para pocos caprichos,

pues de que no te sobre ya se encargan los vampiros.

Lo que escribes no lo leen, 

y si lo hacen, lo arrojan luego al desperdicio.

Una vida de sudores y quebrantos

para sacar en claro la miseria  y el olvido.

Para qué quiero yo patria

si no puedo contar con ella 

ni ella cuenta ya conmigo.

Mejor me hubiera largado a Australia

pues en la sociedad del los hombres

es  sabio andarse solo el camino.


CRONICA COTIDIANA ( 66 años)

CRONICA COTIDIANA ( 66 años)

 La mañana la dedico al ejercicio,

camino sobre 3 horas de promedio.

Luego me reintegro al pulso urbano:

hago mis compras, mi comida.

Descanso tras el almuerzo. Oigo música.

A veces leo, dormito.

En las tardes me reintegro al paseo,

visito algunos antros del libro, 

rastreo alguna que otra ganga solapada.

Luego me anestesio con dos cañas y olvido, 

o a veces medito 

en algo entre los pliegues

del recuerdo escondido.

Vuelvo a casa. Ceno.

Tras la cena, leo algo o escribo.

Oigo música, escucho algún video

de Youtube agradecido.

Pasadas la 12, me recluyo en el cuarto,

hago mi abluciones, pongo a punto mis músculos.

Escuchando una guitarra,

me sumerjo en el olvido


El deseo es un impulso

El deseo es un impulso

 Un impulso, tan sólo es un impulso.

que el margen de la duda

llega a convertir en grávida certeza.

Yo no sé que el deseo sea más

que una opción momentánea,

a la que el recuerdo

apariencia de amor otorga.

Mas cierto es que sufro

porque mi anhelo no se colma.

¿Por qué calará tan hondo

lo que en el fondo no sea

más que engaño y sutileza?

¿Sabes lo que hay en el fondo del arroyo?

¿Sabes lo que hay en el fondo del arroyo?

 ¿Sabes lo que hay en el fondo del arroyo?:

Mediocridad...fango, corrupción.

Si desciendes al fondo del hombre

no encontrarás sino su mísera condición.

Si te han envuelto las miasmas de Ashenbach,

disuelto en el barro de tu sensualidad,

reconocerás su desamparado fruto vacío.

Solo en el Amor el alma se renueva.

Si has mirado tu honda soledad en los ojos de la muerte,

reza para que en ti crezca la simiente

de la dádiva de Dios qué al frío penetrante

de esa noche con sus ascuas desvanece.

Porque sólo el Ágape es de Dios;

la carne del hombre sus deleites desconoce.


LOCOS POR LOS CLASICOS

LOCOS POR LOS CLASICOS

Un pariente próximo posee un librería. Esta mañana le he cursado visita y he pasado largo rato en su grata compañía y no menos en la de los libros. Uno de los escaparates abundaba en obras estimables; podían encontrarse allí ejemplares de Píndaro, de Esquilo, de Cervantes, de Joyce, de García Márquez, Cortázar, Poe, Hesse, Gala, Flaubert, Austen, Somerset-Maughan, Zwieg, etc, un surtido de lo más variado de títulos inmejorables. A lo largo de mi visita, una anciana, que arrastraba su carrito de compra, se ha detenido frente al escaparate y ha escrutado con ansia adquisitiva los variados títulos expuestos. Tras penetrar en la tienda se ha dirigido al mostrador y definido sus preferencias. De todo lo que el nutrido escaparate exhibía ha optado por dos obras concretas, una de ellas Los Pilares de la Tierra, de Ken Follet, y la otra, no recuerdo ni el título, correspondía a un autor novedoso que desconozco, y parecía tratar una intriga tremebunda de título rebuscado. 

No es casualidad que, como esta lectora media, muchos de nuestros lectores opten por obras que, como sus mismos autores señalan, tratan temas atractivos con un lenguaje ameno. Grandes Almacenes y Comerciales del libro de toda índole mantienen sus lejas abarrotadas de esta clase de libros. Los Clásicos en ellas ocupan un lugar cada vez más reducido y que va menguando de día en día. Se hace díficil encontrar muchas de las obras de un Balzac, de Dickens o Tolstoi, y no digamos de otros autores de calidad aunque no tan fundamentales. Síntoma de todo esto es que los clasicos, autores celebrados en las aulas pero temidos por el público corriente, requieren lectores preparados, con una formación determinada, capaces de interpretar y racionalizar un frase, y que estén familiarizados con el lenguaje y aptos para seguir el hilo literario sin recurrir con demasiada frecuencia al diccionario; aquellos, en suma, para quienes la lectura significa un goce y no un suplicio intelectual, que los hace precipitarse pronto en el marasmo y los vuelve proclives a dejar el libro sumidos  en el más atroz de los aburrimientos. Muchos no consiguen traspasar la barrera de su mediocridad y su nivel cultural permanece siempre invariable.

Desgraciadamente, este tipo de experiencia es la que más abunda, pues la media lectora pertenece a un público poco exigente, con nivel cultural medio bajo, que encuentra en los libros unicamente entretenimiento y evasión, y no ese pilar fundamental que significa la cultura en la realización del hombre. Leer ofrece a nuestras vidas otra dimensión, amplía nuestros horizontes y nos enriquece. Un hombre con formación abordará los problemas de modo bien diferente a cómo lo haría quien carece de ella. Hoy día parece que esta misión educadora se ha reservado a la tecnología y medios audiovisuales, y así nos vemos. De aquí a un tiempo constituiremos una nación de analfabetos.

Amor Exclusivo

Amor Exclusivo

 Mi primer amor,

mi amor más apasionado,

fue una lesbiana.

Entonces yo no sabía que lo era,

ni en qué consistía ser lesbiana,

eso que los golfos llamaban tortillera,

y nuestros padres marimacho.

Ni tampoco por qué una chica

prefería el deporte a la costura,

se acompañaba siempre de otras chicas

y a mi me llevaba por la calle de la amargura.

Preciso es reconocer que yo era un joven delicado

y ella un carácter vivo

que me atraía por su misma fuerza

carente de mojigatería.

Nuestra relación no pudo pasar

de la de pretendiente idolátrico

y virgen despechada.

Ella se pavoneaba como una diosa

mientras yo servía de acólito

de un extravagante protocolo.

Huelga decir que tal cortejo desigual

continuó hasta que descubrí su condición

y yo reventé de odio por su amor.

Más tarde, persistió la duda de quién era ella

y el recelo acusatorio de quién era yo.

Tras la ruptura, mi furia de macho se desató,

me sumé a las noches de donjuan depredador,

y a las cabañas bajé

sin poder a los palacios ascender.

Con todo ello, tan sólo mi ruina labré

sin poder sacudirme el lastre

que el albur de la fortuna deparó.

Sintiendo del corazón sus despojos

todavía deshojo la flor

de aquel pasado resquemor.

¿La amé?¿Me amó?

¿Era lesbiana ella,

era marica yo?

Hoy se nos da a entender

que de todo ello ¡qué más da!

Hay lesbianas que te sirven la copa en el bar,

y te dan cháchara como si quisieran ligar;

hay maricas que se besan impúdicos

en la plataforma abarrotada del Tram;

hay muchachas que golpean el balón

con la potencia goleadora de un crack.

He procurado escribir derecho mi renglón,

pero de todo esto me queda el sinsabor

de por qué en aquel estéril anteayer

un chico y una chica 

no se pudieron querer.


Sobre el engaño del mundo

Sobre el engaño del mundo

 Durante la juventud se nos propuso la amistad con el mundo,

convenciéndonos de que en él encontraríamos

 cuanto colmara nuestros deseos y ambiciones.

Pero al igual que al Shidartha, de Hesse,

nos proporcionó el sansara desengaño y autodestrucción;

como respuesta a nuestras concesiones nos devolvió un pago inicuo.

El mundo es algo que tiene que ser superado;

deberemos levantarnos sobre el remolino de su confusión,

si queremos alcanzar a ver la luz de la verdad.

No queramos reconocer en él más que una pasajera vanidad.


La cosecha del mundo

La cosecha del mundo

 Necio es quien aguarda del mundo

justo pago a sus ofrendas.

Sentirá en sus fuerzas 

una inerte resitencia,

sus dádivas no serán recompensadas.

Es igual al labrador que trabaja

su cosecha con el sudor de sus huesos,

a sabiendas de que la plaga 

o el pedrisco la malogren.

o que por falta de riego dé amargo fruto.

Buscarás a tu denuedo una respuesta,

pero tus gritos rebotarán

contra la rigidez de un muro ciego.

carente de puertas para penetrarlo,

tal el mundo se presenta.

