Ha muerto Benedito XVI;
es una pena pues era un papa
que mantenía un pensamiento coherente
sobre la esencia cristiana.
Ha muerto Pelé en un ámbito bien distinto,
pero ambos peroraban a menudo de Dios.
Su supone que el reino de Dios
se revela fácilmente a los sencillos,
por eso nos cuesta tanto entrar en él.
Yo, acaso fuera medianamente sencillo
durante la ingenuidad infantil.
A mis 66 años no me considero sencillo,
incluso disfruto con las complejidades.
Poseo una extensa biblioteca,
he escrito varios libros,
e indago con la lectura
el misterio que se esconde tras la apariencia.
El resultado de mis torpes averiguaciones
es incierto,
no acabo de discernir con claridad.
He recibido llamadas del reino,
y consolado con meditaciones edificantes,
además constato
alguna que otra experiencia turbadora.
De hecho soy cristiano, he recibido
el bautismo y he sido confirmado
en una iglesia reformada.
Diria que tengo sed del misterio espiritual,
como a todo hombre me aterra la finitud,
y quiero cerciorarme cabalmente
en cuanto a certezas y claridades.
Pero el reino espiritual se revela
sumido en la confusión.
Nada en él está definido.
No dudo de una realidad transcendente,
pues la he experimentado en lo íntimo.
Me queda el comvencimiento
de que inverificables fuerzas
actúan configurando mi ser, sin detenerse.
Confirmo haberse producido en mí
una evolución, ante todo en el terreno afectivo.
Convicciones morales y de principios
que recibí en la infancia
las veo desmororarse sin poder remediarlo.
En la nueva cultura de valores trasvalorados,
pocas son la convicciones que se mantienen en pie.
Incluso advertimos que
nuestras concupiscencias no son duraderas,
van modificándose sin poderlo evitar.
Diríase de una ley tácita
que gobierna el mundo del sexo,
dirimiendo preferencias cualitativas.
Nuertra plenitud erótica
responde a varemos más allá de lo biológico.
Freud no habla de una sexualidad inmanente,
pero por ahí flotan ciertos amorcillos
que interceden en el proceso libidinoso.
Concluyo que ciertas entidades etéreas
estaban interesadas en el proceso de mi sexualidad.
Una de mis bestias negras
durante mi camino de Damasco
llevaba tatuado en el brazo
el símbolo taoista, del ying y el yang,
cosa curiosa no siendo un hombre culto.
La cuestión es que la visión
de tal símbolo me desazonaba.
A la vez que me aterraba
la visión de la cruz
recordando el peso de mis pecados.
Continurá...