¿Será su médula como la pulpa

de un fruto del que tras perforar

su costra hallarás sabrosa delicia?

¿O al igual que con la legumbre estéril,

al quebrar su cáscara

encuentres un núcleo vacío?

¿Será éste el enigma secreto del hombre,

cuando al rebuscar su esencia 

encontremos mera vanidad,

malicia por justicia,

por fraternidad, desolación?

Tal fue el rigor que soportó Cristo en su cruz,

cuando acallaron su voz con su indiferencia

y pese a ser santo tuvo el pago de un ladrón.

¿ Cuál fue la respuesta que dio?:

 llenar ese vacío con amor.

Al igual, con injusto encono

 atribuló el destino al buen Cervantes. 

¿Y cuál fue su respuesta? ¡Tomémosla por lección!

 Pese a su amarga condición,

frente al cruento dolor, abrió las venas

de su poesía para que fecundara su verbo

el yermo pago que su patria le devolvió.


La plaza de Gabriel Miró, en Alicante


Durante el paseo del domingo, me he sentado en un banco junto al monumento de Gabriel Miró, ubicado en un espacio recoleto de la plaza homónima, en Alicante. La plaza de Gabriel Miró, sin duda, es la plaza más hermosa de la ciudad, realzada en su centro por la bella fuente de La Aguadora, que llena de frescura e ilusión la atmósfera. En derredor se envuelve con una vegetación lujuriante, entre árboles centenarios que ocultan el cielo con su ramaje. El juego de luz entre la sombra arbolada, con sus reflejos sobre las hojas y sus destellos en el agua hacen de aquel rincón una antesala del paraíso. No siempre fue así.

Durante mi juventud, la plaza de Gabriel Miró era un lupanar. Pasarela de putas que convenian cada noche en los rincones su negocio y te seducían con el característico: ¿ me das fuego, chaval? . Las urgencias del falo incontinente hacían desatender cualquier otra intromisión estética. Las calles adyacentes eran colmenas de catres de alquiler. El negocio prosperó hasta que a la autoridad le pareció inadmisible y ruinoso continuarlo. Por fortuna, aquellos tiempos de decadente disipación pasaron, y hoy se puede disfrutar de la mañana esplendorosa entre su fronda. Afotunadamente, el pecado tiene su redención con la penitencia.

En cuanto a Gabriel Miró, es una presencia discreta de la plaza. Su figura, un busto que considero algo tosco, casi la esconde un follaje de palmeras. No deben haber muchos alicantinos que lo hayan leído, pues su prosa exige paladares escogidos que sepan valorar lo sublime en el lenguaje. Y seguramente son lectores contados los que cumplen con esta demanda. Si se hiciera una encuesta callejera pocos serían los que darían un respuesta precisa sobre el escritor nacido en la calle Castaños. Esporádicamente se le recuerda en simposios frecuentados en general por ponentes extranjeros. Lo que se sabe de Miró, en gran parte se debe al erudito e historiador alicantino Vicente Ramos, que escribió varias obras en torno al autor del "Obispo leproso". Destacan su Biografía, acaso la más exhaustiva hasta la fecha, y el ensayo titulado "El mundo de Gabriel Miró", que leí no hará mucho en un ejemplar intonso y dedicado por el autor, con firma incluida. El agasajado no debía de estar muy dispuesto a hincar el diente a tan densa obra, pues la revendió vírgen a una libreria de lance. Cabe decir que en dicho ensayo se despliega un conocimiento intimo e intenso del universo mironiano.

En algo debo dar gracias al reciente status de jubilado, pues disfruto de mi ciudad con unos ojos distintos a los de la monotonía recorosa del ciudadano nativo, que la padeció durante largos tramos de una existencia digamos que sufrida.


Reflexiones sobre Espartaco


 Si existe una película recomendable de Romanos, ésta es Espartaco. La dirigió, parece ser que por encargo, Stanley Kubrick, y el guión correspondía a Dalton Trumbo, represaliado durante la caza de brujas Mcarthysta. A éstas alturas resulta ingenuo reconocer que en el film se intenta trasmitir un discurso de izquierdas, recuerdo épico de la lucha por la libertad de las clases oprimidas, simbolizadas en ese esclavo convertido en gladiador que se rebeló contra Roma, el tracio Espartaco, exponente claro en el pedestal heroico de la Unión Soviética y otros regímenes populares.

La  película, que se ajusta en cierta manera a la realidad histórica, se permite una licencia con uno de sus protagonistas fundamentales, el tribuno del partido popular o democratico,  Graco. Ciertamente en Roma se dió la existencia de un Graco, y no solo de uno sino de dos, Tiberio y Cayo Graco, ambos pertenecientes al partito popular y enconados detractores del grupo opositor patricio, representante de la oligarquía dominante. Ambos pagaron con sus propias vidas cuando intentaron implantar unas políticas favorables a la plebe. Pero su período histórico transcurrió mucho antes de la revuelta de esclavos de Espartaco; lo cual hace sospechar que el personaje de Graco es una creación fabulada por el guionista Trumbo, o por el autor de la novela en la que se inspira el film, creo que Howard Fast.

De boca de Graco surgen los diálogos más sustantivos con los que se nos quiere aleccionar, y a traves de él se explicita la realidad política del siglo I a C, la pugna  de dos partidos irreconciliables, uno representando a la nobleza y el otro a la plebe. En tales diálogos se despliega toda la dialéctica que enfrentó a estas dos facciones que se disputaban Roma, y que ya habían probado sangrientamente sus diferencias durante las guerras de Mario y Sila. 

Por parte del partido patricio da réplica a Graco, Marco Licinio Craso, por entonces el hombre más rico de Roma. De Craso se pretende dar la imagen de un opresor despiadado, capaz de sacrificar a cualquiera con tal de satisfacer sus ambiciones y sus placeres. En él se quiere hacer resaltar la hipocresía de los poderosos, que invocan los valores sagrados y establecidos pero que son a su vez capaces de la mayor felonía para conseguir sus fines.

Hay unos cuantos dialogos dignos de mención por parte de cada uno de los rivales y que definen ambas personalidades. En uno de ellos, cuando la solución de la crisis de los esclavos depende de que las huestes de Espartaco abandonen Italia con la ayuda de los piratas Cilicios, Graco afirma: "La política es una profesión práctica, si alguno de tus adversarios posee algo que tú necesitas, por qué no pactar con él".

Sobre lo cual le advierte  Julio César: luego negociamos con los piratas, pactamos con criminales.

César aquí representa al joven político apasionado que no ha perdido todavía la virginidad. 

Frente al senado Graco se manifiesta partidario de una república corrupta, frente a la dictadura  que supuestamente desea imponer su contrincante. 

¿No son éstas consignas bien similares a las que invocan nuestros políticos, enfrentados en facciones que no han variado con el paso de los siglos?

¿No les recuerda, a su vez, esta actitud del  viejo político popular romano a alguno de los políticos actuales españoles más descollantes?

En cuanto a Craso, su ideología es resaltar que Roma se halla siempre en el pensamiento de los dioses, pilares en los que se asienta la fundación de la ciudad, definiéndose así como el político que se arroga los asuntos de estado y tiene la mirada puesta en su porvenir y bienestar, recalcando que nunca será traidor a la República ni a sus tradiciones. De la mirada de Lawrence Olivier en esta secuencia se desprende cierta hipocresía solapada, sustentada por un silencio que da pie a una lectura subliminal. En cualquier caso, queda manifesto una filiacion sagrada a Roma, a la que pretende devolver los valores que la engradecieron, pues reconoce dos Romas, la de los patricios y la de la plebe. Anecdóticamente, se le recrimina subreticimente en el guión su bisexualidad, lacra de todo punto espuria en cualquier discurso vigente de las izquierdas. ¿Quién se lo hubiera dicho a Kubrick y Trumbo?

En resumen, salvando del discurso cualquier interpretación maniquea o sectaria, me asaltan serias dudas sobre con cuál de los dos políticos me jugaría los cuartos. 

 

Pinceladas ( David Bowie: emplea demasiado tiempo y gasto en peluqueria para ser un hombre)


 David Bowie: emplea demasiado tiempo y gasto en peluquería para ser un hombre. 

Bukowski: quiere hacer virtud de los vicios.

Jaime Bayly: un señor de derechas con moralidad de izquierdas.

Picasso: un grafitero con suerte.

Lorca: poeta de la luna y no de luz.

Borges: el tartaja más elocuente.

Wagner: barbarie entre seda y zapatillas.

Umbral: Mortal y Espurio.

Joyce: un jesuita perdido en un prostíbulo celebrando misa en una orgía mientras recuerda misterios de la cábala

El papa Francisco: ¡ Jesús, María y José!

Mahoma: con él no gastes ni bromas.

Warhol: un hortera sublimado.

Miguel Ángel: mármol encarnado.

Nietzsche: la sombra de una duda.

Alejandro, César, Napo: the dream triunvirato.

Freud: el sueño de la razón.

Homero: lo raro habría sido que en lugar de ciego hubiera sido mudo.

Pedro Sánchez: para mayor INRI.

Sánchez Dragó y Escohotado: los fumatas Gutemberg.

Joaquín Sabina: escribe torcido con buenas letras.

Juan Carlos I: pasar la vida trampeando para acabar en un Bribón.

España: los buitres vigilan cuándo cebarse con sus despojos.







Rey Leónidas

Rey Leónidas

 Leónidas, rey, 

figura arcaica

pero nítida y cotidiana.

Alzaste al hombre del barro.

rozando en tu impulso los cielos,

nuevo Hércules

de lo divino partícipe,

en cuya copa bebiste 

venidera gloria

coronado con laurel de victoria.

Noble rey

en las Termópilas libre,

por las Termópilas preso.

Sacrificio de muerte

vaticinaba el oráculo,

el temblor de la tierra

y la luna sangrante;

pero por tu valor 

 la derrota supuso triunfo,

ganó alientos la esperanza.

Venciste de la espada y el auspicio,

y perseveraste disputando

la sacrosanta libertad.

De los hombres conociste

la soberbia y la traición. 

Cuando Efialtes te vendió

y supiste tu suerte echada, 

no renegaste a tu escudo

y mantuviste como rey pundonor.

Al reclamo rencoroso de la muerte, 

junto a tus trescientos escogidos,

sucumbiste por tu grey

en la sangrienta pelea;

y en esa ofrenda de amor

tu memoria viva perduró

y enmudecieron los siglos.

Que el hombre ya no es esclavo

por su virtud, fue heraldo

que conocieron

muchos pueblos sometidos;

su recuerdo maldijeron 

los más perversos tiranos,

viles sátrapas y mezquinos soberanos.

Educado no para reinar, te forjaste

lejos de la molicie palaciega,

aprendiste el rigor

de Esparta, la severa,

la sed en sus caminos,

el hambre en sus eriales,

la vara del castigo,

la cruda pelea donde se curte

el alma ferrea del guerrero.

Conocías tu designio

y el deber de un espartano:

caer en la batalla

para salvar al hermano.

La libertad tiene un precio

que ha de pagar

todo hombre que no quiere ser esclavo.

Afrontar el peligro con valor

es misión del hombre osado.

 Quizá sea hoy luchar,

por tal ideal, denodado

una vana quimera,

pues virtud, honor, libertad,

parecen palabras hueras.

 O es lo que quieren demostrarnos,

pero tal vez no lo sean.

De Los Genios, de Jaime Bayly

De Los Genios, de Jaime Bayly

 Hace estos días en el levante un calor intolerable. No se para de sudar. El resultado de las elecciones de ayer nos ha dejado perplejos y, también, sudorosos. Cuatro años más de lo mismo puede resultar asfixiante. He pasado la mañana a la espera de un transportista que me ha traído un paquete. Cómo no, libros. Hay agoreros que presumen que a los libros no les queda futuro. Yo opino que son el clavo ardiente al que aferrase si no se quiere sucumbir a la hecatombe tecnológica, de la cual solo sacan provecho unos cuantos listos.

En la tarde he salido a estirar las piernas. Paseo que ha desembocado en una librería low cost de la ciudad, donde he adquirido un volumen de las obras completas  de Josep Pla, en catalán; una joya como casi todo lo del escritor ampurdanés; y  un par de novelas de Vargas Llosa. A la salida, el calor agobiante me ha exigido meterme en El corte inglés. La pereza de volver a casa bajo el riguroso clima y preparar la cena, me ha impulsado a ascender hasta la cafeteria de los grandes almacenes y dar cuenta allí de una merienda cena. El caso es que tales impulsos comienzan a ser demasiado frecuentes. Veremos cuando a fin de mes pasen factura de lo acumulado en la tarjeta. 

Tras el refrigierio, he permanecido contemplando los tejados de la ciudad, que pueden sugerir lo más variopinto como a Cojuelo. Luego, he curioseado los libros de Vargas y he recordado un video visto durante la mañana sobre la novela de Jaime Bayly, Los genios.El libro se ha convertido en un fenómeno editorial. Y eso es lo que los editores quieren que sean los libros: fenómenos. Vargas Llosa y Bayly ya no son escritores, sino fenómenos mediáticos. A Mario Vargas Llosa se lo conoce ya más por su trayectoria que por su obra. Pocos son los que lo hayan leído a fondo, pero bastantes más los que saben de sus premios y galardones, su agenda viajera, o sus lios de faldas y demás comidillas. Bayly, otro fenómeno, es igualmente conocido biográficamente y por su asidua aparición en las pantallas televisivas. Bayly me ha parecido un personaje que trasciende el fenomeno literario; lo suyo es una histríonica puesta en escena, o una suerte de reality o performance que el autor comparte con sus lectores. Bayly es consciente de su dimensión de fenómeno, y en cuanto tal proyecta su obra. En Los genios abandona toda trascendencia y recurre al chisme. Narra un peripecia en torno al sensacionalista crochet de derecha que Mario propinó a Gabo. La causa real que motivó la trifulca ha permanecido en el silencio; ambos protagonistas se atuvieron al no comment. Bayly no se detiene en analizar los motivos reales tampoco, sino que partiendo de la riña, fantasea y desarrolla un chisme fabulesco que sea comidilla en los bastidores literarios. Veía a Bayly manifestarse en la pantalla y lo reconocia un medium transmitiendo los misterios del Parnaso a unos embelesados neófitos de la lectura. La literatura parecía haber perdido su fondo más entrañado hasta convertirse en vehículo con el que propagar las patrañas más extravagantes a incondicionales descarriados por la fantasía. No es nada extraño que muchos autores anónimos no rasquemos bola pues así de palmariamente nos hallamos alejados del nivel de fenómenos. Ellos son como surfistas que permanecen en la cresta de la ola, mientras que nosotros hace ya tiempo que probamos el sabor amargo del mar.



Animal político

Animal político

 Muchos son los malentendidos que devienen de la frase de Aristóleles: El hombre es un aninal político. A mi criterio a tal aserto faltaba añadirle el adverbio "además". Induce al error si tal axioma se concibe como un absoluto. El atributo animal político constituye solo una de la capas que engoblan el concepto hombre. Existe una conciencia colectiva de hombre, a su vez que otra individual, personal e intransferible. Nacimiento, dolor y muerte son privados, aunque en conjunto participemos de su Idea. La dimensión cívica del hombre ha hecho que muchos ideólogos prescindan de ese yo sin el cual no existiría la conciencia del universo. Ese íntimo e ínfimo Francisco Juliá es donde éste únicamente se explica, parte donde tiene cabida el todo como la parte en el todo.

Desde el Café del Príncipe

Desde el Café del Príncipe

 Me hallo de nuevo en el Café del Príncipe, desde cuyos ventanales contemplo la vida de Madrid y escribo estas líneas. Es para mí un lugar esencial desde el que parten todas las perspectivas de la ciudad: ese Madrid alucinante que nos sobrepasa. Un mundo bajo cuyo cielo ocurren todas las cosas.

Salgo del Prado y apuro lentamente una cerveza fría mientras atardece y me dispongo a disfrutar lo que queda de domingo. En Madrid caben todas las alternativas aunque muchas de ellas no son recomendables. Sólo para hombres de la condición del Zorba de Kazantzakis sería aconsejable echarse la manta a la cabeza. Porque probablemente vivir desaforadamente quizá nos arrebate la vida plena. 

En el museo he saboreado una exposición de Guido Reni. Confieso que para mí Reni era uno de los pintores clásicos italianos más desconocidos. Pero sus obras me han sorprendido, reconociéndoles una factura excelente. Trata el tema religioso desde una variante menos cruda que Caravaggio. Sus atmósferas no son tan sórdidas, tal vez más edulcoradas. Nos presenta un cristianismo de suavidades de la Gracia, cercano al de Rafael. En su pintura no existe el patetismo flamenco ni la abstracción del Greco. Es un artista de la luz, solar, sin recovecos ni simbologías solapadas.

Parece que en el día de hoy nuestro Señor me ha tutelado en la jornada a Él dedicada. Mi hermano me recomendó que en tal día de domingo asistiera al culto en alguna iglesia evangélica madrileña; recuerdo varias de ellas cuya resonancia remonta a la memoria de la infancia. Pero no sé, sin darme cuenta, mis pasos me han conducido bajo ese sol que empezaba a ser implacable hasta la iglesia de los Jerónimos, acaso el templo más emblemático de Madrid. He entrado diez minutos antes de que comenzara la misa, para satisfacer el ocio del turista y salir cortanto antes del comienzo de la solemnidad. Sin embargo, me he sentido cómodo allí, sentado en uno de los últimos bancos de la nave, bajo ese silencio profundo que llena numerosas iglesias católicas. Tanto que, cuando ha empezado la ceremonia, no he sentido la necesidad de desertar. He escuchado la Palabra, he escuchado el Credo, casi el mismo que mi madre recitó semanas antes de morir y me he conmovido. ¿Será que estoy más cerca de Dios? ¿Que los  asuntos de la Fe me son más propios, y encuentro en ese silencio contrito de la iglesia un eco inmaterial que yo sólo percibo?

Mi lugar junto a James Joyce

Mi lugar junto a James Joyce

 Recientemente, he vendido tres volumenes de mi obra pasada a una libreria low cost de la ciudad. Mi único propósito era airear mis obras, que han caído bajo la inercia del peso de la indiferencia y el olvido. Parece ser que se ha vendido una; las otras dos permanecen en el rincón de una leja  discreta y rasera, qué impide a la clientela reparar en ellas, pues es necesario agacharse para acceder a las mismas o leer el título del lomo. Y eso de agacharse se reserva para los menores de 50.

 Por todos nosotros ya se quejó Larra cuando suscribió la frase de que "escribir en España era llorar". El escritor desespera ante la vorágine desdeñosa que lo arrastra sin que quepa lugar a enmienda. Estoy acostumbrado al ostracismo de mi obra, pero no oculto que me complacería que mi último libro mereciera algún tipo de mención o comentario. No arrojo la toalla. Sólo una cosa me consuela del desinterés global hacia mi obra y es que ésta figure, siguiendo el índice por autor, aun en una librería de segunda mano, junto a uno de los pocos genios lieterarios reconocidos en la historia de las letras, el irlandes James Joyce. Teniendo en cuenta mi humilde aportación, que mejor y honrosa compañía que la del autor del Ulysses.

Llámalo sueño

Llámalo sueño

 He tenido un sueño curioso: Andaba por la calle y observo que en el exterior de un viejo edificio de grandes portalones se convocaba un concurso cuyo funcionamiento y asunto ignoraba. A él acudían cientos de personas, que hacían presumir que las reglas para el mismo eran sencillas y al alcance de cualquiera. Atravesé la verja en dirección al zócalo de la mansión donde se había dispuesto una larga mesa en la que se realizaba la prueba. Pero como digo eran tantos los asistentes que, tras cruzar el largo patio, se me comunicó que para mí, que acudía entre los rezagados, había finalizado el cupo inscripción. No pude por más que demostrar mi contrariedad. No obstante, se me informa al mismo tiempo que concluido el primero se ha convocado un segundo concurso. Cuando se me expone el contenido del mismo, froto mis palmas con complacencia. Se trata de efectuar una redacción sobre el tema "Toma y sitio de una ciudad o una fortaleza", donde se diserte sobre la diversidad de ambos conceptos. Hay un inconveniente. El papel sobre el que escribir ha de proporcionárselo el mismo concursante. Ante la imposibilidad de encontrar una hoja de papel a mano, me dirijo hasta las calles aledañas de la mansión en busca de una página en blanco donde transcribir mi discurso. En dicha búsqueda empleo un tiempo precioso que no descuenta del estipulado para la realización del ejercicio. Se convierte en una rémora tal pérdida, porque los minutos van pasando.

A tráves de una calle larguísima, en una ciudad del norte, regreso al viejo edificio con un papel en las condiciones indispensables para escribir, obtenido no sin ciertos imponderables. A mi llegada, penetro en el interior de la mansión buscando un lugar, cualquier suerte de mesa don de realizar la tarea. En la sala donde se desarrolla el evento no la hallo, ocupados todos los pupitres por concursantes absortos en su quehacer. He de salir al pasillo, a mitad del cual se disponen en línea las mesas camilla, idóneas para mi necesidad, de una cantina, pero sobre cuyos asientos reposan sendos bolsitos de mujer anunciándome que las sillas se hallan ocupudas. Recorro todas ellas, sin  suerte. Algo desasosegado, y consciente del tiempo que pasa, y que regula aquella tarea para la que me siento especialmente capacitado, me encamino hasta el final del pasillo. Allí por fin encuentro un hueco donde realizar el trabajo, sobre una mesa junto a una ventana. Apenas caligrafiado el título del ejercicio, con la cabeza volcada sobre el papel, compruebo que hasta el lugar empieza a acudir gente y situarse a mi lado, alborotando entre cháchara intrascentente. Sus ruidosos comentarios me impiden concentrarme, retrasando mi tarea. Cada vez llegan más, bullangueros y sin cortarse un pelo. Mi tarea no avanza, la interrumpe además un viento que levanta el papel y que penetra por los cristales rotos de la ventana. Como estamos en una región del norte, ya se pueden figurar la magnitud de la borrasca, que arrecia por segundos. Desisto de escribir, y entonces despierto. Me reconozco sentado en el sofá del salón de casa; mi boca esta pastosa por el café y por los visillos filtra el sol veraniego. Me resisto a sumirme de nuevo en aquel sueño aunque su temática fuera idónea para mí y su galardón al alcance de la mano. Como toda sustancia onírica deja un amargo sinsabor.



Limpio de impurezas

Limpio de impurezas

 Ya no acudo a la taberna de la esquina,

cercana a la catedral,

deseoso de que tú regresaras,

dando sorbos de vino e impaciente,

aguardando ese indicio que diera el sentido a la vida;

porque aquello que tú no pudiste darme, 

deshojada ya la última página de olvido,

y que yo en mi inconsciencia buscaba,

lo he encontrado dentro de mi mismo

en el milagro de la Fe.


El alma del hombre

es como un espejo donde

se refleja la luz de Dios.

Ésta no resplandecerá

si la enturbias con pasiones,

vicios o influencias maléficas.

Como la nobleza del metal 

ha de ser limpiada de impurezas.



Influencia de Neruda en Hernández

Influencia de Neruda en Hernández

 Se cuenta que fue Neruda quien influyó para que Miguel Hernández perdiera la Fe. En Orihuela Miguel fue un adolescente acogido al aprisco de la Iglesia. Sus primeros poemas fueron devocionales a la Virgen, a los sacramentos o a el sagrado corazón de Jesús, dentro de la más pura ortodoxia católica. Compartía con su amigo Gabriel Sijé las primicias del Espíritu. Fue tras su viaje a Madrid que su luz interior se emsombreció. No faltarían tentadores susurrándole al oído. Por ese tiempo Neruda era ya el joven de Residencia en la tierra, esa mirada existencial, olvidada de Dios, que se recrea en los aspectos de la desolación en medio de un paisaje sin contenido. Fuimos muchos los jóvenes que, generaciones después, confundidos en las diversidades de un mundo que alentaba nuestras concupiscencias recalamos en su universo de inquietas marejadas, intrincados manglares y páramos de abominación y humo; nuesto grito desesperado en la noche, vacío de amor, se reconocía en su lamento de embriagada soledad. Miguel, por su parte, se perdió en el turbulento Madrid, de  pecado, convulsiones y vanagloria. No sabemos si volvió a encontrarse, si esas "ausencias" conocieron del regreso en su ocaso alicantino. 

Neruda, en cambio, continuó su peregrinaje alrededor del planeta, derrochándose en consulados, poemas y mujeres. En su horizonte, que delimitaba la tierra, no sé si alguna vez jugaron algún papel los cielos. Porque el reino de Neruda era el de este mundo; su meta una utopía de hermadad clasista, goce perecedero de la materia y de la carne. En sus Alturas de Machu Picchu, poema cumbre de su Canto General, buscó algún modo de redención, hermanándose con el sacrificio de los humildes y el sueño mítico de América, arrebatado por un trascendido humanismo. En él se rebela contra la indiferencia del tiempo, buscando respuesta   a la injusticia y vanidad del periplo humano, alentando una resurrección, cierta justificación en el epejo de la memoria, acaso una redención histórica. No sé si hasta el fin de sus días perduró su ateismo, al menos en su poesía sólo celebró las cosas del mundo. Como dijo Borges, se esmeró en enumerar las virtudes de la lechuga, más ni un solo verso dedicó a Dios. (la subordinada es de mi cosecha)

PRESENTACION DE MI NUEVO LIBRO


 Pronto saldrá a la venta mi nuevo libro Oros y Herrumbre, conformado por una antología de mis poemas escritos en lo últimos años. Lo publica Editorial TALENTO y pronto estará disponible en "amazon".

Oros y herrumbre viene a ser una antología de gran parte de los poemas que he escrito en últimos años, con la salvedad de algunos que incluso remontan a la juventud.

Cuando concluí mi novela Un amor de Bécquer, me invadió la necesidad de dar el salto a la poesía, género que no había frecuentado desde mis inicios en la escritura. Me atraía la forma encerrada en sí misma del poema, como marco que atrapa la fugacidad del discurso, casi con la permanencia del epitafio. Después de tres novelas y un libro de relatos suponía un reto abordar ese otro sentido del quehacer literario, más breve pero tal vez más concentrado, como un modo de aproximarme a la raíz de mi anhelo de expresión.

Oros y herrumbre es como una zambullida en mi interior, buceando en ese tiempo que nos habita en la diversidad de la memoria, mediante esbozos biográficos, reflexiones, lecturas y pasiones; un espacio donde pululan personas, ideas y sentires que han dado conformidad a mi vida.

Su título deriva de la mítica canción de Joan Baez, Diamond and Rust, en la que nos recuerda la dualidad de los contenidos que prevalecen en nuestros recuerdos.

https://www.elkar.eus/es/liburu_fitxa/oros-y-herrumbre/francisco-julia-moreno/9788412687668

Los poetas de hoy día

Los poetas de hoy día

 los poetas de hoy día tratan la métrica como si escupieran,

buscan lo sórdido avergonzados de la belleza,

evitan la rima pues debe de darles grima;

algunos se encubren tras afectadas incongruencias

otros relatan coloquiales argumentos

para que no los confundan

con amariconados bardos que declaman  liras y sonetos.

La diferencia, en suma, de los de ahora con los de antes

es que sólo pretenden hacerse los interesantes.

 

No puedo pasar sin ver el mar

No puedo pasar sin ver el mar

 No puedo pasar sin ver el mar.

Apacible o bravío. De intenso azul

o grisáceo en los amaneceres tristes.

Metáfora del ser o de  la voluntad,

del tiempo o de lo eterno.

Con tu continuo movimiento,

en olas mansas me traes la paz

susurrando al ocaso tranquilo.

Pienso que en las tardes sin viento

tu braveza apacigua su nervio

y traes a mi alma el solaz,

en ese otro mar que se agita por dentro.

¡ Qué sea mañana!

¡ Qué sea mañana!

 A Clia la encuentro muchos días,

en la calle, en el super, en correos,

con su padre, en la escalera.

Parece como si un misterioso

imán nos reuniera.

Ella me trae su encanto,

su lozanía, su ternura,

llenándome el alma

de arrobos que ya no creía.

¡Qué gozo me da encontrarla!

Mañana. ¿Será mañana?

Ay!, no sé si harán buen juego

su pelo negro con mis canas.

Pero de cualquier modo

 que sea mañana.


De la moral en Nietzsche

De la moral en Nietzsche

 Oigo una coferencia del profesor Sánchez-Meca sobre Nietzsche. Si bien la claridad y coherencia de su pensamiento es difícil componer tras la lectura de su obra, oculto tras su maraña aforística y su deriva poética, diáfanamente desarrollada ésta en su Así habló Zaratustra, nos revela sobre este punto el coferenciante que buena parte sus escritos fueron manipulados y tergiversados por su hernana Elisabeth, al hacerse cargo de su archivo y constituirse como su albacea. Todo ello nos lleva a la conclusión de que el genuino pensamiento de Nietzsche nos ha sido boicoteado, cuando no sumido en contradicciones e indefiniciones que nos impidieron desentrañar cuál fue el verdadero mensaje de su filosofía. Lo curioso es que tal pensamiento espurio y abstruso haya tenido una influencia cultural y mediática tan conspicua y relevante.

En el segundo tramo de su coferencia el profesor  Sánchez-Meca aborda el tema de la moral en la obra nietzscheana, sobre el cual enfatiza que según el filósofo alemán la moral debe sustraerse de un fundamento sobrenatural y absoluto que la determine y responder a comveniencias y convenciones sociales, equiparando su naturaleza al papel que entre otras juegan las ciencias y las artes en la sociedad. No sé si la idea de Nietzsche era desacralizar la vida y predisponerla al arbitrio de la libertad de su "superhombre". En cualquier caso desconecté el video, y me emplacé para más adelante regresar a la obra de Nietzsche y descifrar de su fárrago adulterado postulados más convincentes. "Eppur si mouve".

DEL OFICIO DE ESCRITOR ( ¿ Héroe o villano?)

DEL OFICIO DE ESCRITOR ( ¿ Héroe o villano?)

 De niño era emulador de los héroes deportivos. Toda mi voluntad la encaminaba a asimilar las disciplinas que exigía el balonpié. Raro era el día que no practicara con la pelota. Los niños admirábamos a esos intrépidos que plantaban cara al miedo. Solo en el vencedor reconocíamos al hombre afortunado. No sé exactamente cómo, pero poco a poco tales devociones se fueron enfriando. Debió de jugar su papel el crecimiento. 

Con la adolescencia, mi vida acusó un notable giro. La última vez en que acudí al estadio para presenciar mi postrer partido del equipo local mi entusiasmo ya se había enfriado. Seguramente, tal hecho obedeció a un desencanto paulatino. Por entonces me inquietaban otras preocupaciones. Adiviné que en el fútbol dominaban otras valoraciones más allá del pundonor deportivo. Me sentí aislado en la grada, rodeado de una multitud exaltada y eufórica que recriminaba al árbitro e insultaba sin pudor a aquellos jugadores que no gozaban de su beneplácito. En ese momento debí sentir una náusea comparable a la de Sartre. La que creía mi mayor afición comenzaba a procurarme más motivos de indiferencia que de curiosidad, cuando no de reproche.

Por entonces entraron los libros en mi vida junto a un sentimiento de rebeldía frente a cuanto me rodeaba. De ser un niño dócil y dichoso, comencé a observar con recelo en derredor. Se me hicieron evidentes las lacras sociales, la disparidad de afanes con quienes me rodeaban. Perdí el interés por el deporte, y estimaba reprobables a quienes, a mi juicio errados, ponían su interes y admiración en los ejercicios atléticos frente a otras disciplinas que, en esos momentos, yo juzgaba más fundamentales para la realización humana como eran la cultura en primer término y de otro lado la política, aunque a esta última nunca llegué a tomármela en serio. Estas discrepancias con lo establecido llegaron a agriar mi adolescencia y juventud. Supongo que me convertí en un joven desencantado, que progresivamente fue desfigurándose. Los estudios se me volvieron engorrosos, aislado en un pupitre rodeado de otros, donde alumnos de distinto pelaje manifestaban escasas conincidencias conmigo y profesores intransigentes velaban por su peculio y reputación. Mi único refugio, pues, eran los libros, que me acompañaban durante las frecuentes deserciones de las clases, escapando al campo o a la orilla del mar. Me matriculé por dos veces en 5º de bachillerato, pero a mitad de curso tuve que abandonar. Quedé al pairo y con el descontento de mis padres, que no sabían lo que iría a ser de mi vida. Sin nada a lo que agarrarme, mi única esperanza fue leer y leer. Imbuirme de conocimientos y experiencias, que por las vías habituales se me negaban.

Mi padre era aficionado a la literatura. Sabía de memoria párrafos entreros del Quijote, de Platero y Yo, poemas de Bécquer, Campoamor, Espronceda. Supongo que fue él quien inflamó la llama literaria en mi corazón. Leí cuanto libro caía en mis manos, y de tanto frecuentarlos se despertó en mí la ambición de ser escritor. Me concedieron y me concedí una año para abrirme camino en el mundo de las letras. A lo más que llegué fue a pergeñar los borradores de dos malas novelas y unos pocos cuentos desaboríos, junto a unos avergonzantes poemas inmaduros. Cuando acabó el plazo hube de lanzarme a buscar trabajo, probando en distintas ocupaciones sin cuajar en ninguna. Escapé por un tiempo a Madrid, Barcelona, Valencia, sin conseguir tampoco labrarme camino. Ya desesperado, tanto yo como mis padres, logré colocarme como peón en la empresa en donde trabajaba mi padre, en la que resistí hasta mi jubilación. Cuando alcancé en aquélla cierta estabilidad, escribí y publiqué seis libros con discutible acogida, pero que a mí han servido para fortalecerme como escritor no profesional, como diría Cortázar. Y habiendo llegado a estas alturas, uno comprueba que la vocación literaria es bien distinta a como se imaginaba y que los escritores, aun los laureados, no son tan insignes varonnes como los venerábamos, y que el oficio de escribir no colma la copa de nuestros anhelos, y sí delinea los perfiles de sus carencias, lejanos del ideal al que el hombre aspira. Sí la meta más noble de una persona es alcanzar la virtud, en los textos literarios no encontramos a ésta sino su evocación. No está en Píndaro la virtud sino en los héroes a quienes loa. ¿ Puede suponer la gloria literaria el fin supremo del hombre? ¿La prosecución de la belleza quizá no nos aleja de ese otro orden en el que impera la virtud? Mishima pareció verlo claro. El ejercicio literaro ablanda, sensibiliza, afecta, femeiniza, no vuelve hedonistas del placer verbal que narcotiza otras voluntades. El héroe no es quien escribe sino sobre el que se escribe.





Quisiera esta noche no odiar

Quisiera esta noche no odiar

 Quisiera esta noche no odiar,

y que no se tenga por debilidad

ni gesto inadecuado

de afeminado galán.

Aguardar que el olvido

deje en el alma su poso

como ave que vuelve al nido,

y que la compañía acompañe la soledad

Pensar que en el hombre

aún resta lealtad de amigo.

Querer que nuestro egoismo

no endurezca el corazón;

ahí queda mi abrazo entrañado,

mis lágrimas buscando el perdón.

Sé que en nosotros  anida

un gérmen de discordia,

un largo trayecto de desamor,

que obstruye el paso

espontáneo de la reconciliación.

Sin embargo, aún espero 

que el fuego sincero

que arde en mi corazón

cobije su  intimidad 

en el seno de otro anhelo.

Quiero dar paso al amor,

pese al peso de los años,

los desengaños, el resquemor.

Quisiera esta noche no odiar,

sanar las heridas de amor,

creer que entre hombre y mujer

aún pueda mediar una flor,

Ayer fue domingo

Ayer fue domingo

 Ayer fue domingo. El tiempo no fue del todo esplendido. El sol se abría paso entre el tamiz de nubes que trajo la borrasca del sábado en la noche, dispersando con la lluvia a todos los jaraneros. Mi vida ha transcurrido sin involucrarme nunca en una vida social plena. Contemplo a los gozadores de la noche, su desmadre, su escandaloso griterío, ignorando que la muerte llegara un día a solas, portadora de una realidad intrasferible,  y que no la podremos eludir por mucho que nos enajenemos y a la que deberemos de responder en privado. Entonces, escucharemos el sonido genuino de nuestro propio dolor y el paso de la sombra que camina hacia nosotros; no nos valdrá el escaqueo ni posponer la cita.

Sí ayer fue domingo. Repetí los pasos de tantas mañanas de domingo. Jugué al Bonoloto. Visité el rastrillo frente al Ayutamiento. Me dijeron que los libros que dejé no se habían vendido. Lo esperaba. Es difícil la difusión de sus obras para el escritor sin apoyos, que se forjó a sí mismo lejos de la enseñanza estatuida, sin conexiones culturales ni políticas, ni promocionales, y que no pertenece a ninguna etnia homologada ni tribu urbana, en suma, un francotirados a contracorriente. Tengo todas las de perder, lo sé. A pesar de ello no me desanimo. Pues para mí escribir se ha convertido en algo que va más allá de mí, de mi propia necesidad. Ya nada puede detener mi hemorragia verbal. Me causa tristeza reconocer que mis educadores no trataron de trasmitirme el saber, sino unas conveniencias a la que se habían acomodado y que les permitía salvar el tipo. El saber no se reconoce, sino el haber cumplimentado el trámite. Es necesario responder a los cánones , de lo contrario nunca cumplirás el cupo y tu voz no será oída. Alguien ha trazado unas reglas que excluyen a quien no satisface el peaje aunque sea infalible con las canicas. No te dejarán rascar bola.

En una librería, una joven escritora que promocionaba su obra "vacilaba" ante un muchacho y su familia con historias de nunca empezar y tal vez cuentos de nunca acabar, cortinas de humo que impedirán de por vida al neófito ver por donde vienen los tiros. Sí, definitivamente, no estoy hecho para el ministerio de escritor, para manipulador de ensueños sociales y lanzador de globos imaginarios. Para cuando llegue el día, conozco la senda de los elefantes, pero seré consciente del terreno que he pisado y que el camino no me conducirá, confundido, al reino de Babia.

ESCAPADA A BENIDORM

ESCAPADA A BENIDORM

Ayer visité Benidorm después de cuatro décadas sin hacerlo. No sabría precisar bien los cambios que ha sufrido porque mi recuerdo del pasado es vago. Entonces como hoy proliferaban los rascacielos aunque no sabría especificar en qué número se han multiplicado. Recuerdo su isla, su playa, pero hasta ayer no la había valorado en su auténtica dimensión. Cuando la visité en el pasado, yo estaba en la flor de la juventud. Pernocté allí una noche a la intemperie, junto a un amigo; veníamos de Valencia en autostop. No quisieron recogernos en esta última etapa hasta Alicante, y tuvimos que disponernos a pasar la noche como fuera. Nos recogimos en un solar abandonado cercano a los costa. Creo recordar que alguna hora dormitamos sobre la arena de la playa- era verano-, o acaso son recuerdos de otras vivencias que se entremezclan. Afortunadamente, no nos sorprendió la guardia civil. Debería andar cercana la muerte de Franco, aunque por entonces se vivía de pleno la época hippie.

En otro período Benidorm me habría fascinado, allá en tiempos de desmelenamientos, cofradías y bebesterios. Hoy, aunque la opinión no es del todo reticente, digamos que la encuentro como una ciudad para barrigas complacidas, aptitudes indolentes y confundida en la disipación. Todo lo rechazable para un hombre que busca valores sólidos en los que afianzarse y vivencias nobles. 

Tras deambular  toda la mañana por la ciudad, me senté en una terraza cerca de un grupo constituido por unos diez varones ingleses, la mayoría maduros, que sobre las tres de la tarde, muy asociativamente como suelen los ingleses, ingerían cerveza sin reparo, fumaban cigarrillos electrónicos, desnudos sus bustos al sol, y respirando la cálida brisa mediterránea que a buen seguro los restaurará del reúma contraído durante el invierno en la isla británica. Imaginé cómo serían acaso sus noches: eufóricos, destilando alcohol hasta por las orejas, y frecuentando los burdeles tan en comandita como sugieren sus hábitos. El placer democráticamente compartido me produce cierta repugnancia; no lo he practicado nunca y no creo que reporte ninguna satisfacción recomendable. Pero no quiero extenderme sobre ello. Digamos que los ingleses en Benidorm han encontrado una segunda patria.

Quizá los más hermoso de la ciudad, junto a la comtemplación panorámica de la bahía y la línea de costa, sea el castillo con sus balaustradas blancas y sus torrecillas rematadas por cúpulas azules. Bajar hasta el mirador delantero es auténticamente reconfortante. Asomado a su baranda se embebe uno de toda la diversidad de azules mediterráneos. Y esa visión ayuda a ensanchar el alma, a penetrarnos de su plenitud inmensa.

En resumen, la escapada no ha estado mal y espero prodigarla alguna vez que otra.

Un asunto de honor

Un asunto de honor

 Cuando la plena juventud,

me tragó en su vorágine la noche,

perseguido en mi carrera

por los sicarios del mundo y sus jaurías.

Masqué carbones encendidos de desolación.

Mi corazón se derritió entre sus brasas

y su hueco invadieron tormentos aberrantes.

No quiero que esta ignominia se repita;

la honra y el honor el miedo aplaquen.

Y cuando sañudos vuelvan

los chacales del infierno,

me hallen  firmemente al suelo afianzado,

osado el corazón, la espada alerta,

presto para vencer o morir en la refriega.

Ya no soporto la condición de ilota

Autores anónimos

Autores anónimos

 El autor, no recuerdo su nombre, había situado su exhibidor en un lugar preferente de la librería, la cual pertenece a una cadena bien reconocida que frecuento a menudo. Sobre el panel destacaban un par de ejemplares de distintas obras. Reclamó mi atención el neófito en un tono deferente, presentándose con uno de los ejemplares en la mano. Me comentó que el libro se adscribía al género de novela histórica, en el que se recogía un episodio relativo a la remota historia alicantina. Le respondí que, aunque vernáculo, desconocía la vieja memoria de la ciudad. Se apresuró a esbozarme el acontecimiento a que hacía referencia. Le contesté que prefería acercarme a la historia a través del ensayo, conforme nos la trasmiten los historiadores. Insinuó que tal aternativa debía de resultar farragosa, que mediante el relato novelado los hechos se divulgan con una mayor amenidad. Insistí en mis reticencias hacia la novela histórica como género; aclaré que salvo excepciones (Bomarzo, Memorias de Adriano, Yo Claudio) prefería el rigor historiográfico y que, en cuanto a la amenidad, para mí la lectura en tanto presentaba más complejidades se me hacía más estimulante. Balbuceó; ignoraba cómo rematar la suerte. Le eché un capote, afirmé que yo también escribía y que por imponderables de la pensión precaria que recibo del estado, me resultaba inviable adquirir su novela. Se despide, retrocede y pasa de mí, buscando otro lector más asequible entre la clientela. Aparte: (Peripecia corriente entre los que aspiran a escritor).

Por internet descubro un ejemplar de mi novela Un amor de Bécquer en una libreria de lance de la ciudad. Me precipito en su busca. Ya en la librería, mediante el ordenador confirman la existencia, que se conserva en el almacén. Cuando lo traen, la dependienta me recuerda que esta firmado por el autor. Le revelo que el autor soy yo y las circunstancias por las que realizo la compra. El libro resulta más barato de lo que se vendía por internet. Me sorprende la pulcra conservación del ejemplar; resalto que no deben de haberlo leído. La empleada aduce que hay lectores muy cuidadosos. Quizá- pienso- utilicen la asepsia de unos guantes clínicos. Eso debe de ser. Esperemos que su lectura no fuera igualmente aséptica. La tirada editorial fue pequeña y, aunque esta en preparación la segunda edición, siempre es recomendable conservar ejemplares de la 1ª por si las moscas. Alguien me recordó hace unos días que Van Gogh no vendió un cuadro en su vida. ¡Qué futuro nos espera a los autores anónimos!-lamenta el que suscribe.

Tras leer a Tirteo


 Leo admirado, Tirteo,

tu loa encendida y solemne

a la furia guerrera.

La nobleza la ves en el hombre

que en el más crudo rigor de la pelea

se arroja a su pugna sin miedo a la muerte.

En cumplir lo que el valor reclama

señalas que reside la virtud suprema.

Tal vez lo ignoras, Tirteo,

pues tus días remotos no conocieron

la nueva proclama pacificadora

de ese Dios desconocido

que también venerásteis los griegos,

donde se advierte

que es en el amor y no en la guerra

donde se halla la meta

que debe perseguir el hombre

para alcanzar gloria perfecta.

En verdad, entre estas dos virtudes

la raíz del dilema se encuentra.

Pero bien sabemos, poeta,

que no hay mayor amor

que el de aquel cuya vida 

por sus iguales entrega

Embeberme de ti

Embeberme de ti

 Embeberme de ti,

como bebe el sediento 

las aguas urgentes,

cansado del camino.

Embeberme de ti,

como de ese caño necesario

donde la sed se sacia.

En esta noche

donde el alma desasosegada

busca una referencia

para apaciguarse,

y medito desentrañando

las razones de mi corazón

tan ignoradas,

miro en tu rostro

como en ese espejo

donde querría reconocerme.

Pego mi oído atento

y escucho mi soledad

mermada de amor,

y pienso que

para ser ese otro

tendría que reencontrarme 

tras mis límites,

desandar el camino andado,

capitular.

Palpo, por fin, mi íntimo silencio

tan pendiente de tu voz,

como mi lejanía de tu proximidad.

Oye, no ignores

mi escondido anhelo

que te reclama, 

precisamente esta noche

donde no reconozco 

la esperanza del día

entre la sombra rígida.

Deja que tu nombre

sea palabra en mi boca,

como tu alma llama

que llene mi vacío con su calor.


¡BOMBAZO!

¡BOMBAZO!

 ¡Bombazo! Circula en las redes: Un Nietzsche con cara de gilipollas inspira a los forofos de la autoayuda. ¿Cederá el filósofo de lo problemático a las hueras huestes del optimismo? ¿Al crítico de la razón socrática lo incorporarán los propagadores del autoengaño? Vivir para ver: Quienes arrojaron a los cristianos a los leones fueron luego pilares de su dogmática.

Tenía su Aquél

Tenía su Aquél

 Tenía su "aquél",

como me señaló un amigo.

Era menuda, pero siempre

me gustaron las mujeres menudas.

La conocí sirviendo copas

tras la barra de un beódromo.

Acudía allí yo,

enamoradizo narciso,

a contemplar la belleza

que mi timidez idolatraba,

y que al igual que un creyente para con su ídolo

-pecado reiteradamente perpetrado-,

su imagen veneraba.

Sé que en ella a su vez anidó

un pequeño gérmen de simpatía.

Especialmente una noche sentí

su caricia como la esperanza

de un flotador tras del naufragio.

Hoy la he vuelto a encontrar,

hartos de cumplirse los años,

a unos pasos escasos

de donde me servía las copas del descarrío.

Ha sobrevivido entre la jungla de la disipación,

de donde yo tuve que huir como un pardillo,

como nenúfar sobre las aguas polutas.

Su belleza ya no seduce,

aquel aquél se ha desvanecido,

pero aún se conserva algo de la sal

con que se sazanaron aquellos viejos recuerdos. 


Rencillas poéticas

Rencillas poéticas

 Entre algunos poetas del 27 se reservaba cierta cautela hacia Juan Ramón. De él rememoraba Alberti, no sin ironía, anéctotas oprobiosas. Probablemente fuera Lorca quien mantuviera cierta proximidad discipular con el de Moguer. Por su parte, Neruda, en sus memorias, lo tilda de neurótico, criterio que acaso escondiera otras diferencias inconfesables. ¿O sería tal vez que el verso de estremecida incertidumbre del chileno envidiaba la pureza de manantial que brota de Jiménez? ¿La vicisitud desolada de Resisdencia en la tierra, tumultuoso torrente de desesperanzas, recelaba dubitativa en cierta manera ante la frasciscana claridad virginal de Platero? Y es que en el mundo de la lírica siempre se compaginarán los celebradores de la luz con los honderos de las sombras. La poesía tanto abre caminos de iniciación como de degradación. No obstante la lírica es una manifestación de espíritu humano, íntimamente ligado a su vicisitud mortal, que clama por una realidad atemporal que la trascienda.

El dolor tiene un sonido

El dolor tiene un sonido

 El dolor tiene un sonido,

como tiene una voz el río

y rompe en cántico la aurora.

Por el dolor nos habla 

el lamento de lo efímero,

queja el desgarro de lo vivo,

olvida el recuerdo de que fuimos.

En el dolor solo cuenta

el vacío de estar solo,

el silencio privado de la muerte.

Nos duele, proque se marchita

lo creado, porque la conciencia

de existir es pasajera y largo 

el peso inmóvil de la ausencia.

La última tentación

La última tentación

Confieso no haber visto la película La última tentacion de Cristo, de Scorsese, ni leído la novela homónima der Kazantzakis, aunque la conservo en mi biblioteca. En el trailer promocional de film se insuaba cierta inclinación sensual del Salvador hacia María Magdalena como fundamento de tal tentación. No creemos. sin embargo, que tal tentación se originara por el apego de Jesús a lo sensorial, a la ataduras naturales de la carme. Queda claro en los Evangelios que la tentación tiene efecto durante el trance decisivo de Getsemaní, mientras los discípulos duermen, y cuando todas las incertidumbres de la noche se ciernen sobre él, llenándolo de angustia. La tentación va ímplicita en la frase: "Padre, si es posible, pase de mí este cáliz". En ella Cristo vacila, pone en entredicho su divinidad. Su naturaleza carnal tiene aquí su última palabra, que Cristo silencia con la apostilla: "Pero no se haga mi voluntad, sino la Tuya". Tal asunción queda corroborada poco después, cuando vienen a prenderle, y confirma su identidad a los guardias del sanedrín: "Yo Soy". Aquí Cristo manifieta su naturaleza divina, uno mismo con el Padre, vencida por completo la tentación.


Caminaba por la orilla: Questions

Caminaba por la orilla: Questions

 Caminaba por la orilla de la playa. Las olas rompían mansamente. Un viento noroeste, algo fresco, rizaba la tersa superficie. Entre esos dos azules mironianos, mi espíritu se llenaba de fervores y nostalgias. Un mercante permanecia inmóvil en el horizonte, trayéndome recuerdos pretéritos. Momentos en los que yo soñara con su singladura. En cada puerto que atracara se renovaría la aventura. Entonces aquel otear la vastedad marina avivaba mi imaginación, llenando mi interior de apasionados disfrutes. Convengo en que hoy mi mirar es lacio, algo cohibe las puertas de la imaginacion, silenciadas bajo la doble llave de un cerrojo de desengaños. Donde otrora hubiera ilusión, hoy prevalece cierto excepticismo. Y es que paraliza comprender que la experiencia es dolorosa, que el crudo dolor se agazapa siguiendo nuestros pasos, para salir a encontrarnos en el recodo del camino. ¿Por tan amargo sino, renegaremos de la vida? Buda quiso obviarlo; Cristo abrazó su cruz. Buscar el deleite disipa; el dolor, se dice, purifica. El primero se agota en sí mismo; el segundo se manifiesta como paso a otra realidad. Entre el nacer y el morir se nos desgarra la vida. Aguardemos que tras el culmen del dolor devendrá el alivio. Por cuanto todo en la vida gira en torno al primero, deberá existir una justificación para éste, aunque los hombres no la sepamos explicar. ¿El fluir, el cambio, lo efímero, el propósito divino...?

Memories

Memories

 Podía ver la calle tras los cristales de la ventana. Ésta se hallaba protegida por un tosco enrejado. Hasta ella acudía yo muchas tardes, como las moscas a la luz. El desasosiego infantil se resistía a cualquier clase de encierro o disciplina. Solo pensaba en jugar. En satisfacer mi espíritu inquieto. Cuando medianamente habia cumplido mi tarea, lo arduos deberes que tendría que presentar la mañana siguiente en la escuela, me acercaba a la ventana, antes de que la penumbra crepuscular sosegara el bullicio de la calle. Todavía la cruzaban algunos muchachos rezagados del colegio, y se escuchaban los gritos de otros privilegiados que satisfacían sus juegos en la otra esquina de más arriba. En el chalet de enfrente las primeras sombras se confundían con las copas del arbolado. Lo habitaba un matrimonio anciano arisco a toda bullanga infantil, y muy susceptible a que trepáramos por la tapia de su propiedad para localizar la pelota que se habia colado, consecuencia de un chute incontrolado. Casi siempre era Pedri, el más fornido de nosotros, quien la golpeaba con la suficiente fuerza para sobrepasar el muro e ir a caer en el jardín de los ancianos. Tal circunstancia nos contrariaba, pues pelota que caía, el propietario se negaba a devolverla.  Conociamos tal riesgo, pero ello no nos inhibía de organizar diariamente el partidillo, que acaso concluiría cuando cualquier potente puntapié describiera una alta parábola que salvara el muro lindero, conllevando la pérdida del balón, costosísima si éste fuera de reglamento. Tales partidos, eran frecuentes; bastaba conque nos juntaramos tres o cuatro chavales y un balón en condiciones para dar patadas. Se celebraban antes de las comidas o durante las tardes que no había colegio, excepto los sábados, radiantes días, cuando nos encaminábamos a la campiña cercana, donde en un terreno aplanado se había habilitado una cancha de juego. Dos piedras a ambos lados bastaban delimitar las porterías. Se jugaba sin árbitro y al buen tuntún. Excepto cuando se sumaban al juego algunos muchachos más crecidos, o más resabiados, y amenazaban con jugar a escayolar, llenando de hiel el inocente esparcimiento.

Sí, desde aquella ventana yo pudía contemplar todo el universo que me importaba, y que se abría ante mí  cada día, hasta la hora  de la llegada del empleado municipal, quien , desde su bicicleta,  con una pertiga bien larga percutía el elemental contacto de la bujía, situada en lo alto de un poste, que apenas lograba alumbrar con su tenue luz la densas tinieblas. La calle entonces se volvía silenciosa, y entonces podíamos meditar sobre todos los rigores que nos afrentaban.  Esas carencias que suplía nuestro entusiasmo precoz por la vida, pues entonces ésta se justificaba por sí misma y no había que buscar razones para vivirla . Pero ya  otro día, lo dejo en suspenso, me asomaré de nuevo a esa ventana, donde bajo la luz de la memoria retornará la vivencia con la que se mantiene fresco el manantial del alma.

Ya no eras tú

Ya no eras tú

 

El mármol aterido

de tu frente,

antesala del misterio,

inhibió ese beso

que tenía preparado.

Frío de llama, 

aurora gélida.

No pude sentir

tu cercanía distante.

Tu despojo ya era otra cosa,

ya no eras tú.

Habías partido,

como abandonan los pájaros

un paisaje,

como un sol

que había tragado la noche,

como una melodía

que se desvanece en el aire.

Entrañas mías,

hoy saben de ese dolor

que fui en tu entraña:

anuncio de vida.

Para luego sentir

ese otro que me desgarra,

y trajo tu muerte.


Señor, cuántas veces

Señor, cuántas veces

 Señor, cuántas veces

has venido a mi encuentro

y te he ignorado

con cualquier escusa,

indiferente o ensimismado.

He palpado tus llagas

y no supe darte alivio.

Perdóname, Señor,

por todos las renuencias,

la escusas, los olvidos.

Vi tu rostro en los días,

y en la hora de la muerte,

pero, ay, no supe reconocerlo.

Me embebí de mí

y no supe darme al otro.

Dormí cuando tu velabas,

rechacé la copa que me dabas,

te ignoré cuando te crucificaban.


Adiós, Mamá

Adiós, Mamá

 Madre, un débil hilo

te ata con la vida.

Pronto no estarás.

Sentiré tu ausencia

en la casa solitaria

y en el recuerdo resonará tu eco

como una onda de gozo.

Tu presencia añorará

la fría memoria

y a tu cama vacía

extrañará la mañana.

No podemos remediar que todo pase;

por lo que no permanece,

alguna vez las lágrimas

humedecerán mis ojos,

mientras la flor de tu nombre

musiten mis labios

con congoja.

No olvidarán mis días

tu mirar candoroso

y en el espejo del alma

quedará reflejada tu bondad,

la voz de tu inocencia

en el amargo sinsabor.

Cuando yo también pase

se reunirán nuestros recuerdos,

unánimes en el atardecer.


Constataciones etéreas (Culebrón)

Constataciones etéreas (Culebrón)

 Ha muerto Benedito XVI;

es una pena pues era un papa

que mantenía un pensamiento coherente

sobre la esencia cristiana.

Ha muerto Pelé en un ámbito bien distinto,

pero ambos peroraban a menudo de Dios.

Su supone que el reino de Dios 

se revela fácilmente a los sencillos,

por eso nos cuesta tanto entrar en él.

Yo, acaso fuera medianamente sencillo

durante la ingenuidad infantil.

A mis 66 años no me considero sencillo,

incluso  disfruto con las complejidades.

Poseo una extensa biblioteca,

he escrito varios libros,

 e indago con la lectura

el misterio que se esconde tras la apariencia.

El resultado de mis torpes averiguaciones 

es incierto,

no acabo de discernir con claridad.

He recibido llamadas del reino,

y consolado con meditaciones edificantes,

además constato

alguna que otra experiencia turbadora.

De hecho soy cristiano, he recibido

el bautismo y he sido confirmado 

en una iglesia reformada.

Diria que tengo sed del misterio espiritual,

como a todo hombre me aterra la finitud,

y quiero cerciorarme cabalmente

en cuanto a certezas y claridades.

Pero el reino espiritual se revela

sumido en la confusión.

Nada en él está definido.

No dudo de una realidad transcendente,

pues la he experimentado en lo íntimo.

Me queda el comvencimiento 

de que inverificables fuerzas

actúan configurando mi ser, sin detenerse.

Confirmo  haberse producido en mí

una evolución, ante todo en el terreno afectivo.

Convicciones morales y de principios

que recibí en la infancia

las veo desmororarse sin poder remediarlo.

En la nueva cultura de valores trasvalorados,

pocas son la convicciones que se mantienen en pie.

Incluso advertimos que

nuestras concupiscencias no son duraderas,

van modificándose sin poderlo evitar.

Diríase de una ley tácita

que gobierna el mundo del sexo,

dirimiendo preferencias cualitativas.

Nuertra plenitud erótica

responde a varemos más allá de lo biológico.

Freud no habla de una sexualidad inmanente,

pero por ahí flotan ciertos amorcillos

que interceden en el proceso libidinoso.

Concluyo que ciertas entidades etéreas

estaban interesadas en el proceso de mi sexualidad.

Una de mis bestias negras

durante mi camino de Damasco

llevaba tatuado en el brazo

el símbolo taoista, del ying y el yang,

cosa curiosa no siendo un hombre culto.

La cuestión es que la visión

de tal símbolo me desazonaba.

A la vez que me aterraba 

la visión de la cruz

recordando el peso de mis pecados.

Continurá...